Dolor y Gloria: el cine es un recuerdo

25 de Abril de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Dolor y Gloria: el cine es un recuerdo

Extravagante, excesivo, delirante, melodramático. Todos esos adjetivos se han usado para describir la filmografía de Pedro Almodóvar, todos ganados a pulso en cintas icónicas como Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios (1988), Átame (1989), La Piel que Habito (2011) y más.

No obstante, ninguna de esas palabras sirve para referirse a su más reciente filme, Dolor y Gloria (2019), una cinta que sin duda está dentro del canon del autor manchego, que conserva los temas, las obsesiones, la identidad y los traumas clásicos de su ya larga obra, pero que ahora se nos muestran en una cinta sobria, elegante, sutil, madura y absolutamente personal. Es, sin duda, una de sus mejores películas.

Salvador Mallo (Antonio Banderas en una de las mejores actuaciones de su carrera) es un viejo cineasta retirado que padece toda serie de achaques que van desde dolores de cabeza y espalda hasta “dolores del alma”, como ansiedad y depresión. Una de sus cintas más celebradas, Sabor, cumple años de haber sido estrenada, por lo que se exhibirá de nuevo. Los organizadores del reestreno le piden su presencia junto con la del protagonista, Alberto (Asier Etxeandia), con quien el realizador terminó de pleito luego de finalizada la película.

Salvador busca a Alberto y este reencuentro (ayudado por las drogas que amablemente le facilita el actor) desata en Pedro (o en Salvador, como quieran) toda una serie de memorias sobre su infancia, sus padres y algún viejo amor.

Las claves de lo almodovariano están presentes: los colores vivos (aquel rojo en la cocina), la evocación al pasado, la madre como ser fundamental, incluso cierta referencia a Chavela Vargas. Pero lo más notorio son las ausencias: no habrá aquí el melodrama intenso, la transgresión temática ni las actuaciones intensas y siempre al borde. Por alguna razón —tal vez por el carácter meta de la película (y del cine) como vehículo de expiación— Almodóvar se despoja de todos esos elementos y, sin buscarlo, revela a un autor de nueva urdimbre: aquel que es capaz de cambiar de faz sin renunciar a su esencia, provocando la misma emoción (tal vez incluso más) que en sus anteriores películas.

El juego de espejos poco a poco se devela en una cinta claramente autorreferencial. Para Almodóvar el acto memorioso y la filmación de una cinta son actividades iguales: el autoengaño, la fantasía y el recuerdo son al final construcciones similares que, en el caso del director, han pasado del dolor a la gloria y de regreso.

@elsalonrojo