Pasividad y paz

19 de Abril de 2024

Héctor J. Villarreal Ordóñez

Pasividad y paz

Ante la adversidad existe el riesgo de la parálisis. Susan Sontag escribió en Ante el dolor de los demás que “la pasividad es lo que embota los sentimientos”. Luego de un fracaso o pérdida importante, puede sobrevenir un periodo de letargo emocional y pasividad.

El abrumador 53.2% de los votos para presidente, las mayorías legislativas, aún conseguidas con una dudosa interpretación de las reglas de sobre representación y los múltiples triunfos locales de Andrés Manuel López Obrador en 2018, dejaron a la oposición desconcertada y pasiva. El pasmo empeora con cada medición de popularidad que, a pesar de todo, arroja altos niveles de aprobación presidencial, 86% con tendencia ascendente, reportó la semana pasada El Financiero. Los sondeos apuntan también a que el calendario electoral de 2019 podría traer nuevos triunfos, incluidas dos gubernaturas en disputa, para AMLO y su movimiento político.

A dos meses y medio de gobierno lopezobradorista, la oposición apenas se mueve, es errática, inconsistente o guarda pasivo silencio. Quien ha desempeñado una responsabilidad púbica en años pasados y hoy habita en la oposición política sabe, así sea en el fondo, que López Obrador no bajó del espacio exterior (aunque quizá algunos de sus feligreses así lo imaginan), sino que es consecuencia directa de la corrupción, los errores, omisiones y fracasos ocurridos en los gobiernos anteriores. “La oposición está destruida, por sus propios méritos… los políticos mexicanos están hoy desbaratados por la popularidad de AMLO… Lo que hicieron fue corromper la democracia”, describió Héctor Aguilar Camín en una entrevista reciente.

Pero la autocrítica y la culpa no justifican la rendición. El país necesita como nunca de una oposición reinventada, honesta, con ideas, estrategia y capacidad de acción, no para obstruir por consigna al gobierno elegido por la mayoría, pero sí para advertir y combatir sus pifias y excesos, y hacer de contrapeso.

Son innegables los graves rezagos e injusticias en México, también lo son sus progresos democráticos y avances en diversos rubros. Hace falta refutar con inteligencia la simplicidad de la versión maniquea de la historia que cuenta el presidente y señalar la saturación y polarización que dispara en su homilía matutina y en el resto de sus disertaciones. En democracia, un presidente debe incidir en la agenda pública, pero no tomar control de ella. Sería oportuno que la oposición (la que aún esté dispuesta a serlo) ofrezca, por ejemplo, una contra-conferencia de prensa con datos duros y una nueva narrativa, que muestre que el país es complejo, que tiene matices y alternativas de futuro diversas, no un destino ya predeterminado por la secuela de héroes de monografía y villanos de película de enmascarados que hoy se perfila como la historia oficial.

Para empezar, en temas esenciales como el combate serio y urgente a la inseguridad y la violencia que lastiman al país, no puede validarse como un cheque en blanco el plan gubernamental de reformas legales, que en lugar de construir una paz sustentable, parecen encaminarse a la consolidación de una base clientelar, la militarización de actividades de interés público que nada tienen que ver con la naturaleza y vocación de las fuerzas armadas, y la penetración de una retórica moralina de frases hechas como que hay que portarse bien, porque los de arriba ahora son buenos.

No habrá paz duradera ni seguridad en México si no se enfrentan las redes de protección de los criminales, sin reconocer democráticamente los ámbitos de competencia y la función de las autoridades locales y sin tomar en cuenta a las víctimas. ¿Habrá para ello una oposición que logre superar su pasividad y hacer su trabajo?