Es indudable que la democracia, a pesar de que se le juzgue como imperfecta, sí puede ser un sistema adecuado para impulsar el desarrollo de las sociedades en un entorno civilizado.
Hay quien afirma que la democracia como sistema de gobierno es imperfecto, pero es el mejor que tenemos a nuestro alcance. El caso de las elecciones primarias para determinar a quienes serán los candidatos de los partidos Republicano y Demócrata en los Estados Unidos, ha dejado en evidencia la pobreza de los debates políticos y de las propuestas que enarbola la mayoría de los aspirantes. No obstante, lo más preocupante es la indolencia de gran parte del electorado estadounidense y de las dirigencias de los partidos que no manifiestan mayor preocupación por esta situación e incluso pareciera que disfrutan del “espectáculo”.
Situaciones como ésta generan dudas acerca de la efectividad de la democracia o bien, si al margen de la democracia como sistema, el problema de fondo es la pobreza de una cultura política que tiende a confundir la verdadera esencia de la contienda política y el derecho del electorado de reclamar propuestas creativas, viables y que generen mayor bienestar social. Es un hecho que la apatía y falta de interés en la actividad política de los grandes sectores sociales, es una enfermedad propia de la mayoría de las democracias, aun en aquellas que por el alto nivel educativo que han alcanzado no pareciera justificarse.
Más aún, el resurgimiento de movimientos y tendencias radicales y aparentemente superadas, hace todavía más evidente la incapacidad del sistema político estadounidense para producir ideas y alternativas para hacer frente a los problemas que enfrentan y para conservar su posición en la economía mundial y destacan la fragilidad del espíritu norteamericano que ha impulsado a esa nación a superar situaciones difíciles y sobre todo, que les ha permitido convertir en una fortaleza la pluralidad de orígenes de su población y contener, no siempre con bajos costos, múltiples problemas derivados de una convivencia compleja y llena de riesgos.
Es cierto que si bien el presidente estadounidense es el centro de la diplomacia y de la política, la organización del sistema acota sus márgenes de acción y con ello garantiza elementos clave para que la organización estadounidense, sobre todo la económica, preserve sus características y los grandes intereses, pero no puede negarse que aún con ello, la figura presidencial, su ejercicio y estilo es un factor de gran influencia en la definición de posturas y de estrategias diplomáticas de gran parte de las naciones del mundo.
Por lo anterior, no resulta un asunto menor y de interés para gran parte del mundo darse cuenta del alto grado de irresponsabilidad con la que se conducen muchos aspirantes y la tibieza de la sociedad norteamericana, que se muestra incapaz de reaccionar ante este hecho y se conforma con celebrar las ocurrencias de sus políticos.
Es indudable que la democracia, a pesar de que se le juzgue como imperfecta, sí puede ser un sistema adecuado para impulsar el desarrollo de las sociedades en un entorno civilizado, pero mientras esté en manos de políticos no sólo incompetentes sino francamente cínicos, muy poco podrá lograrse. Ya va siendo hora de que la sociedad deje a un lado su apatía y asuma un rol de mayor compromiso con su propio destino.
@jlcamachov