El París de Hemingway

18 de Abril de 2024

Luis Alfredo Pérez

El París de Hemingway

Hemingway

Tal parece que Ernest Hemingway tuvo claro desde un principio que algún día escribiría sobre el tiempo que pasó en París durante los años veinte del siglo pasado, cuando aún era un desconocido que quería ser escritor. Ahora sabemos que comenzó a trabajar en algunos sketches, como él mismo los llamó, estando aún ahí, y que en 1954, mientras se recuperaba del accidente aéreo que casi le costó la vida, volvió a darle vueltas a la idea.

Dos años después, como hecho adrede, el Hotel Ritz le envió dos pequeños baúles con apuntes y notas que había dejado abandonados por aquélla época en el sótano del hotel, y entre esos papeles Hemingway encontró sus sketches, que lo motivaron a retomar el proyecto de escribir sus memorias sobre esa época.

Trabajó en ellas hasta semanas antes de suicidarse, y se publicaron tres años después de su muerte con el título A Movable Feast. La primera vez que yo las leí fue hace unos quince años, cuando, tras varias semanas viajando de mochilazo y solo por Europa, me descubrí agotado, física y mentalmente, por sentirme turista en todas partes, tener que encontrar todos los días donde pasar la noche, cargar mis cosas, lidiar con los locales y encontrar dónde comer en cada ciudad a donde iba –– asuntos todos que en la mente de un veinteañero resultan muy románticos, pero en la práctica son agotadores.

Fui entonces a una librería de Madrid y, para mi suerte, ahí estaba el libro de Hemingway, que llevaba años buscando. Así que lo compré, me olvidé de lo que tenía que ver en esa ciudad, y me senté a leerlo un día entero en la Plaza de España. Fue una pausa en medio de los acontecimientos; sentí como si hubiera pasado la tarde con un amigo en un bar tranquilo y cálido, bebiendo cervezas y mirando gente interesante.

A Moveable Fast me impactó tanto, que nunca, ni cuando estuve en Paris semanas más tarde ni cuando volví varias veces en los siguientes años, fui a buscar ninguno de los lugares que menciona. Sabía que el París de Hemingway era diferente al París que yo encontraría, y no veía razón para dedicarle tiempo a la desilusión.

La semana pasada, sin embargo, me encontré de nuevo en la mítica ciudad, y decidí que era un buen momento para conocer por fin, al menos, la librería Shakespeare & Company fundada por Sylvia Beach en 1919, donde Hemingway no solo tomaba prestados libros sino recibía los cheques que lo mantenían a flote, y que ocupa un precioso capítulo de sus memorias (“Hunger Was a Good Discipline”).

Lo que encontré fue una metáfora. La actual librería Shakespeare & Company ni es la original ––que cerró en 1940–– ni ocupa su local: se llamaba Le Mistral, pero su dueño le cambió el nombre en 1964, supuestamente en homenaje a la original pero sin duda también en un movimiento genial de marketing. El hecho de que ésta no sea la librería que frecuentaban Ernest Hemingway, Ezra Pound, Francis Scott Fitzgerald, Gertrude Stein y James Joyce no le importa a las centenares de personas que la abarrotan todos los días, en una peregrinación que tiene más de turismo que de interés en libros.

Descubrí también que en el 2009 se editó la versión restaurada de las memorias de Hemingway. Resulta que la versión que hasta entonces conocíamos no fue la que él dejó preparada, sino una versión editada por su viuda y la editorial. Sin ser enormes, los cambios son significativos: el título se lo inventó ella, junto con la supuesta carta en la que Hemingway lo cita (!). Se incluyeron capítulos que Hemingway pensaba dejar fuera, se cambió su orden, se hicieron cambios en la prosa y se decidió por un capítulo final que Hemingway no había planeado.

Todo esto, sin embargo, al final importa poco; igual que la Disneylandia para adultos en la que se ha convertido París. Lo que las memorias de Hemingway reflejan no es una ciudad, sino un estado mental y espiritual. El esfuerzo que su autor hizo por encontrar un espacio para crecer y desarrollarse como escritor; un lugar donde, a costa de sacrificios, dispuso del tiempo para aprender a usar las palabras, apreciar el ritmo de las oraciones, comprender cómo se compone una historia.

De lo que hablan sus memorias es del deseo que orientó la vida de un hombre, y de su esfuerzo por hacerlo florecer.

Twitter: @luisalfredops www.lbrosllamanlibros.com