John Banville

19 de Abril de 2024

Luis Alfredo Pérez

John Banville

The Man Booker Prize 2005 - Winner Announcement

LONDON - OCTOBER 10: Author John Banville poses with his book “The Sea” which won the Man Booker Prize 2005 for novel at the Guildhall October 10, 2005 in London, England. Shortlisted novels for the 50,000-pound literary prize were: Banville’s “The Sea;" “The Accidental” by Ali Smith; “Arthur & George” by Julian Barnes; “A Long Long Way” by Sebastian Barry; “Never Let Me Go” by Kazuo Ishiguro; and “On Beauty” by Zadie Smith. (Photo by Chris Jackson/Getty Images)

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Chris Jackson/Getty Images

John Banville es un escritor irlandés, bastante conocido y apreciado como parte de la literatura anglosajona reciente. Entre los premios que ha ganado están el Booker, el Kafka, y el Príncipe de Asturias, y según los corrillos literarios se le considera para el Nobel.

Banville, a quien los críticos colocan en la estirpe de Nabokov, ofrece además un fascinante fenómeno literario: además de sus obras literarias, publica novelas negras con el pseudónimo de Benjamin Black, que construye de una manera completamente distinta. Las novelas de Banville, dice, son artísticas; las de Black, en cambio, oficio.

Pues bien, el jueves pasado el Centro de Escritura Contemporánea de la Universidad de Maastricht llevó a cabo su primer acto público, donde Banville se encontró a sí mismo como invitado de honor. Fue entrevistado por una estudiosa de su obra que vino desde Lovaina, leyó un par de párrafos de una novela que publicará en octubre, y luego contestó preguntas y firmó libros.

Al finalizar el evento algunos miembros del Centro de Escritura se adelantaron junto con él al restaurante donde se llevaría a cabo la cena de honor, mientras los otros miembros se quedaban a recoger y resolver algunos asuntos. Todo el público se había marchado ya, así que los organizadores miraban con cara de pregunta a un tipo que seguía ahí, como si tuviera algo que ver con ellos, pero al que nadie les había presentado.

Lo curioso es que, cuando los organizadores se marcharon a cenar, el tipo los siguió; todos llegaron al restaurante para descubrir, con horror, que la mesa donde Banville y los otros dos organizadores ya estaban sentados era para seis –– y ellos, advenedizo incluido, eran ocho. Al ver el dilema el mesero reaccionó como si le hubieran pedido un riñón para transplantárselo; pero obró magia, y ofreció trasladarlos a todos a la mesa de ocho que estaba al lado, tan vacía como todo el restaurante.

Luego ocurrió algo muy extraño. John Banville se sentó en la nueva mesa, a su derecha se sentó la académica de Lovaina y a su izquierda una poeta irlandesa, y todos los demás se sentaron alrededor de él, pero nadie enfrente –– como si la responsabilidad fuera mucha o la impresión muy grande.

Visto lo cual, el advenedizo fue a sentarse con gran felicidad ahí. “Mucho gusto”, le dijo a Banville, “Me llamo Luis Alfredo.”

“Mucho gusto”, dijo John Banville. “Te recuerdo por la pregunta que hiciste durante la conferencia.”

Momento en que el director del Investigación de la Universidad donde trabajo por fin aprovechó para presentarme a sus compañeros del Centro de Escritura: “Lo invité”, les explicó, refiriéndose a mí, “porque está investigando como las marcas utilizan historias alrededor de sus productos para crearles un aura.”

El resto de la cena descubrí, para mi sorpresa, que el único interesado en preguntarle a John Banville por asuntos relacionados con el oficio de escribir era yo.

Banville no sólo me contestó con amabilidad, sino con interés por las preguntas. A lo largo de la noche contó también anécdotas, nos habló de su familia, habló de lo mucho que extraña a Seamus Heaney, y preguntó con interés a cada uno de los presentes a qué se dedicaban.

En algún momento de la noche me di cuenta del extraño fenómeno que tenía ante mí. Un autor célebre se encontraba en una ciudad desconocida un jueves por la noche, rodeado por gente que lo admiraba y que por lo mismo, lo trataba con excesivo respeto; y sin embargo el escritor se comportaba de manera cortés, siguiendo las conversaciones, haciendo bromas y pidiendo al mesero que no se preocupara por haberle traído un plato equivocado.

Su disposición y su saber estar me dejaron pensando en todos los escritores a los cuales les basta publicar un par de cosas para sentirse intocables, una mezcla de dioses y estrellas de rock. Twitter: @luisalfredops www.librosllamanlibros.com