Insensibles no son, nomás culeros

20 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Insensibles no son, nomás culeros

MAURICIO

¿Es México un país racista? Durante buena parte del siglo pasado, la tendencia prevaleciente en el imaginario colectivo era pensar que México no era una nación donde la movilidad social estuviera en función del color de piel. Hoy estamos más conscientes de nuestro talante discriminatorio, e incluso se desdobla un creciente consenso en ciertos “sectores ilustrados” que lo consideran como un elemento toral para explicar el atraso del país. Lo cierto es que aún somos reticentes a aceptar que la discriminación es intrínseca a la iniquidad. En algunos círculos, incluso, segregar al otro es una práctica que se ejerce con cinismo para acreditar que se es superior a los demás.

La élite económica es fundamentalmente blanca (¿cuenta el ingeniero Slim como “morenazo”? No creo.) ¿Cuántos directivos empresariales de origen indígena conoce usted? En efecto: ninguno. Las élites políticas y culturales son más plurales, pero tampoco es para salir a bailar a las calles. En el libro Por eso estamos como estamos (RHM, 2011), el analista Carlos Elizondo Mayer-Serra relata que hace tiempo un amigo inglés le dijo: “No conozco ningún mexicano de la élite, en su sentido amplio, casado con una mujer con un color de piel más oscuro que el suyo”.

Cada vez que conozco a un extranjero que va a radicar un tiempo prolongado en el país, le pido que realice ese ejercicio: meses después, casi todos coinciden con el amigo de Elizondo. El racismo también se expresa de maneras engañosamente inocuas. Los juguetes de la marca Distroller, por ejemplo, buscan conciliar la imaginería popular (la iconografía y el pintoresquismo) con algunos estereotipos asociados con la clase media alta tradicional (el conservadurismo religioso y el impulso aspiracional). Resultado: la serie Virgencita Plis (cuya estrella es la virgen de Guadalupe más blanca que se haya visto jamás).

¿Cuánto pesa este concepto del “México blanco” como estado mental en asuntos tan variados como la satanización de los taxistas a causa del ingreso de Uber, la publicidad, el problema magisterial o el desdén por problemáticas en apariencia ajenas a las urbes, como la guerra contra el narco?

El racista aspiracional radicalizado jamás se expresa públicamente sobre una matanza como la de Ayotzinapa, pero no tarda ni dos minutos en extender su solidaridad en Facebook por masacres como la de París u Orlando, no sin antes señalar que es un “ciudadano del mundo” y ha vacacionado en esos lugares tantas veces que los considera su “segundo hogar”.

“Me pertenecen tanto como a sus residentes”, argumentan en las leyendas que acompañan sus fotos en la Torre Eiffel. Algunos sueñan con escapar al extranjero y, desde ahí, festejar que ya no tienen que soportar las vicisitudes de habitar una tierra tan jodida como la mexicana. Conozco a ejecutivos que, una vez instalados en Miami o Nueva York, abandonan la indolencia y se transforman en cronistas morbosos de la lenta destrucción de México en Twitter. Eso sí: cada tuit que lamenta una tragedia o un nuevo escándalo de corrupción va acompañado de un sentidísimo #meduelesMéxico. Insensibles no son, nomás culeros.