La comunidad de La Jornada es extraordinaria y entrañable. Hay poder y hay convicciones, así como hay excesos y fundamentalismos.
En ella y fuera de ella, hay un diálogo por construir, ahora e inmediatamente después de concluida la suspensión parcial de actividades.
Ese diario, esa intensa comunidad, ha sido y es útil al periodismo y al país en una medida y forma que requieren revisión.
La harán sus actores internos, trabajadores o no, así como los accionistas o inversionistas por venir. El estilo de expresión de afectos y prioridades editoriales se entrecruzan mientras se insiste en un periodismo de causas, con diversa eficiencia, en que la militancia y lo legítimamente ideológico participa en el foro público.
Enfrente existe la probabilidad de una gran transición política en 2018 que requiere el acompañamiento y actualización de esa histórica propuesta periodística y…. empresarial.
Existe un sindicato democrático donde una minoría puede o no sentirse representada, pero tiene derecho a opinar, a votar y a ganar la dirección del sindicato. Es un sindicato sin charrismos ni corruptelas. No hay otro relevante en ese grado en todo el periodismo impreso o digital.
No es agradable perder una elección o una discusión en la asamblea del Sitrajor como no lo es en la asamblea de accionistas. Decenas de dueños deciden a partir del peso de los agrupamientos internos quién es o no directora o director. La Jornada es una comunidad de empresa y sindicato.
Carlos Payán y Carmen Lira contribuyeron a ello, así como lo hicieron centenares de trabajadores, incluidos aquellos que hace casi 30 años intentaron otro sindicato y carecieron de éxito. Hoy Judith Calderón es la voz al frente del Sitrajor y tiene la legitimidad de la totalidad de quienes son afiliados y el apoyo real de la mayoría de los trabajadores.
Por supuesto que los trabajadores tienen mejores condiciones de trabajo que en cualquiera otra empresa periodística. Por supuesto que la empresa tiene derecho a replantear un equilibrio ante las condiciones del mercado. Clarísimo que, si no asumimos que todos deben entender la realidad nueva del periodismo y de las empresas se perderá una gran oportunidad.
En una comunidad inteligente declarar la existencia de “enemigos internos”, “fuerzas externas”, desde el Sitrajor o desde la empresa, es por lo menos esquemático para no decir que, en el peor de los casos, anuncia ominosamente una forma de entender la política, la autoridad y el gobierno desde segmentos con diversas coloraciones y grados de comportamiento de izquierda. ¿Qué hace un segmento de izquierda cuando otro gana una decisión legítima y legal?
¿Es la izquierda mejor que la derecha cuando tienen una iniciativa periodística y política? ¿Hay más inclusión en una que en otra cuando hay un conflicto interno?
Yo fui privilegiado de ser secretario general del Sitrajor y de encabezar una huelga que incluyó la total suspensión de actividades en el lejano 1996. Abrió un espacio para conocer junto con la empresa opciones para la recuperación económica, implicó un repliegue provisional del tamaño del CCT y presupuso la reorganización y recuperación de la empresa junto con los trabajadores. Fui Premio Nacional en La Jornada, y me despedí con respeto de ese lugar excepcional. Tengo agradecimiento con todos ahí, incluso con los más odiosos y peligrosos de sus integrantes que son no más de dos en una comunidad mayor a 220. Y hasta de ellos es posible aprender.
Defender a La Jornada es sugerir la revisión de un modelo de difusión que no tiene, ciertamente, una mala relación con un entorno de venta de publicidad anacrónico en que predomina el modo de hacer las cosas del PRI; es al menos dos cosas sustantivas: reconocer su carácter singularísimo y asumir la obligación de entender un nuevo entorno de negocio, periodístico y también político.
De la actitud de esos liderazgos depende también la evolución que respecto del conflicto actual tendrán en las siguientes horas y semanas los accionistas, sindicalizados, reporteros, editorialistas y cartonistas estén a favor o en contra de la suspensión parcial de labores, de la declaración de inexistencia de la huelga, de lo que debe hacerse o no.
Frente a la comunidad de La Jornada muchos pueden aprender. Incluso los propios actores centrales de este episodio.
Por supuesto también nosotros. Las lecciones pueden disgustarnos, pero ayudarán a valorar cómo se pueden comportar ciertos segmentos de la izquierda si llegan al poder en 2018.
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