Sobreprotección en la educación actual

23 de Abril de 2024

Diana Loyola

Sobreprotección en la educación actual

DIANA LOYOLA

Como la mayoría de las mamás (y papás, quiero pensar), estoy constantemente observando a mis hijos y pensando en la manera de enseñarles a ser adultos funcionales, que sepan que para tener algo hay que invertir tiempo, esfuerzo y ser constantes, tener sus metas u objetivos claros, pero sobre todo, saber que deben hacer, crear las condiciones. Me mueve poderosamente esa tendencia millennial a la recompensa inmediata, esa creencia que deben tener por el simple hecho de existir, sin estar conscientes de que los sueños se alcanzan, se conquistan, se construyen.

La periodista y escritora Eva Millet, llama “Hiperpaternidad” a la práctica de los papás que han convertido al niño en el centro absoluto de la familia, donde todo se le pregunta y es el eje de las actividades del grupo familiar. Allende esta propensión, existe una preocupación constante de los padres porque el niño sea feliz y por evitarle sufrimiento, caídas y frustraciones. Todo esto ha dado como resultado una generación que no entiende por qué no tiene un ascenso en el trabajo o un aumento de sueldo a los seis meses de haber ingresado a una empresa. Jóvenes que sufren porque no tienen herramientas internas para manejar los fracasos, o para asumir los errores. Adultos en ciernes que no saben trabajar en comunidad, la competencia y el egoísmo son sus guías. Intolerantes a la frustración que no saben quién se las hizo pero buscan quién se las pague.

La sociedad hoy en día está compuesta por parejas que retrasan cada vez más el momento de tener hijos, se tienen menos y más tarde, por lo que los niños se convierten en una empresa importante que se debe gestionar de manera adecuada, se profesionaliza la paternidad y se ejerce de maneras sofisticadas, como anticiparse a las necesidades del hijo o invertir enormes cantidades de tiempo en buscar la mejor escuela, el mayor número de clases extra escolares, llenar a los hijos de experiencias en el menor tiempo posible, y otros desvaríos del ego parental.

¿Pero qué hacer como papás para contrarrestar esta inclinación social? La respuesta es simple: recordar que la familia es un sistema jerárquico, los papás deciden, los niños siguen. Los papás ayudan pero no resuelven, los dejan caer cuando pueden levantarse solos, para después curarlos y apoyarlos en su aprendizaje. Los juguetes son para que aprendan e integren la información, no para presumir el último juguete automatizado que no da para que la imaginación se desarrolle. Si desean algo que supere un presupuesto razonable (lo que el sentido común dicte según la edad y el mérito), enseñarles a ahorrar, motivarlos a hacer pequeñas tareas que les generen ganancias para lograr tener aquello que quieren.

Así que, a pesar de ellos, mis hijos tienen obligaciones en los quehaceres de la casa. La resistencia siempre es la misma pero sé que en algún momento dejarán de quejarse y harán lo que les toca sin repelos. Las obligaciones son mayores conforme crecen y les agradezco siempre que cumplan con ellas. Quiero que el día que salgan de casa, sepan cocinar (lo mejor que puedan), sepan mantener su espacio vital limpio y (si no es mucho pedir) ordenado, sepan planchar una camisa o un vestido, trabajen por lo que creen y quieren, pero sobre todo que no les pese hacerse cargo de ellos mismos, que se miren y se procuren bienestar. La ayuda doméstica en México es más accesible que en muchos otros países, pero que eso no los detenga para saber encargarse de su casa, su entorno y sus sueños.

Está en cada familia decidir qué quieren para sus hijos y actuar en consecuencia.