La Comuna del 68: “Nunca podrán doblegarnos”

25 de Abril de 2024

La Comuna del 68: “Nunca podrán doblegarnos”

La silente manifestación del 13 de septiembre y la ceremonia del Grito de Independencia en CU cimbraron a las autoridades del gobierno federal que mostraron otra faz de su intolerancia al invadir la UNAM

Esta no sería una manifestación más del movimiento estudiantil. No lo fue. Ni las consignas ni las arengas ni las exigencias se gritaron con megáfonos o con la fuerza de la garganta para que retumbaran en el Palacio Nacional. Por primera vez el silencio fue el estruendo que cimbró las puertas del despacho presidencial.

Una vez más la marcha partiría del Museo de Antropología con destino a la Plaza de la Constitución. Pero esta vez, los dirigentes del Consejo Nacional de Huelga (CNH) recomendaron a los asistentes que no portaran algún cartel u objeto alusivo a la figura de Ernesto El Che Guevara o del presidente Gustavo Díaz Ordaz, y todo debía hacerse en silencio.

En esos días el miedo entre los jóvenes seguía latente; ni un mes había pasado desde el desalojo violento de miles de estudiantes del Zócalo y de sus calles aledañas la madrugada del 29 de agosto

Ese viernes 13 de septiembre, al caer las cinco de la tarde, hora de arrancar la marcha, una tibia concentración de personas daba los primeros pasos por el camino sin retorno. El ambiente se sentía muy tenso, no sólo por la poca asistencia, sino por el vuelo bajo y atemorizante de un belicoso helicóptero que sobrevolaba la zona.

Lo inesperado ocurrió cuando apenas transcurrían unas cuantas cuadras, pues un gigantesco y largo Quetzalcóatl humano se desplegaba. Ya no eran 50 mil sino ¡100 mil! y luego más de ¡200 mil!, además de miles de personas que se apostaban por toda la avenida Reforma, Juárez y 5 de Mayo; sobre las banquetas, arriba de postes y árboles, balcones, ventanas y azoteas, que en su mayoría demostraban su apoyo con aplausos, vítores y puños en alto.

La mayoría de los que en ella caminaban llevaban cintas de aislar, pañuelos, paliacates, sobre y alrededor de la boca.

Era tal la emoción que se vivía que surgió un símbolo, una nueva arma diseñada espontáneamente, y con sólo dos dedos de la mano levantada: ¡La V, de la victoria!, ¡La V, de venceremos!, ¡La V, que sería el gran símbolo a partir de este momento, por el movimiento estudiantil.

Al llegar al Zócalo, despacio, con el brazo levantado empuñando la “V”, y el imponente silencio como procesión, parecía surgir un grito ensordecedor de más de 300 mil almas que volvían a estremecer los andamios de las viejas estructuras del poder.

Los manifestantes de llevaban cintas de aislar, pañuelos, paliacates en la boca como símbolo de mordaza

Junto a los estudiantes, campesinos, trabajadores petroleros y taxistas volvieron a salir a las calles. Decidieron que “el silencio sería más elocuente que las acciones, y las palabras que acallaron las bayonetas”, así lo resumía uno de los volantes que habían repartido. Otro más explicaba:

“Pueblo mexicano, puedes ver que no somos unos vándalos ni unos rebeldes sin causa, como se nos ha tachado con extraordinaria frecuencia. Puedes darte cuenta de que nuestro silencio, un silencio impresionante, un silencio conmovedor, un silencio que expresa nuestros sentimientos y nuestra indignación”.

Como corolario de la protesta, pendía a la vanguardia de la marcha un enorme retrato de Emiliano Zapata y la bandera tricolor sobre un autobús del Instituto Politécnico Nacional (IPN).

