¿Es AMLO la respuesta?

19 de Abril de 2024

¿Es AMLO la respuesta?

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EJECENTRAL

ESCRUTINIO POLÍTICO | El blog de Lorena Becerra

La imagen de Enrique Peña Nieto se encuentra sumamente debilitada. Sus niveles de aprobación son los más bajos registrados en los últimos sexenios, igualados únicamente por Ernesto Zedillo entre 1995 y 1996. Según la última encuesta del periódico Reforma, el presidente está reprobado por la población en todos los ámbitos de su gestión –las calificaciones desfavorables superan a las favorables en cada dimensión de gobierno, desde salud hasta política interna. En algunos casos, como el de corrupción, economía, seguridad y narcotráfico, el porcentaje de personas que desaprueba la forma en que el presidente ha manejado el tema es hasta seis veces mayor que el de aquellas que lo aprueba.

Al estancamiento económico, el deterioro en el ingreso de las familias, y la falta de mejoras en materia de seguridad, se han sumado errores, escándalos y episodios graves que han mermado a la figura presidencial. Sin lugar a dudas, la fuga de El Chapo representa la última pieza que explica el derrumbe de la confianza que quedaba en la opinión pública hacia el mandatario. Hoy por hoy, el 84% de la población considera que hubo funcionarios importantes auxiliando al capo en su fuga y el 77% considera que permanecerán impunes. En el segmento de líderes, que al principio del sexenio otorgaba una calificación más alta a Peña Nieto que los ciudadanos, estos números son aún mas extremos y hoy le dan una calificación promedio de 3.3 en la escala de 0 a 10.

Estamos presenciando una de las principales crisis de confianza y credibilidad que ha enfrentado un presidente en turno en nuestro país. Y, a diferencia de Ernesto Zedillo, que fue impopular en su momento en gran parte por las problemáticas que le heredó su antecesor, Enrique Peña Nieto y su equipo agravaron sus propias circunstancias cometiendo errores garrafales de gobierno y manejo de crisis, mostrando una total desconexión con la realidad del país, e incurriendo en actos grotescos de corrupción. Esto convierte al Presidente en un pasivo para su partido y lo debilita ante la oposición para el trienio que le resta aún por gobernar. Si bien las elecciones intermedias son consideradas el principal referéndum de la gestión presidencial, el desgaste del Ejecutivo hacia el final de su sexenio influye significativamente en las posibilidades de triunfo del candidato de su partido. En las pasadas elecciones del 7 de junio, Peña Nieto ya registraba niveles bajos de aprobación, pero el PRI logró mantener su mayoría en la Cámara de Diputados beneficiándose tanto de su alianza con el Partido Verde, como de la fragmentación de la izquierda y la presencia de los partidos pequeños. Sin embargo, el escenario actual que enfrenta Enrique Peña Nieto no sólo lo convierte en un presidente lame duck (o meramente decorativo), sino que amenaza la fortaleza de su partido para los comicios de los próximos años, en particular los presidenciales de 2018. A pesar de que a futuro podemos seguir contemplando una pulverización del voto, la próxima elección presidencial se perfila como una que girará en torno a un candidato fuerte, más allá de las estructuras partidistas. El surgimiento de los candidatos independientes ya no es reversible y la viabilidad de éstos es cada vez menos cuestionable. En paralelo, el desgaste con el que ya cuentan los partidos tradicionales seguirá restándoles apoyo en tanto no presenten conductas nuevas y candidaturas creíbles. Es decir, en tanto sigan siendo considerados por la opinión pública como parte de un mismo sistema que actualmente se caracteriza por la corrupción y la incompetencia. En la derecha del espectro ideológico tenemos al Partido Acción Nacional que lleva una década inmolándose con pugnas internas, cuyo padrón ha sido diezmado, y que ha regresado a sus mínimos históricos en intención de voto desde 1991. Antes era el partido de los ciudadanos, pero esa bandera le ha sido arrebatada por las candidaturas independientes de manera irrevocable. Después de la derrota que sufre en 2012 y hasta la fecha, no ha logrado reconstruirse con un discurso de oposición real que exija rendición de cuentas al gobierno federal y que constituya una opción sólida para la ciudadanía. A pesar de que el resultado de la renovación de su dirigencia está cantado, no será fácil evitar un mayor divisionismo dentro de la militancia corriendo el riesgo de debilitar al albiazul aún más. En la izquierda, el Partido de la Revolución Democrática ya no alcanza los dos dígitos en intención de voto. Ha perdido sus bases de apoyo en la mayoría de los estados, salvo Michoacán, y la mayoría de sus gobernadores actuales se encuentran muy mal evaluados. Su candidato más fuerte, Miguel Ángel Mancera, no ha logrado sortear los retos de gobernar el Distrito Federal y ahora se encuentra minado por una problemática de inseguridad y mal gobierno que explica buen desempeño de Morena en la pasada elección. Los atributos de este partido han pasado a otros y ha dejado de ser el partido más cercano a la gente, el que se preocupa por los menos aventajados y el que brinda beneficios sociales a la población. Esto da pie a un reacomodo político que abre espacios a opciones distintas, ya sea otros partidos como Morena o Movimiento Ciudadano, o a candidatos fuertes que gocen del apoyo popular aún sin un partido. En este contexto, no deja de sorprender que López Obrador se perfile como puntero dentro de la misma encuesta del diario Reforma, por encima de la intención de voto de cualquier partido sin candidato, e independiente de la coalición que pudiera abanderar. A pesar de que arrastra un buen porcentaje de opiniones negativas desde hace tiempo, este político tabasqueño ha mostrado una capacidad formidable para reinventarse una y otra vez durante casi dos décadas. Y aunque lleva años en la escena pública, ha logrado ser percibido sistemáticamente como alguien ajeno al sistema político y que bien puede representar un cambio necesario para, al menos, un cuarto de la población de votantes según la encuesta. Esto no nos indica que López Obrador es la solución a la crisis de credibilidad del presidente, al reacomodo en el sistema de partidos, o a la ausencia de una oposición que vele por los intereses de la ciudadanía. Lo que sí nos indica es que las opciones con las que antes contábamos han terminado por agotarse. Nos indica también que el camino está trazado para que en 2018 la población apoye a un candidato que prometa cambios radicales, aunque riesgosos y que cuente con las características de un líder que, por ahora, todos los demás parecen carecer. @lorena_becerra