El valle del Loira

25 de Abril de 2024

Diana Loyola

El valle del Loira

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El TGV (tren de gran velocidad) que nos llevó a la ciudad de Tours, llegó puntual a la estación. Una estación de trenes hermosa, construida con piedra caliza y en cuya fachada dos grandes arcos con vidrieras, dan una luminosidad y una sensación de ligereza y elegancia a la enorme construcción. Fue una grata bienvenida a esta pequeña ciudad, que sin más, nos regaló unos días preciosos.

Más tardamos en dejar las maletas que en ir a la oficina de turismo para reservar las visitas a los castillos del valle del Loira. Antes de la cena, tomamos un simpático trenecito que nos dio una vuelta de una hora por el antiguo centro, donde descubrimos casas maravillosas de tres y hasta cuatro pisos (hechas de madera y barro) que datan del siglo XIV. Cuando las evoco me cuesta creer que tengan alrededor de 700 años en pie, que muchas de ellas hayan sobrevivido a incendios, dos guerras y mucha historia. Son casas que parecen encimadas, no perfectas, cuyas fachadas tienen inclinaciones que hoy me parecen extrañas –pareciera que se inclinan hacia adelante o hacia atrás-, con una serie de ventanas pequeñas sostenidas en ocasiones por esculturas hechas en la misma madera que las encuadra. La planta baja de casi todas la ocupan restaurantes y comercios, y el tamaño de la plaza del antiguo centro es pequeño, supongo que para la época (alrededor del 1300) era suficiente, pero a mí me dio una sensación de estrechez. Cenamos crepas con cidra y de postre más crepas (esta vez dulces) y más cidra, ¡mmhh!. Al día siguiente (y los que vinieron después) nos entregamos a la gozosa experiencia que nos aguardaba.

En el Valle del Loira existen alrededor de 3000 castillos, de los cuales unos 150 son visitables. Hay castillos que fueron construidos originalmente como fortalezas, con torres, murallas y fosas defensivas; otros como residencias señoriales de campo, de construcción más reciente (entre los siglos XV y XVI) y todos, sin excepción, están envueltos en magia. El mobiliario es en su mayoría limitado, simple y de madera, pero habla tan claramente de la vida en esos tiempos… las sillas y bancas son generalmente bajas, pues la gente en la edad media difícilmente medía más de metro y medio de altura. Las camas cortas, pues dormían casi sentados por la idea de que sólo los muertos podían yacer extendidos; los grandes cofres en donde transportaban los enseres necesarios para una estancia temporal en el castillo (ya que pocos fueron habitados por largos periodos de tiempo); los gobelinos descoloridos por el tiempo y la luz; las numerosas y enormes chimeneas que recuerdan la absoluta necesidad de su presencia ante la crudeza de los antiguos inviernos sin calefacción… en fin, un viaje en el tiempo y el espacio que me llenó los ojos de belleza.

Iniciamos con el castillo de Amboise, magnífico, de piedra blanca, exquisito, y en cuya capilla se encuentra la tumba de Leonardo da Vinci (ahí está sepultado el cuerpo, más no el corazón que fue enviado a Italia). A pocos metros está el castillo de Clos Lucé (de menor tamaño que Amboise), donde da Vinci vivió los últimos tres años de su vida. Me causó una enorme impresión imaginarlo caminando por los jardines y la huerta que él mismo diseñó, él, gran observador de la naturaleza y genio indiscutible. Más tarde llegó Chenonceau, el imponente castillo que pasó de unas manos femeninas a otras por una historia de amor y después una de odio, envidia y celos. La favorita de Enrique II, Diane de Poitiers, siendo 20 años mayor que él pero de increíble belleza, recibió este castillo como regalo del rey. La reina Catalina de Medicis, a la muerte de éste, llena de celos y envidia por Diane de Poitiers, le obligó a restituir Chenonceau a la corona, para luego hacer grandes y suntuosas fiestas en él. Sus puentes que atraviesan el afluente del río Cher, sus magníficos jardines, el laberinto con el que cuenta y lo asombrosamente bien cuidado que está por dentro y por fuera, allende su historia, dan a este castillo un brillo y un lugar especial en mis recuerdos.

Se dice que Charles Perrault se inspiró en el castillo de Ussé para escribir La Bella Durmiente, y es que entre sus torres, sus pasillos, la vista que domina sus hermosos jardines y el bosque que rodea la parte trasera, es fácil hilvanar tramas y bordar historias –y que esto no le quite ningún mérito al señor Perrault-. Finalmente Langeais nos recibió con su puente levadizo, su aire de antigua fortaleza medieval por fuera y su patio interior de inspiración renacentista (época en la que muchos castillos se renovaron) y en sus jardines las ruinas de lo que se considera la torre más antigua de Francia, la Torre de Foulques Nerra. Langeais me dejó una huella muy especial por la representación de una escena de boda medieval, a tamaño natural (como comenté, personas muy bajitas), con ropa y zapatos hechos artesanalmente y un mobiliario original, que remite directamente a ese momento de la historia, alimenta la imaginación al tiempo que da datos precisos y preciosos sobre el acontecimiento.

Me quedó la sensación de que nos faltó mucho por ver, por oler, por sentir, por experimentar; pero ya vendrá otra ocasión de visitar y explorar más castillos. No puedo quejarme, la aventura fue tan vívida como excepcional.

La vida es buena y mi agradecimiento inmenso.

À la prochaine!!

@didiloyola