Las niñas bien: crónicas de la crisis

25 de Abril de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Las niñas bien: crónicas de la crisis

Más que una adaptación del famoso primer libro de Guadalupe Loaeza, Las niñas bien (Ed. Océano, 1987), la directora y también guionista Alejandra Márquez Abella (logrado primer largometraje, Semana Santa, 2015) usa como inspiración aquella recopilación de crónicas sobre la clase alta mexicana de la época para hacer su propio viaje al México de los 80, cuando los ricos emanados de la revolución institucionalizada vivieron en carne propia las crisis económicas producto de la torpeza, la corrupción y la ineptitud de uno de los gobiernos más terribles que ha tenido México: el de José López Portillo.

Sofía (impecable Ilse Salas) es el epítome de lo que Loaeza llama “niña bien”: mujeres casadas, con una gran casa en San Ángel, auto en la cochera, un marido que la mantiene, compras de ropa exclusivamente en el extranjero, chofer, criadas y cocineras, un ajuar maravilloso, alberca y, claro, la suscripción al “club”, lugar donde se encuentra con otras mujeres “bien”, como ella.

Pero la fiesta está por terminar. José López Portillo no encuentra la forma de revertir la crisis petrolera y a cada decisión hunde más al país. El llamado “milagro mexicano” está por fenecer y eso afecta a Sofía y a su marido, un heredero bueno para nada (Flavio Medina) que jamás supo llevar el negocio de su ya fallecido padre.

La devaluación es inevitable. Adiós a las compras en el extranjero (habrá que comprar en Palacio), adiós a las fiestas suntuosas (habrá que ir al restaurante a festejar el cumpleaños), pero lo más triste: adiós a las amistades que ya tras nuestras espaldas cuchichean y nos critican por pobres.

El colmo: habrá que hacer migas con la nueva rica del grupo (irreconocible Paulina Gaytán), aquella que no sabe nada de estilo, aunque su marido es de los pocos que no ha padecido la crisis.

Así, Las Niñas Bien es la crónica de un derrumbe que se anuncia todos los días en el noticiero de Jacobo. Mediante una narración fragmentada, de voces en off que parecen susurros, una edición caprichosa, música inquietante e imágenes fuera de foco, más que narrar una historia, Abella crea atmósferas que contagian la desazón por la pérdida del lujo más preciado entre las mujeres de la época: la sumisión y la obediencia. ¿Qué hacer ante un país que se derrumba?, ¿acaso salir allá afuera y trabajar?

Al final, no hay escape, pobres y viejos ricos sólo atinan a hacer una cosa: abuchear, denostar, burlarse de la torpeza de nuestros gobernantes como único recurso ante una historia que no sabemos si nunca volverá o acaso está a punto de repetirse.