La nostalgia o el gozo de los días de lluvia

23 de Abril de 2024

Diana Loyola

La nostalgia o el gozo de los días de lluvia

diana loyola

Los días grises, esos de nubes densas y muy bajas, para mí (como para muchos) son melancólicos. Me aprieta una tristeza el pecho, que a veces creo que algo doloroso debió ser guardado en mi inconsciente un día de lluvia. De niña pensaba que si el cielo lloraba, era porque alguna injusticia grave (como si hubiese injusticias vanas…) había sucedido en algún lugar de la zona en la que llovía, o bien, que una persona muy amada por muchos había muerto, y el cielo no hacía más que ser empático y acompañar a los deudos en su pena. Yo rezaba y pedía que las gotas de lluvia lavaran el aire de congojas, que enjuagara las lágrimas de los desesperados o, si también yo estaba triste, que el agua caída del cielo me diluyera como si fuese yo de azúcar. No importaba si después del aguacero había charcos donde saltar o donde reflejarse, la sensación de haber presenciado una catarsis me habitaba, me rendía. Los grises profundos del cielo me resuenan dentro en tristísimos silencios, desbordan como letras que nunca aprendí a deletrear, me siento analfabeta de mi propio mutismo. En el fondo siento una inconfesable vergüenza de no poder leer los grises que me habitan, de no ser capaz de interpretar esa suerte de desolación que siento en un día nublado. Jorge Luis Borges, en el libro Miscelánea (hablando de Giovanni Papini), decía “No sabemos cuál es su cara, porque fueron muchas sus máscaras”. Pues bien, esta frase resume el sentimiento de no saber cuál es la razón de mi tristeza, por los muchos pretextos que aparecen para justificarla. La ausencia del sol, el tiempo que corre lento, las ventanas como imanes de momentos sin tiempo, los indigentes sin techo que corren para encontrar donde guarecerse, donde pasar la noche, estar varada en lugares de los que necesito salir… Tengo un remedio infalible para los días de tormenta (y tormentosos): hacer el amor, más nada. El Eros luchando cuerpo a cuerpo con el Tanatos, venciéndolo sin miedos, abriéndose camino con el ritmo acompasado de las gotas, de aquellas que caen y de aquellas que son el rocío que baña las pieles como si fuese una sola. Ahí el sol brilla desde dentro, no hacen falta letras ni palabras, no es necesario entender y lo único que se lee es el otro cuerpo, se intuye, se pierde uno en sus laberintos. Los rayos como alegorías de orgasmos luminosos, la llovizna como dulce reposo de los cuerpos extasiados. El amor que todo lo exorciza, el placer que tira y reconstruye, la pulsión de la vida que abrasa los sentidos, los fuegos de artificio que ahuyentan los dolores. Todo con el fondo rítmico, a veces caótico a veces calmo de las minúsculas migajas de nubes alborotadas. La magia surge trasmutando las nostalgias y tristezas en instantes eternos de apetencias. Mi mente se debate en un dilema porque si no es gozo es desasosiego, no encuentra la calma en medio de las pesadas nubes que abovedan el espacio. Soy un poco hija taciturna de los días nublados, temerosa del humor tristón y desolado que aprisiona mi pecho la lluvia del verano y sin embargo, guerrera y amazona en compañía. No se me da disfrutar la lluvia en solitario, ni el té, ni el café, ni el vino en mano, creo, de verdad, que algo doloroso debió ser guardado en mi inconsciente un día de lluvia. @didiloyola