El dolor y la imagen

19 de Abril de 2024

Alicia Alarcón

El dolor y la imagen

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Parece que la tragedia no fotografiada o captada en video no existe. Si no es compartida en la red in statim no vale. Sin embargo, al viralizarse en la red tiene una caducidad. Es decir, tanto la noticia como la imagen duran mientras el morbo o la ira se amainan. O si sale otra noticia más importante que le robe reflector.

Retomando las entrevistas a Susan Sontag del momento en el que presentó su libro “Ante el dolor de los demás”, leo a la frase de “encuadrar es excluir”. Una imagen que nos muestra una realidad personal y subjetiva de quien la toma y de quien la presenta, que a lo largo del tiempo se convierte en la realidad única que aceptamos. Sin tener la menor intención de demeritar el valiente trabajo de quienes se juegan la vida para poder narrar una historia en un lugar violento o de quien toma un video de un asesinato de un policía desde un balcón, la verdad es que nos hemos acostumbrado a quedarnos con una sola versión. La que es cruda, sangrienta y la políticamente correcta. Nos hacemos partícipes de la cadena de hechos, testificamos y opinamos con base solamente en lo que vemos. Platicamos entre nosotros nuestro punto de vista. Debatimos quien tiene la razón. Nos enojamos si alguien se atreve a contradecirnos. Le ponemos todos los adjetivos que encontramos al alcance de nuestra maquinaria cerebro-lengua: intolerante, radical, izquierdista, izquierdoso, ignorante, mentiroso, inventón, farol, fanático. Y nos quedamos con la imagen de la realidad subjetiva ajena así como con la opinión presentada por los medios y la red, y lo peor es que la hacemos totalmente nuestra.

“La guerra no puede ser abolida... A los hombres les gusta la guerra” dice Sontag en un artículo del New Yorker (diciembre, 2002) citando a su vez a Virginia Wolf. “La guerra es una abominación que debe ser detenida, pero ni los pacifistas quieren que se termine”.

La guerra es parte de la naturaleza humana. Luchar por un espacio, por comida, por el apareamiento, por dinero y por el poder es parte de nuestra historia. En los tiempos recientes se ha intentado instituir el poder del diálogo y la conciliación sin éxito. Parece que los seres humanos estamos destinados a luchar entre nosotros por siempre. La diferencia del antes y después de la forma de hacer guerra es que el golpe era certero con catapultas y hoy lo es con la tecnología. En esos pequeños circuitos que hacen la diferencia entre millones de vidas que la utilizan. Hoy se puede hacer pedazos la reputación de cualquiera en las redes sociales en segundos: Se puede abusar de niños y de la violencia. Se activan armas y bombas a larga distancia. Se puede enaltecer la tortura, o ya en un caso de sociopatía, la figura propia. Somos los mejores promotores de nosotros mismos, a costa de lo que sea y de quien sea. Y en esta lucha, la guerra social crece de manera incontrolable. La violencia se fundamenta en ideas. En atacar a los extremistas y a los infieles a una religión. Llamamos libertad de expresión a burlarnos de cualquier creencia y no aceptamos bajo ningún motivo lo contrario. Nosotros somos intocables. Nuestras ideas son las únicas y las basamos en lo que hemos visto y en el deber ser. Como pensar que un musulmán no es violento lo cual parece imposible porque así nos lo presentaron. Nos radicalizamos al hablar del radical. Recibimos las imágenes y noticias que ya han sido filtradas para nosotros e insisto, las adoptamos como propias. Olvidamos ya como pensar por nosotros mismos. Al final, solo consumimos información que aunque parezca a la carta, ya está escogida por alguien más. Nos duele el dolor ajeno, pero solo mientras viene la siguiente tragedia. Total, el drama parece estar lejos de nosotros. Y cuando nos toca cerca y dura su tiempo aire, reclamamos el olvido inmediato del resto del planeta. Si, el video de un policía pidiendo por su vida y asesinado después ha sido viral. Pero aquí lo vivimos todos los días, lo hemos visto en video pero ya se nos olvidó. “Je suis Charlie”, pero también soy México y sus imágenes de dolor. Y las que no son imágenes con rating también. La guerra civil y moral que no vemos. Los números rojos ocultos. Los que defienden armados a sus pueblos porque ya no pueden más. Los políticos que tienen permiso de hacer lo que quieran. Los periodistas que por intentar narrar la corrupción desaparecen del mapa. La degradación en la que vivimos todavía no tiene una imagen única y asociable. Y la guerra capturada con cualquier telefonito nos mantiene en esta relación psicótica entre nosotros. La guerra es negocio. Y les gusta a los que viven de ella. Sontag también decía que no entendemos lo terrible que es la violencia y lo normal que se vuelve. Es lo que piensan los que se juegan la vida en presentarnos imágenes y esperan que nosotros por fin entendamos algún día. No es normal y jamás lo será. Aunque ya estemos acostumbrados.