La gran lección

16 de Abril de 2024

Diana Loyola

La gran lección

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Desde la ventana que tengo a mi derecha, Venus me acompaña. Esta noche particularmente obscura hace que brille magnífica, que no quiera quitarle la mirada de encima. Qué linda estrella, tan bonita. Me dan ganas de platicarle en silencio, con calma, pequeños secretos que he guardado estos días y que me hacen sentir dichosa: amo el brillo en los ojos de mi abuela al toparse con la novedad; me encanta la manera de mi mamá de transformar los inconvenientes en oportunidades; admiro la capacidad de ambas de adaptarse rápidamente a los cambios; pero sobre todo, guardo un profundo agradecimiento a la vida, por el enorme regalo de su compañía. Son mujeres que brillan por sí solas, son estrellas luminosas, como esa Venus que embellece todo el cielo.

No deja de maravillarme cómo este par de seres increíbles, disfrutan tanto la vida, cómo han aprendido a ser su propia luz, el camino que han tenido que recorrer (a veces obscuro, a veces doloroso) para ser dueñas de su propia felicidad. Hace poco una amiga me decía que estaba en el proceso de aprender a “cobijarse con sus propias cobijas”, es decir, de cuidarse, amarse y proveerse de aquello que le da felicidad. ¡Qué importante es saber hacerlo! Y sin embargo, no siempre es fácil. No a todos nos enseñan cómo amarnos, a veces crecemos con la idea de que seremos felices cuando tengamos algo o cuando tengamos a alguien; cuando el otro cambie o cuando las circunstancias cambien; cuando controlemos tal o cual situación… y pues no, por ahí no va la cosa.

Observar a mi abue cuidarse, escucharse y proveerse ha sido una de las mayores lecciones de vida que he tenido. En la visita a los castillos del Valle del Loira, ella avanzaba a su paso, tranquila, cuando necesitaba descansar lo hacía, cuando tenía sed bebía, cuando quería entender algo nos pedía amablemente que le tradujéramos, en fin, no se malpasó nunca. Caminó mucho, se cansó, pero todo dentro de sus límites (valga decir que es de buena madera, apenas le seguimos el paso), y algo que me conmovió, fue ver que se acompaña: no necesitó que algún miembro de la familia fuera con ella a ninguna parte, exploraba en libertad los castillos, los jardines y las tiendas. ¿Suena fácil, no?. Bueno, me bastó observar a varias personas de edad cercana a la de mi abue que requerían ayuda constante, que dependían de la compañía de alguien para caminar, para sentarse o para subir escaleras. Caras serias, con gesto duro o con reclamos constantes. Mi abuela sonreía.

Si tengo la fortuna de llegar a su edad (ya presume más de ochenta años), quiero hacerlo como ella, llena de luz, de sabiduría, de amor por ella misma, quiero ser dueña de mi propia felicidad, sin que ésta dependa de nada o nadie externo, quiero sonreír con la misma energía vital y animarme, como ella, a explorar nuevos mundos, nuevos universos visuales, gastronómicos y culturales sin aferrarme a lo conocido, con la apertura a seguir explorando, creciendo y abrazando la novedad sin importar la edad.

Amarse y ser fiel a uno mismo es la gran lección. No puedes estar solo si estás contigo. No puedes perder tu felicidad si viene de tu interior. Abue, soy tu fan.

À la prochaine!!

@didiloyola