Con una tía paterna fui a ver “La guerra de las galaxias”; hubiera empeñado un brazo por una de las espadas con luz que vendían a la salida pero no había la confianza para insistirle a la tía en que me la comprara. En el cine Imperial 70 vi “Superman”. Un domingo tempranero para agarrar buen lugar como lo prefería mi padre. Nos gustaba el Imperial; era un cine majestuoso para los ojos de una niña de 7. Fuimos constantes asistentes hasta el día en que se declaró inutilizable después del temblor del 85. En el Holywood vi “Karate Kid”. En efecto soy de la generación a la cual inspiró su guion: “waxonwaxof; karate here, karate neve here”. En el “Corcel negro” traía una infección estomacal y me la pasé echando la comida en el baño del cine. Mi madre me la tuvo que platicar camino a casa.
Recuerdo los domingos de matinée con el abuelo, prefería las funciones tempraneras y nosotros el cine en cualquiera de sus presentaciones. Mis tíos Daniel y Raquel me llevaron a ver “Fantasía”, el Mickey hechicero y sus escobas nos metieron entre las butacas para luego salir entre hipopótamos danzantes. “Indiana Jones y los buscadores del arca perdida” nos convirtieron en aventureros del jardín y su música acompañó nuestras hazañas. “Back to the future” nos transportó en el tiempo; para “ET” necesitamos de pañuelos y una buena bicicleta.
Mi abuela me llevaba también a ver todas las versiones de “La risa en vacaciones” en el Diana, ella y todo el cine reía a carcajadas yo disfrutaba verla (a ella, mi abuela) y con eso me entretenía. Había un cine muy pequeño arriba del Comermex con la hilera mas larga de la ciudad, donde las posibilidades de quedarse sin boleto rebasaban siempre las de entrar. A “Gandhi” la mostraron en El Plaza, recuerdo lo que me impactó y la fila que rodeaba la manzana.
A “Cocoon” la vi en el cine Polanco. En esa misma sala el de adelante de la fila me echo a perder “The crying games” al explicarle en fuerte a su compañía que la película trataba acerca de un transexual. Años después en ese mismo lugar vi “Schindler’s list” tras los barrotes de mis dedos.
La pantalla grande también hizo un poco más llevadero el inicio de mi juventud. En el cine Tecamachalco (el peor de todos junto con el Sedena) vi “Pretty woman” y “Dead poet society”, la que se ha mantenido como mi favorita desde entonces, quizás por la forma en que marcó esa etapa de mi vida. En el cine Tecamachalco, además de la película, podías ver ratas cruzando, y si el único lugar disponible era el palco, dos horas de función te tenían con el cuello volteado.
En el Hermanos Alva vi, hace 23 años, a lado de con quién hasta la fecha comparto el refresco, a Gerard Depardieu protagonizar a Cyrano de Bergerac. Todavía sonrío al recordar. Hubo épocas en que nos echábamos la muestra entera. Los abonos y el tiempo libre nos hacían verlo todo: lo peor y lo mejor. El “tiempo real” que manejaban algunas películas de arte era motivo de risas y de ganas a veces de cortarnos las venas.
A “Como agua para chocolate” la vi en el Latino con el orgullo ajeno de sentir que el buen cine mexicano estaba de vuelta. En la Cineteca, más de una vez tuvimos que agarrar lugares separados por que era lo que había, y la primera fila nunca ha sido opción. Ahí vi, creo, “El sueño de Arizona”, y la nombré desde entonces lo peor que han visto mis ojos.
Vi “The Matrix” con mis sobrinos y la tuve que rever por que la primera vez fui la traductora del pequeño Benjamin y le perdí el hilo. “Pulp Fiction” nos obsesionó a la bola de amigos, y los muy aferrados compramos el guión para releerlo en las tardes de ocio. El cine Bella Época convertía a las películas en una especie de cine mudo, dado su equipo de sonido. Lo sabíamos, y sin embargo ahí vimos la versión anterior de “Los miserables” y “La mujer de Benjamin”, película que mi amigo Dan rebautizó como el “Átame” mexicano: “Amárrame”. Cuando mi primogénita cumplió 3 meses nos escapamos al cine donde pasados 15 minutos del inicio tuvimos que regresar a casa dado que la pequeña no paraba de llorar. Las siguientes visitas fueron menos frecuentes hasta convertirse en cine familiar, donde la importancia del sabor de las palomitas rebasaba el contenido de la pantalla. A Gabriela la llevamos pequeña a ver la última versión de “Los miserables”, “por que había leído el libro en adaptación infantil”. Cuando a Ann Hathaway le cortaron el pelo tuvimos que salir corriendo. A veces olvido el poder del cine y me trato de convencer de que los sustitutos caseros hacen bien su trabajo, hasta que las escapadas, cada vez más esporádicas, me confirman que no hay nada como la pantalla grande y cualquiera que sea su butaca El cine, una especie de vida paralela, ha transcurrido entre gritos al “cácaro”, palomitas de un solo sabor, ratas y ratones, largas filas, -ya no hay lugar - ¿y entonces como me vendió un boleto? y butacas rotas. Que se ha transformado en Combos que por un peso adicional se convierten en Super Combos, clicks para escoger tu lugar, ninguna sorpresa por que ya viste el trailler, y satisfacción “garantizada”. La vida sucediendo en el inter, o al revés.