#Ciencia | La dicha inicua de perder el tiempo

25 de Abril de 2024

#Ciencia | La dicha inicua de perder el tiempo

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Desde la física, la biología, la psicología y casi cualquier otra disciplina, los humanos llevamos mucho tiempo tratando entender cómo y por qué pasa el tiempo. Aún no lo logramos, pero lo poco que sabemos nos permite comprender que no todas las culturas tienen “prisa” o se obsesionan por el “porvenir”

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El maya yucateco (uno de los más de 30 idiomas mayas) es conocido por no tener tiempos verbales; ni siquiera los que consideramos elementales como presente, pasado y futuro. Tampoco tiene palabras que indiquen secuenciación temporal, como los adverbios “antes” y “después”. Y, sin embargo, los hablantes de maya yucateco no parecen requerir de ninguna de estas cosas para contar historias que implican el paso del tiempo.

Para dar a entender a qué fase del tiempo se hace referencia, este lenguaje tiene estrategias difíciles de comprender para quienes usamos tiempos verbales (y no olvidemos que en español alcanzamos, en ese sentido, el refinamiento del “pretérito pluscuamperfecto”, por ejemplo).

Una de esas estrategias es hablar de las cosas como reales o irreales. No es difícil apreciar que en la primera categoría está lo ya sucedido (pasado) y lo que está sucediendo (presente), mientras que en la segunda se pueden concebir las cosas que aún no han sucedido, que tal vez no sucedan, es decir las irreales, las que están en el futuro.

Para encontrarnos en el tiempo

Entender cómo cada quien concibe el tiempo es importante; tanto, que, por ejemplo, el Departamento de Comercio Internacional del Reino Unido y la revista Business Insider explican cómo las diferentes culturas entienden y “usan” el tiempo y cómo aprovechar ese conocimiento para hacer negocios con personas de distintos orígenes.

Así, para ingleses, alemanes o suizos, la puntualidad es mucho más relevante que para italianos o españoles; algo similar sucede de este lado del Atlántico entre los estadounidenses y los mexicanos, ellos valoran la puntualidad mucho más que nosotros.

Estas diferencias se notan, por supuesto, en el lenguaje. En español hemos ido apropiandonos de la metáfora “el tiempo es dinero”, que se usa mucho en inglés; pero difícilmente la llevamos hasta donde llega entre los angloparlantes. Tal vez podemos “ahorrar un poco de tiempo”, pero no llegamos a “gastarlo” (spend) ni a comprarlo (la expresión to buy some time se traduciría más bien como “ganar algo de tiempo”).

Sin embargo, independientemente del idioma, las metáforas que más hemos interiorizado para comprender el tiempo son las espaciales, y lo hacemos desde mucho antes de que la teoría general de la relatividad de Einstein mostrara que el tiempo y el espacio son en realidad una sola entidad.

En este periódico, por poner un ejemplo, se publican líneas de tiempo, mismas que, si son horizontales, transcurren de izquierda a derecha. Pero si lo escribiéramos en árabe o en hebreo, la línea iría en sentido contrario, porque así es como se leen esos idiomas. Las direcciones de arriba y abajo son menos universales, aunque en general el tiempo, como la gravedad, fluye hacia abajo… Aunque una línea de tiempo sobre viajes al espacio probablemente subiría.

Pero hay culturas que no conciben la izquierda y la derecha. Se puede decir que quienes sí lo hacemos tenemos un punto de vista egocéntrico del espacio: lo dividimos en lo que está “a mi derecha, a mi izquierda; al frente o atrás de mí”, nosotros mismos somos el punto de referencia.

En México, tzeltales y tzotziles (pueblos de origen maya, por cierto) son ejemplo de culturas geocéntricas; es decir, que toman a la Tierra como punto de referencia; más que hablar de izquierda, derecha enfrente o atrás, hablan de los puntos cardinales.

