Las negociaciones en la Casa Blanca sobre migración se rompieron el miércoles, horas después de haber iniciado. Dicen los que saben que el vicepresidente del gobierno de Estados Unidos, Mike Pence, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, estaban intransigentes en dos cosas: rechazar por completo la propuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador de un plan económico para Centroamérica —“esa es una solución de largo plazo”, descalificó Pompeo—, e insistir en que México debía aceptar el modelo de “tercer país seguro”. Al terminar la tarde, levantándose la reunión, el canciller Marcelo Ebrard le dijo a Pompeo: “¿Así nos vamos a ir?, ¿sin acuerdo?” Ebrard le pidió trabajar al día siguiente una propuesta para presentársela el viernes. Todo el jueves buscaron la “solución mexicana”, en la que se abrió la frontera norte para que inmigrantes centroamericanos esperaran por tiempo indefinido el resultado de su petición de asilo, en números indeterminados. Aceptó Estados Unidos con el plazo añadido de dar resultados en 90 días, con certificaciones cada 45. Oséase, la agonía arancelaria sólo cambió la fecha de posible aplicación.