El periódico La Prensa manifestó: “no se notaron policías y soldados, excepto los uniformados que rodearon el edificio de la embajada de Estados Unidos en México”, pero 150 automóviles propiedad de manifestantes que se encontraban en el estacionamiento del Museo de Antropología e Historia y en calles cercanas “fueron seriamente dañados por agentes policiacos”, aseguró el editorial del 15 de septiembre de la revista Por qué?

Como cierre, Eduardo del Valle, alumno de Economía, pronunció uno de los discursos más emblemáticos de la movilización:

“Ante el silencio de las autoridades que aparentan no escuchar, esta marcha es la respuesta, el silencio contenido por la cólera que es producto de la injusticia, de la injusticia y la soberbia. Somos conscientes de que el poder gubernamental puede destruirnos usando sus tanques y sus soldados, pueden masacrar a los estudiantes y al pueblo, pero nunca, nunca podrán doblegarnos”.

De la resaca al estado de sitio

Todavía con la resaca festiva del éxito de la marcha, el movimiento estudiantil decidió mostrarse en pie de lucha y organizó para el domingo 15 de septiembre ¡El Grito, el verdadero Grito! en la UNAM y el Instituto Politécnico Nacional (IPN) en el Casco de Santo Tomás, en la Unidad Profesional de Zacatenco y la Vocacional 7.

En la mayoría de los medios de circulación nacional, la ocupación de Ciudad Universitaria era defendida como un acto necesario por parte del gobierno de Díaz Ordaz.

En Ciudad Universitaria y en el Casco de Santo Tomás se prepararon dos sendos templetes. Era un momento clímax del movimiento, lo que muchos pensarían que pudo ser la “Nación Alternativa”.

La lista de invitados para pasar a los estrados era impresionante: había músicos, poetas, escritores y toda clase de oradores, terminando por sobrepasar a la organización de los eventos. Ya nada se reglamentaba. Durante la noche, del norte al sur de la Ciudad de México se iluminaron dos cielos con luces multicolores, cohetones, bengalas y chifladores para dar paso al Huapango de Moncayo que imponente emergía para que después la Locomotora Nacional irrumpiera con las Reyes, Tariácuris, Vargas, Beltranes, Villas, Infantes y Negretes deleitaran a la concurrencia que parecía independizarse y ser verdaderamente libres por fin en su propia tierra.

El 16 de septiembre fue un día de asueto que se tomó el movimiento. La inmensa mayoría de los comités de lucha, brigadistas y delegados se habían ido a dormir tarde. Al día siguiente, reactivaron las brigadas informativas, los comités de lucha y asambleas. Aunque se rumoró una posible invasión del Ejército a Ciudad Universitaria, los alumnos consideraban que eso era difícil por la demostración de fuerza en la manifestación del silencio. Estaban equivocados.

“Graves daños”

Para Gustavo Díaz Ordaz la ceremonia del Grito de Independencia del 15 de septiembre en la explanada de Ciudad Universitaria era una demostración de que el accionar estudiantil había “llegado a extremos delirantes dentro de los recintos escolares”. La orden había sido dada.

A las 10 de la noche del 18 de septiembre, 10 mil soldados se enfilaban sobre avenida Universidad a bordo de decenas de tanques ligeros y vehículos artillados; acompañados por el 12º Regimiento de Caballería Mecanizado, un batallón de Fusileros Paracaidistas, una brigada de Infantería, una compañía del batallón Olimpia, dos compañías del Segundo Batallón de Ingenieros de Combate y un Batallón de Guardias Presidenciales, según un informe de la desaparecida Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) que constaba que todos los efectivos estaban bajo el mando del general Crisóforo Mazón Pineda.

No se trataba de un estado de alerta para defender a la patria, sino de tomar por asalto Ciudad Universitaria, donde las asambleas y comités de lucha se preparaban para la noche en el auditorio de la Facultad de Medicina y se llegara a resolutivos por parte del Consejo Nacional de Huelga (CNH).

Al ingresar el ejército, fueron desalojados los estudiantes que habían ocupado algunos edificios durante la huelga.