El extremo de esta concepción se encuentra todavía en algunas poblaciones australianas. La cultura Guugu Yimithirr, según cuenta Guy Deutscher en su libro Through the Language Glass (A través del cristal del lenguaje) no hace referencia a, digamos, “la taza que está a tu izquierda”, sino a la taza que está al sursureste; incluso, aunque tienen palabras para designar a la mano derecha y a la izquierda, sólo las usan para indicar propiedades intrínsecas de esa mano, como que tiene una herida, en cualquier otra circunstancia hablan de ella como, digamos, “la mano que está al noroeste”, por poner un ejemplo.

Las mayoría de las observaciones en que se basa Deutscher fueron hechas en los años 70 y en la generación de mayores de 50 años. Actualmente, los Guugu Yimithirr llevan años conviviendo con el inglés y, si bien tienen un sorprendente sentido de orientación, ya usan los términos izquierda y derecha.

Con otra cultura geocéntrica de Australia, la Kuuk Thaayorre, la investigadora Lera Boroditsky, de la Universidad de Stanford, reporta haber hecho el experimento de pedirles que ordenaran cronológicamente una serie de fotografías. Encontró que para ellos el tiempo pasa de este a oeste, como el Sol.

El tiempo en reversa

Rara vez la ciencia coincide con las ideas y creencias populares, pero en el caso del tiempo, en cierto sentido y sólo de manera muy general, hay una coincidencia peculiar: el paso del tiempo depende del “punto de vista” del observador.

Durante la mayor parte de la historia de la ciencia, el tiempo fue siempre la variable independiente; es decir, la que transcurría de manera constante e inmutable, los cambios se medían (y todavía se hace en la mayor parte de las cosas) en función del tiempo.

Sin embargo, la teoría de la relatividad de Einstein mostró que lo único constante en el Universo es la velocidad de la luz, que el tiempo no siempre es constante y que su transcurrir depende de la velocidad a la que se mueva el observador: mientras más rápido vaya, más lento transcurre su tiempo con respecto al de otro observador.

El dato. Aunque el idioma Tzeltal tiene palabras para izquierda y derecha, sus hablantes prefieren hacer referencia a los puntos cardinales, incluso cuando hablan de sus propias extremidades.

Esto lleva a la conclusión de que para las partículas de luz, los fotones, no existe el tiempo. Por eso, cuando por un error de medición se pensó que los neutrinos viajaban más rápido que la luz, la implicación era que entonces debían viajar hacia atrás en el tiempo.

Además de la relatividad, hay otra teoría física que permite entender un poco el tiempo: la termodinámica. De acuerdo con ella, los sistemas tienden a aumentar su entropía, lo que en general se puede entender como un aumento en el desorden o el desgaste.

Ir en contra de esa tendencia requiere mucha energía. Cada uno de los seres vivos, que somos un dechado de orden y complejidad, somos un ejemplo de eso. La vida en la Tierra es posible gracias a la enorme cantidad de energía que llega del sol, que atrapan las plantas y que los animales nos comemos.

Cuando el pasado existe

La cultura Aymara se desarrolló en los Andes, en torno al lago Titicaca su territorio está repartido entre Perú, Bolivia y Chile. Para comprender su concepción del tiempo hay que entender mejor una peculiaridad de la nuestra, una que se podría resumir diciendo “el futuro está adelante y el pasado atrás”.

Parece evidente, ¿no? Esta concepción también puede ser entendida como una metáfora espacial: el futuro es hacia “dónde” vamos y el pasado es lo que dejamos atrás al ir recorriendo nuestro camino.

Esta metáfora es esencialmente diferente a la que vimos antes. Y de hecho a veces las confundimos.

Un sencillo experimento hecho por Rafael Núñez, de la Universidad de California en San Diego, mostró que ante la frase “La cita agendada para el miércoles se adelantó dos días” algunas personas piensan que la cita se adelantó hacia ellas y por lo tanto se pasó al lunes; mientras que otras piensan que la cita se movió hacia el futuro, o hacia la derecha en el calendario, y por lo tanto la cita se pospuso para el viernes.

