La destructiva ilusión de la autoridad moral

24 de Abril de 2024

La destructiva ilusión de la autoridad moral

La iglesia católica flexibiliza su postura frente a la pena de muerte a cambio de amortiguar las críticas por el abuso sexual, pero su reputación de siglos está en juego

Durante los meses de verano de 2018 dos historias de la Iglesia católica saturaron los encabezados de los medios. Una de ellas se refiere a la crisis de abuso sexual que durante los últimos 20 años ha escandalizado a la Iglesia y cuyo encubrimiento salió a la luz en Chile, Australia y, más recientemente, en Pensilvania, en Estados Unidos. La segunda historia está relacionada con la decisión del papa Francisco de reconsiderar la postura del catecismo católico frente a la pena de muerte. Anteriormente, la Iglesia se limitaba a mantener un discurso disuasivo frente a la pena de muerte, pero las nuevas enseñanzas la condenan sin excepción.

Es necesario detenerse a reflexionar para entender el por qué están relacionadas estas historias.

Algunos comentaristas, especialmente los conservadores que critican la oposición de la Iglesia a la pena de muerte, sugieren que la revisión del catecismo tiene la intención de distraer a la atención pública del escándalo cada vez mayor del abuso sexual. Sin embargo, yo considero que hay una agenda oculta que muy probablemente busque una especie de reflexión en torno a los depredadores. Después de todo, si tenemos que ser clementes con los asesinos, lo que sigue es que seamos clementes con los padres que violan a los niños.

Selectiva. La pena capital fue legal en la Ciudad del Vaticano entre 1929 y 1969, establecida exclusivamente para el crimen de intento de asesinato al Papa, pero nunca se llevó a efecto tal pena.

Ed Mechmann, de la Arquidiócesis de Nueva York, se basa en su experiencia al haber trabajado como fiscal en casos de violadores de niños y asesinos para considerar que la nueva postura católica tiene la intención de “darnos una fuerte lección de misericordia”. Después de todo, explica, “incluso la gente mala está hecha a imagen y semejanza de Dios y… no pierde su dignidad inherente por haber dado la espalda a Dios y a sus leyes”.

Aunque la Iglesia le ha dado a mucha gente razones para cuestionar sus motivos, creo que es muy probable que sea más seria que oportunista en su oposición a la pena de muerte. La revisión no está alejada de la versión anterior del catecismo que hacía eco a la encíclica de 1995 del Papa Juan Pablo II Evangelium Vitae en su argumento de que la pena de muerte sólo se puede justificar como último recurso en los raros casos en que sea necesaria para defender el “bien común”. Francisco mantiene ahora que el desarrollo de un sistema penal más efectivo hace que ese recurso se vuelva innecesario.

Pero incluso si la Iglesia está asumiendo en serio esta postura, es muy probable que no sea coincidencia el momento en que se hace esta declaración. Aunque los líderes intelectuales de la Iglesia estén considerando que la misericordia para los depredadores pueda servir para distraer la atención de los escándalos, no tienen miedo del castigo en sí. Lo que les aterra es perder la autoridad moral, y están desesperados por reafirmar esta autoridad proclamando que es la Iglesia, y no los gobiernos seculares, los que deciden el asunto de la moralidad de la pena de muerte. Con esto en mente, sería interesante considerar la reacción frente a la forma en que se ejerce la autoridad, y lo que esa reacción revela sobre si la autoridad de la Iglesia todavía es confiable, para empezar.

Los cuestionamientos sobre la pena de mente son justificables, y existen consideraciones convincentes y racionales en ambos lados del debate. Por una parte, se argumenta que la gente que comete crímenes tan enfermos y terribles como el asesinato, no merece una vida en prisión; que merecen algo peor. Por otra parte, durante las últimas décadas, nos hemos enterado de varios casos en los que se ha ejecutado a personas acusadas de crímenes que no cometieron. En consecuencia, un interés genuino en la justicia requiere de un escrutinio cuidadoso, no sólo de la objetividad del sistema legal, sino también de los argumentos que se presentan a favor y en contra para otorgar el poder de la vida y la muerte.

