El costo de la libertad

24 de Abril de 2024

Diana Loyola

El costo de la libertad

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“Libertad: Capacidad de la conciencia para pensar y obrar según la propia voluntad de la persona pero en sujeción a un orden o regulación más elevados”.

Hace pocas semanas tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida y, como toda decisión, ha tenido consecuencias. Podría dedicar páginas enteras sobre las cosas buenas y reconfortantes que han resultado de este viaje que emprendí, para conquistar esa libertad responsable con la que toda persona adulta deberíamos contar. Sin embargo, esta vez voy a dedicarle las letras a los tropiezos, a lo difícil, a lo que me ha hecho crecer y que, posiblemente, sea lo que más le ha aportado a mi proceso.

Si bien personas cercanas dicen apoyarme, la realidad es otra. Junto con los “te apoyo en tu decisión” vienen los juicios, los prejuicios y las opiniones. A final de cuentas, la vulnerabilidad que acompaña a los grandes cambios, nos deja un rato con la piel volteada y lo que menos se necesita es que nos hagan sentir más desamparados, culpables o enjuiciados. Así que la sana distancia (no sólo con familiares, también con amigos, conocidos y toda aquella persona que sólo reste energía o bienestar) y la consecuente soledad, se imponen necesarios y si, también dolorosos. Es básico saber que es temporal y que, como todo en la vida, pasará. La piel regresa a su sitio y tal vez más fuerte.

Estar segura de mi decisión me ha hecho aventarme ojos cerrados a la incertidumbre. Buscar mi desarrollo profesional, volverme independiente económica y emocionalmente, acomodarme al nuevo orden de las cosas, adaptarme constantemente a lo que va surgiendo… todo me hace vivir fuera de mi zona de confort, pero estoy descubriendo que ahí es donde está la vida, donde las oportunidades florecen, donde la creatividad se incentiva a cada rato. No puedo dejar de mencionar que también es agotador.

Cuando las cosas parecen no ir bien y nos topamos con falta de solidaridad o apoyo, es fácil engancharse y sentir rencor, enojarse y/o victimizarse, pero es ahí donde entra lo que yo llamo el plan mayor, que acomoda y alinea desde una perspectiva más amplia. Más allá de sentirme del club de los optimistas, acepto con humildad que cada evento es para mi más grande bien, así que pretendo desentrañar el misterio (a veces lo logro, a veces no) y ver lo que tiene para darme, para enseñarme, para pulirme. El rencor queda fuera de la ecuación.

La respuesta a la pregunta ¿Cómo estás?, se vuelve complicada cuando quienes me preguntan son mis hijos. Mi temor era que me sintieran vulnerable, triste o fuera de mi centro (tal como me siento a ratos), pero decidí que compartirles realmente cómo me siento les iba a servir más que si les mentía pretendiendo que todo está bien y en orden –tentador cuando piensas que eres su ejemplo y su sostén-. Pero creo que mostrarles que se vale estar mal, que los matices existen y que se puede trabajar en ello, les será nutricio en su educación emocional. Venimos a experimentar, no a ser perfectos o indolentes.

Finalmente, he tenido que aprender a poner límites más claros y amorosos, respetando al de enfrente pero sobre todo a mi, mis necesidades y siéndome fiel (es decir, sé que cuento conmigo y que no me meteré el pie, nada de autosabotajes). La consecuencia ha sido dura, pues la gente no siempre recibe bien que uno les muestre la línea que no deben cruzar y los vínculos se ven afectados.

El costo de la libertad es grande, pero cada día estoy más convencida de que vale la pena pagarlo. Y como diría Rubén H. Bolmene: “Yo soy yo, un ser completo aún con mis carencias”.

¡Hasta la próxima! @didiloyola