Los aymara son el único pueblo conocido que concibe el tiempo de manera que el futuro queda a su espalda y el pasado ante sus ojos. De hecho, pasado se dice nayra, la misma palabra que usan para decir ojo, vista y frente; consecuentemente, futuro se dice q’’ipa, palabra que también significa espalda y tras.

¿Sabías que? Nuestra forma de contar el tiempo viene, se cree, de la numeración sumeria que tenía como base el número 60. De ahí la cantidad de segundos que hacen un minuto, de minutos que integran una hora y los 360 grados que tiene un círculo.

El propio Núñez, analizando los gestos de los aymara además de su lenguaje, encontró el origen de esa forma de concebir el tiempo, y es posiblemente la más egocéntrica de todas, pero también la más honesta y confiable.

Cuando los aymara hablan del pasado, hacen referencia a los sucesos que presenciaron. Incluso, si no fueron testigos de lo sucedido, dicen frases como “Ayer mi mamá cocinó papas, pero yo no la vi”. Deben agregar esa última aclaración, si no presenciaron el suceso, de lo contrario son desacreditados como mentirosos. Y ante cualquier información preguntan por la fuente, por quién lo afirma, quién fue el testigo que la presenció.

El futuro, en cambio, no se ve, no se conoce, no existe aún, por lo tanto, se le da muy poco valor. Esta concepción hace que la forma de vida de esta cultura sea muy diferente a la nuestra: son muy pacientes, no tienen prisa ni hacen planes ni generan expectativas.

Pero, ¿y el presente?

Las culturas occidentales minimizamos el pasado; lo hacemos hasta en las expresiones idiomáticas. Por ejemplo, si un miércoles cualquiera alguien nos habla del “próximo lunes”, la mayor parte de nosotros entendemos que se está haciendo referencia al lunes que está a cinco días en el futuro y no al que está a dos en el pasado; haciendo caso omiso de que la palabra próximo hace referencia a la proximidad, a la cercanía. El lunes más próximo sería el que está a dos días sin importar que sea en el pasado o el futuro.

En cambio, nos la pasamos trabajando para el futuro: hacemos planes, nos ponemos metas, tenemos prisa, cumplimos con plazos... Quienes practicamos el oficio periodístico incluso hemos adoptado una expresión del inglés a nuestro lenguaje cotidiano: más que fechas u horas de entrega, tenemos deadlines, lo que literalmente significa línea de muerte.

En nuestras sociedades, la metáfora “se nos viene el tiempo encima” resulta muy adecuada.

El idioma aymara tiene un modelo de tiempo estático importante en el que futuro está detrás de la persona y el pasado está delante de ella… Lamentablemente, este raro patrón de interpretación lingüística y cognitiva puede estar desapareciendo (al menos en el norte de Chile), disminuyendo así la rica diversidad cultural de nuestro mundo”.

Tomado del artículo de investigación de Rafael Núñez y Eve Sweetser en la revista Cognitive Science de 2006.

Así que para concluir, e iniciar propiamente este año, me encantaría decir que deberíamos adoptar la concepción del tiempo de la cultura Aymara. O comportarnos como fotones (o budistas) y vivir siempre y solamente en el aquí y el ahora; o como suizos y cumplir con puntualidad nuestras agendas. O como sistemas en homeostasis termodinámica, trabajando cada instante para no caer en el caos. O como chinos, que en su año nuevo, el 25 de enero, van a detener el país para celebrar en familia y hacer la limpieza y renovación de sus hogares... Pero, obviamente, no puedo.

Como mucho, me atrevo a sugerir que en el futuro, cuando tengan un desencuentro con un socio o un cliente, cuando el primo llegue una hora tarde a la comida aunque le tocaba llevar la ensalada o cuando a su pareja se le olvide el aniversaio, piensen que tal vez esa persona tiene una concepción del tiempo diferente a la de ustedes. Y, por supuesto, que vean sus desencuentros del pasado con esos mismo ojos.

Feliz Año Nuevo.