Alertas desde Europa

19 de Abril de 2024

Héctor J. Villarreal Ordóñez

Alertas desde Europa

Cuesta trabajo creer que hace apenas 100 años se firmó el armisticio que puso fin a la Primera Guerra Mundial. Es el tiempo de vida de una persona tomando en cuenta que, aunque sin garantizar su calidad, la medicina puede hoy alargar hasta ese punto buena parte de las funciones corporales. Una mirada al mundo de 1918 sorprende, porque exhibe un planeta y una sociedad demasiado distintos y lejanos, casi incomprensibles sin la tecnología y los avances que hoy conocemos y usamos, sin pensar cuánto nos hacen más relativa, fácil y vertiginosa la existencia cotidiana. Azorados con las narrativas domésticas, no pusimos atención a las alertas del presidente francés, Emmanuel Macron, y la canciller de Alemania, Ángela Merkel, sobre el riesgo de nuevas catástrofes en este centenario del fin de aquella guerra, recordada bajo el Arco del Triunfo, en París, el pasado 11 del mes 11, frente a una de las principales amenazas del presente: Donald Trump. Macron llamó al nacionalismo -el mismo del que Trump se ufana como una de sus “cualidades”- una traición al patriotismo. Defendió el orden internacional construido tras la Segunda Guerra Mundial y criticó las posturas que sólo reivindican los intereses y visiones propios, desdeñan los de los otros y contraponen los miedos mutuos. Merkel, por su parte, advirtió de la amenaza contra la paz que hay en la escalada del nacionalismo y del populismo, que comprometen la cooperación y el equilibrio pacífico entre los intereses de los países. Dijo que “la paz que hoy tenemos, que muchos dan por hecho, está lejos de ser una evidencia y hay que pelear por ella en una batalla de cada día”. En lo dicho por Merkel y en la discusión pública global, nacionalismo y populismo, sin ser sinónimos, se mezclan y se encuentran en su carácter excluyente y su efecto polarizador. Jan-Werner Müller describe en “¿qué es el pupulismo?”, algunos rasgos que identifican a los liderazgos afines a esa forma de gestionar la política: el ataque sistemático a las élites, encasilladas como corruptas e inmorales; el antipluralismo, que se propaga bajo la consigna de que ellos y sólo ellos traducen y representan al pueblo, al que se asume como una masa homogénea, sin cabida para la diversidad. Además, la tendencia a adueñarse por completo del aparato (y la narrativa) del Estado, mediante el clientelismo de masas que suprime el papel de la sociedad civil en las democracias liberales. En línea con las preocupaciones de Macron y de Merkel, Müller refiere al populismo como “una forma degradada de la democracia que promete hacer el bien bajo los más altos ideales democráticos (‘¡Que el pueblo mande!”)… Los actores políticos que constituyen el peligro hablan el lenguaje de los valores democráticos”. Lo dicho el domingo en Europa merece oírse. La respuesta de Trump, días después en su enloquecida cuenta de Twitter, con todo y su estridencia y aparente eficacia comunicativa, refleja que rumió el asunto desde que le tradujeron los discursos, reitera su “nacionalismo” y la necesidad de estar alertas. No basta con disentir del relato populista; no sirve hacer marchas domingueras, tan exaltadas, polarizadas y excluyentes como los motivos de su protesta, que devienen en más dosis de arbitrariedad y que, sumado todo, acaban por nutrir la versión populista de una sociedad bipolar y confrontada. La sensatez, la mesura y las soluciones no llegan solas. Falta una reflexión profunda y resolver las causas que derivaron en los peligros que retan al presente y al futuro. Urgen contrapesos y nuevos referentes opositores. Defender seriamente las libertades, las instituciones y los derechos, es la única ruta para asegurar la convivencia y la paz que pretendemos.