En menos de cinco minutos, un individuo en Las Vegas asesinó al equivalente de la cuarta parte de quienes fallecieron por el temblor en la capital del país. Hirió a 500 más antes de suicidarse.
En menos de dos minutos, el sismo del 19 de septiembre desencadenó un proceso que, como en 1985, puso en otro lugar nuestras falsas certezas y restableció valores que hacíamos perdidos.
En un segundo, algo (no sé qué o quién) golpeó mi moto el 27 de septiembre y hoy, después de la inconsciencia sobre Insurgentes, cuatro placas de titanio para curar fracturas en la cara y pierna, y varios días de hospitalización, estoy agradecido de tener la capacidad de continuar diciendo y haciendo.
La confianza en el prójimo y en la actuación de todos aquellos que creemos en una comunidad superior, más honrada, transparente, eficiente y feliz puede durar el resto de la vida.
Las oportunidades son cotidianas, como el hallazgo de los afectos, las buenas voluntades, los desconocidos que se detienen a ayudar y la familia de sangre y de vida que acompaña en la tragedia o el accidente.
A los ciudadanos nos deben eficiencia, orden, seguridad y el contexto de legalidad para hacer prosperar nuestra nueva apuesta presente y en el futuro inmediato.
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