¿Acaso la nueva postura de la Iglesia está tratando de ser más racional con estas consideraciones que compiten entre sí? No. En cada aspecto crucial, sus procedimientos tienen que ver con la autoridad. Se invoca el argumento de Juan Pablo II de que “ni siquiera un asesino pierde su dignidad como persona, y el mismo Dios ha prometido garantizarla”. En su defensa de la idea de que la pena de muerte no es necesaria para proteger el orden público, no se hace referencia a un estudio criminológico, sino a la explicación de Juan Pablo II de su encíclica. Se trata de una doble apuesta sobre el argumento de Juan Pablo II sobre la dignidad en sí misma, asegurando que el criminal posee “una dignidad que no se pierde, incluso tras haber cometido los crímenes más graves”.

No se explica de qué dignidad está hablando, o por qué se piensa que el criminal la posee, o por qué medios obtuvo la Iglesia una “conciencia más clara” de esto. Asegura que su doctrina de misericordia tiene el respaldo de “los Evangelios”, sin indicar qué pasajes de las escrituras o por qué esos pasajes tienen que tomarse como indicadores confiables de la verdad. Según se dice, la carta que explica la nueva postura fue elaborada por una subdivisión de la Iglesia llamada “la Congregación por la Doctrina de la Fe” una oficina que alguna vez llevó el nombre de La Santa Inquisición.

[caption id="attachment_962995" align="alignnone” width="800"]Letal. En 2017 se registraron 993 ejecuciones en 23 países. Se trata de
una reducción del cuatro por ciento respecto a 2016, según datos de AI. Foto: AFP Letal. En 2017 se registraron 993 ejecuciones en 23 países. Se trata de
una reducción del cuatro por ciento respecto a 2016, según datos de AI.
Foto: AFP[/caption]

La postura de la Iglesia se basa completamente en la fe, no en argumentos racionales. El único argumento que puede encontrarse tiene que ver con la intención de demostrar que la nueva postura no contradice la anterior doctrina de la Iglesia.

Ed Mechmann argumenta que la Iglesia siempre ha mantenido que la pena capital puede permitirse bajo ciertas circunstancias, y que sólo ha cambiado su evaluación de las circunstancias actuales. Los críticos conservadores reaccionaron con el argumento de que el sistema penal no puede haber cambiado tanto: no puede ser, dicen, que las cárceles fueran inefectivas en el pasado para alojar a los criminales y que ahora, súbitamente, sean suficientes para defender a la sociedad de cualquier agresión criminal. Y este punto es válido: demuestra que a la Iglesia realmente no le interesa que las circunstancias sean diferentes a las del pasado y que sencillamente está buscando una forma de racionalizar su cambio de postura.

¿A estos críticos conservadores les interesa la verdad? Resulta interesante que aquellos a los que he citado no argumentan en realidad que la pena capital sea necesaria en nuestra sociedad actual para prevenir una acción criminal. En realidad, sugieren que esto no es importante, que los criminales merecen una retribución justificada y que los contribuyentes no tienen que pagar para mantenerlos en prisión. Lo que sucede es que muchos conservadores cuestionan el hecho de que en realidad haya un cambio en la doctrina. A Michael Brendan Dougherty, redactor senior en la publicación conservadora The National Review, le preocupa que el cambio de postura dé lugar a “acabar con el argumento de la Iglesia de que es una institución digna de confianza y con autoridad para enseñar fe y moral”.

Liam Warner, de The Harvadr Crimson y colaborador también de The National Review, lamenta la implicación de que la Iglesia se equivocaba en el pasado, especialmente en edictos que justificaban la pena de muerte y que se publicaban bajo el manto de la infalibilidad papal. Pero si estos críticos piensan que es tan peligroso implicar que la Iglesia se hubiera equivocado en el pasado, ¿por qué no tienen problemas para señalar que se equivoca en la actualidad? ¿Por qué están más seguros de su infalibilidad en el pasado que ahora? Y si piensan que en principio están mal ahora, ¿por qué no cuestionan abiertamente el único principio que se invocó para defender la postura actual?

Estas preguntas surgen de las declaraciones que hicieron estos mismos críticos sin la intención de ser irónicos. Dougherty enfatiza que la última revisión se presentó con “autorización papal” como “un relámpago de Roma… sin consultar o sin la opinión de los colegios. Es chistoso cómo funcionan las cosas”. Es chistoso. ¿Tenemos que entender que hay algo malo en la noción de que el conocimiento puede obtenerse por medio de relámpagos?

