El niño bien y el buleador

23 de Abril de 2024

El niño bien y el buleador

ILUSTRACION TRAMA 4

El sentido común decía que Macron no debía tener una relación estrecha con Trump, pero el animal político que habita en el presidente francés le aconsejó sacar provecho de la situación

La amistad como tal sonaría dispareja: uno es el chico nuevo del colegio con el que todos quieren estar. El de las buenas calificaciones, aplicado, consentido de la maestra. Ese que difícilmente se mete en problemas. El joven sensación llega con la confianza de saber que hace todo bien y que sólo las buenas amistades le convienen. De pronto, el bien portado se junta con los malos de la cuadra; sobre todo con uno. Los maestros no entienden la relación, pues uno sólo le puede traer desgracias al otro. Aun así, los dos estudiantes emprenden una relación poco convencional de la cual se sirven. Algo similar ocurre con Emmanuel Macron, presidente de Francia, y Donald Trump, presidente de Estados Unidos. Ambos mandatarios han emprendido una amistad que tiene a muchos especialistas y políticos intrigados. Ambos han irrumpido de forma única en la escena internacional, pero su camino ha sido completamente diferente; de esos que nunca se juntan ni se tocan, hasta ahora. Emmanuel Macron, si bien es conocido por la forma en la que llegó a la presidencia de Francia como un outsider, en realidad es un político formado en la política. Su carrera fue cuidada y vinculada para algún día llegar al puesto más alto de Francia. Si bien nunca ocupó un cargo de elección popular hasta llegar a la presidencia, Macron no es ningún extraño a la política. Por el contrario. Hombre formado en la Escuela Nacional de Administración, desde que terminó sus estudios ingresó al gobierno de Nicolás Sarkozy a través del Ministerio de Finanzas. Macron entiende perfectamente de gobierno y símbolos, de partidos, de política, de pesos y contrapesos, de poder y liderazgo. No hay que confundir el hecho de que Macron haya competido por la presidencia con un movimiento nuevo, En Marche, luego de la desastrosa administración de Francois Hollande a la que también perteneció, con que sea un ciudadano independiente alejado de la política: porque nada es más distante de la realidad.

›Recién ascendido al poder, Macron tomó desde un inicio a su antítesis, su némesis: Donald Trump. La llegada de Macron se dio en el contexto del triunfo de Trump en Estados Unidos y de la irrupción de Marine Le Pen y el Frente Nacional en la política y sociedad francesas.

Para el joven Macron la distancia que podía tomar de Trump desde un inicio era importante. Por ello, el discurso de victoria fue uno de unidad, globalización, apertura y liderazgo, contrario a lo que ocurre al otro lado del Atlántico en el continente americano. La decisión de Trump de salirse del Acuerdo de París, firmado por Estados Unidos, sirvió mejor a los intereses de Macron al momento: la diferencia entre ambos era aún más notoria. Macron se convirtió de la noche a la mañana en el rostro de la defensa del medio ambiente, de la apertura de comercial, de la compasión internacional y el progresismo político. Trump solamente servía como el diferenciado entre ambos políticos, los hombres del momento.

Un sondeo de The Washington Post-ABC News muestra una caída de seis puntos en la popularidad de Trump, de 42% en abril a 36% en julio.

La confrontación entre ambos fue notoria durante su primer encuentro en la reunión de la OTAN. Un apretón de manos que dio la vuelta al mundo, mismo que días después, Macron describió como un momento de la verdad entre ambos, en el que no se quiso quedar atrás para, desde un principio, marcar su línea de liderazgo contra un hombre que continuamente busca ser condescendiente con sus pares. No con Macron. Un hombre de símbolos, entiende bien la importancia de buscar imágenes que le favorezcan y hagan ver bien, fuerte, poderoso. El primer encuentro dio paso a una invitación de Macron a Trump para asistir al desfile de la Bastilla, el Día de Francia. Un gesto de acercamiento que sacó de balance a varios al interior de la clase política francesa, ante la intención de Trump de aislar a su nación del continente europeo y buscar rencillas con aliados como Alemania y México, el presidente francés optó por una acción conciliatoria: invitar a Trump a un desfile militar, quizá uno con el que siempre ha soñado Trump. Una jugada que resultó hábil por parte de Macron, que terminó por empoderar y recibir reconocimiento y cobertura internacional, a cambio de exponer a Trump como un mandatario ignorante, sin sentido de símbolos, en cada oportunidad que tuvo, Macron aprovechó para verse como un mejor presidente, un mejor líder, un mejor mandatario. El viaje a París para Trump estuvo enmarcado por momentos incómodos, bochornosos e infantiles. Mientras tanto, el presidente de Francia se encargó de verse presidencial y poderoso. Cada paso, cada gesto, cada palabra eran cuidados a la perfección por un Macron que sabía que los ojos del mundo estaban puestos sobre él y en la buena idea de invitar a Trump para inaugurar su presidencia ante Estados Unidos y el mundo. Por más que parezca una amistad dispareja, Trump es un amigo que sirve mucho a Macron: más de lo que Macron sirve a Trump. Suficiente es que le recuerde al mundo que uno no es otro: Macron no es Trump por más amigos que parezcan. De hecho, las visiones no podrían ser más diferentes. Terminó el desfile militar en París y la despedida entre ambos fue más que simbólica. Un incómodo apretón de manos que duró casi 30 segundos, que se convirtió en una lucha de poder por ver quién soltaba primero: al final, una vez más, Macron se llevó la partida de la imagen y el poder: es él quien llevó mano durante toda la visita, y quien logró que Trump se comportara como un adolescente perdido entre las filas y las cámaras. Una visita que dejó, por otra parte, encantado a Trump que se maravillaba con la cena para cuatro en el mejor restaurante de la Torre Eiffel o hasta con la esposa de Emmanuel Macron, Brigitte, de quien dijo estar asombrado por su maravillosa figura.