En total fueron detenidas 700 personas, entre funcionarios, empleados y padres de familia fueron detenidos y obligados a colocar las manos atrás de la cabeza y tenderse en suelo. Nadie opuso resistencia.

Carlos Monsiváis en El 68, la tradición de la resistencia, relata que los soldados con el fusil y la bayoneta calada bajaban la bandera nacional que estaba a media asta frente a la Rectoría universitaria. Trescientos capturados se levantaban para entonar el Himno Nacional, y aunque fueron nuevamente sobajados con la orden ¡al suelo, al suelo!, el himno no dejaba de sonar, incluso cuando eran subidos a los camiones.

Como justificación de la invasión , el gobierno argumentó que hubo “graves daños a los centros escolares”. Los reportes militares se referían a que en los edificios universitarios se encontró “propaganda subversiva, chistes en contra de las autoridades y retratos de Che Guevara, Mao (Tse Tung) y (Fidel) Castro Ruz”, muchas de ellas pintadas en puertas, ventanas, muros, paredes, escaleras y pisos, con las leyendas: “Lucha hasta morir”, “Volveré y seré millones”, “Ché Guevara”, “Únete a la lucha”, “Ahora el fusil”, “Marx”, “Si la victoria ya está cerca”.

Como una macabra ironía de la vida, mientras las tanquetas, Jeeps y camiones con las tropas de asalto invadían y violaban la autonomía de Ciudad Universitaria, por un altavoz en la Facultad de Filosofía y Letras, se seguía escuchando como acto de presagio ominoso y fúnebre, la voz del laureado poeta universal que acababa de morir, León Felipe:

Qué pena si esta vida

Tuviera (esta vida nuestra)

Mil años de existencia

¿Quién la haría hasta

el fin llevadera?

¿Quién la soportaría

Toda sin protesta?

¿Quién lee diez siglos

en la historia y no la cierra?

Al ver las mismas cosas

Siempre con distinta fecha

Los mismos hombres

Las mismas guerras

Los mismos tiranos

Las mismas cadenas

Los mismos farsantes

Las mismas sectas

Y los mismos poetas.

¡Qué pena que sea así

Todo siempre, siempre

De la misma manera!

Espiral de una semana Hacia la segunda semana de septiembre 1968, los estudiantes decidieron tomar de nuevo las calles, ahora con un acto que le gritaba su presencia al gobierno de Díaz Ordaz.

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Los campesinos solidarios

Un punto geográfico y político importante fue el poblado y su comunidad rebelde de los campesinos de Topilejo, que se había más que solidarizado, hermanado con el Movimiento Estudiantil. Cuando semanas atrás un autobús de pasajeros (en mal estado), había sufrido un terrible accidente muriendo varias personas y quedando heridas muchas otras. La compañía de la línea de dichos autobuses se negaba a pagar las correspondientes indemnizaciones y las autoridades no les apoyaba.

Bastó que una comitiva de campesinos llegara a exponer el caso a las asambleas de la UNAM, para que al momento diversos comités de lucha y sus brigadas estudiantiles se solidarizaran y movilizaran hacía el pueblo de San Miguel Topilejo, donde se daría una relación entrañable de ayuda mutua entre las brigadas que llegaban al pueblo para asesorar jurídicamente a los familiares llevando un mimeógrafo, papel y tinta a la comunidad para realizar un periódico que informara y concientizara a la comunidad sobre sus derechos.

Los Campesinos de Topilejo a cambio brindaban alimentos y hasta habían proporcionado una pequeña casa a los estudiantes de las brigadas que les iban a ayudar. La cual fue bautizada con el sugestivo e histórico nombre de Quinta-Rosa Luxemburgo, una emblemática y revolucionaria mujer Alemana, ya ciudadana del mundo y ahora fijado su nombre en el poblado campesino y rebelde de Topilejo.