Dougherty no cree que un individuo pueda decir que aprendió por medio de relámpagos, pero sí piensa que si un comité los interpreta está bien. Por difícil que sea tomar en serio esta actitud, es todavía más difícil cuando proviene de los conservadores religiosos. En su oposición al aborto, otra de las posturas justificadas por la dignidad inherente de la vida del embrión, aceptaron con alegría la encíclica del papa Paulo VI Human Vitae, que condenaba el aborto y el control de la natalidad, aún cuando Paulo VI adoptó muchos de sus apartados en contra de las recomendaciones de una comisión que formó el papa Juan XXIII. Y, de cualquier forma, casi cualquier texto religioso tiene como autor a un solo individuo que asegura haber visto uno de los relámpagos de Dios. ¿Por qué es más impactante pensar ahora que la doctrina de la Iglesia avanza por el mismo camino?

La moral religiosa siempre se ha presentado como una fuente de principios morales atemporales, universales y objetivos. De hecho, se asegura con frecuencia que sólo al abrazar creencias teístas se pueden establecer los fundamentos necesarios para un orden moral duradero. Recientemente, Dennis Prager (participante en los circuitos de radio hablada desde su punto de vista conservador), quien está furioso con la nueva postura católica frente a la pena de muerte, popularizó una versión de este argumento en un video que se hizo viral que asegura que sin Dios para decirnos que el asesinato es malo, el mal del asesinato sólo es material para opiniones subjetivas.

Pero el debate sobre la pena de muerte, que conlleva una obligación intrínseca de conocer la verdad, demuestra que las cosas no son así. Ya sea que optemos por que “no matarás” o por que “ojo por ojo” sea la verdad más importante, depende de afirmaciones subjetivas de que estos argumentos son fuentes válidas de conocimiento. Si realmente sabemos de la verdad, tenemos que tratar de fundamentar nuestra ética en un razonamiento moral coherente y en los hechos observables disponibles.

No encontraremos objetividad moral en argumentos que cambian continuamente sobre las revelaciones divinas. Los encontraremos si hacemos el trabajo difícil de contestar las preguntas de las que otros huyen. ¿Qué es dignidad? ¿Por qué la necesitamos? ¿Cómo sabemos que otros la tienen? ¿Por qué tenemos que preocuparnos de que la tengan?

Esto nos lleva de regreso al furor actual del escándalo por abuso sexual. Un comentarista conservador perceptivo, Jim Geraghty, se lamenta por el escándalo y asegura que la Iglesia finalmente “puso el dedo en la llaga de su propia autoridad moral”. Y concluye:

“La Iglesia católica en Estados Unidos va a recibir una lección extremadamente fuerte sobre el despilfarro de la autoridad moral. Éste no es un terreno poco definido ni una decisión difícil. Se trata de abuso sexual a niños. Si no se puede confiar en que la Iglesia hará lo correcto en estas circunstancias, ¿por qué habríamos de creer en su juicio en otras circunstancias?”

Sabemos ahora que, durante años, algunos periodistas y fiscales dudaron en investigar los sórdidos pero plausibles alegatos de violación y abuso debido a la percepción de autoridad moral de la Iglesia. Padres confiados dejaban a sus inocentes niños en manos de una institución que utilizaba esta percepción como capa y escudo. Cuando asumimos que la iglesia posee cierto tipo de introspección moral y autoridad, como hacemos cuando tomamos en serio un cambio en el dogma sobre la pena de muerte y otros asuntos éticos complejos, sólo estamos propiciando la misma actitud que no cuestiona nada. Pero, en primer lugar, nunca se tuvo que haber dado a la Iglesia ninguna autoridad moral porque su razonamiento reside en relámpagos de revelaciones, y apela a la sabiduría por inspiración divina que el resto de nosotros no tenemos razones para conocer.

Este texto se publicó originalmente en inglés en Quillette.com y Graciela González lo tradujo al español.

*Ben Bayer es miembro del Ayn Rand Institute, colaborador de New Ideal, profesor y doctor en filosofía. Pueden seguirlo en Twitter: @BenjaminBayer