El ocaso de la vida es un caso (casi siempre doloroso)

25 de Abril de 2024

Diana Loyola

El ocaso de la vida es un caso (casi siempre doloroso)

DIANA LOYOLA

Escuchamos atentos, una compañera de la terapia grupal nos comparte la dificultad que tiene con sus padres: él tiene 93, está triste y padece demencia senil, en sus ratos de lucidez dice “Esto no es justo”, porque está débil, porque se siente viejo y porque nada puede hacer ya sin ayuda. Ella acaba de cumplir los 85, está cansada y decidió desconectarse de la vida, perdió junto con el apetito la motivación para vivir. Sus hijas (mi compañera y su hermana) los atienden, los miman y les tienen una enfermera a tiempo completo que les acompaña y ayuda. Para todos la vida es triste, no hay consuelo en el presente.

La música, las flores, la comida rica, los masajes, las ventanas despejadas dejando pasar la luz… pareciera que nada es suficiente, ambos eligieron tirar la toalla, ambos dejaron de sentirse útiles. El dolor de las hijas, su tristeza, su pérdida, son enormes. Deciden mudarlos, tenerlos cerca, verlos más seguido. En la mudanza se mueven ansiedades, se agotan, él no entiende qué pasa y a ella le resulta indiferente, lo que quiere es quedarse el día en cama. A las hijas las mueven las ganas de inyectarles nuevamente vida.

Logran instalarlos en la misma ciudad en la que ellas viven y se turnan para visitarlos, al principio la pareja no se siente cómoda, se culpan mutuamente por estar en ese lugar que desconocen (vivieron los últimos cuarenta años en la antigua casa), no encuentran anclas o rutinas que los arraiguen, también la enfermera cambió, son como niños perdidos en casa ajena.

La vejez implacable les golpea a ambos en la cara, despiertan al hecho de que ya no son autónomos, de que todo lo activos que fueron, lo que aprendieron y lo que lograron hacer en el pasado no tiene suficiente valor en sus días actuales. El tiempo para ellos es eterno y el tiempo junto a ellos es eterno. Es difícil combatir la desesperanza, la tristeza, la pérdida de esas figuras vitales y amorosas.

Poco a poco las rutinas logran pequeños avances, él deja de caminar por toda la casa tratando de encontrar salidas, o respuestas; ella no sabe lo que desayunó y no quiere estar en la misma habitación que él, pero comienza a levantarse de la cama y a hace el intento de arreglar sus cosas. Un paso a la vez y las cosas parecen mejorar, lentamente.

Los días imprimen en las hijas un dejo de amargura porque saben que tienen la batalla perdida contra la senectud de sus papás, se rebelan, se enojan, se abrazan y lloran. Pero la luz se abre camino mansamente, la aceptación empieza a colarse por entre la rabia, en algunos meses la pareja está más tranquila, adaptada, y las hijas entienden que lo único que les queda es amarlos, mirarlos, reír con ellos y desprenderse de la idea de recuperarlos y de llorar su pérdida. Lo que tienen hoy es el vínculo y la certeza de que pueden regresarles el amor y los cuidados con el que ellas crecieron.

La perspectiva cambia, mi amiga y su hermana aprenden a disfrutar más a sus hijos, a sus nietos, a sus amigos. La vida se reacomoda, se reordena, el dolor transmuta en aceptación y, aunque no es fácil, deja de pesar tanto. La música, las flores, la comida, los masajes y las ventanas abiertas siguen, pero ya no es una lucha, ya no se resisten, es sólo el deseo de darles calidad de vida, de demostrarles amor y agradecerles. Porque al final de la vida eso es lo que les queda, el amor y el agradecimiento. Los papás sembraron muy lindo y hoy reciben. Así los ciclos, así el tiempo, así la humildad y la fuerza del amor.

@didiloyola