La magia de Chiapas (parte II)

24 de Abril de 2024

Diana Loyola

La magia de Chiapas (parte II)

DIANA LOYOLA

Hace un par de semanas tuve la fortuna de hacer un viaje a Chiapas con entrañables amigas. Las visitas que hicimos a las zonas cercanas a San Cristóbal de las Casas, fueron experiencias ricas en todos sentidos. Una de las salidas que más impacto tuvo sobre mí fue la de San Juan Chamula. Mística, mágica, única.

Al llegar, el mercado nos obligó a apearnos y atravesarlo para poder llegar a la iglesia. En él, había lana recién esquilada y aún sin lavar, carritos donde vendían vasos con fruta, carretas rebosantes de rambutanes, artesanías de varias regiones de Chiapas, ropa bordada, juguetes de madera, madejas enormes de hilo grueso o estambre de lana, flores, copal, incensarios, pox o posh (aguardiente que se utiliza en los actos ceremoniales), refrescos, chicharrón, nanches frescos y en conserva, velas delgadas de muchos colores y tamaños, ambulantes ofreciendo joyas de ámbar, vendedores de gallinas… una energía vibrante y sorprendente.

Frente a la puerta del atrio de la iglesia, había carreras de caballos parejeras, jinetes con sus chalecos de lana negra y paliacates rojos al cuello, daban vueltas montados en caballos modestos. Ya dentro del atrio, músicos de banda entonaban melodías de fiesta celebrando a San Antonio. Las autoridades con chaleco de lana blanca, caminaban solemnes con mirada atenta.

Por pocos pesos, entramos en la extraordinaria iglesia de San Juan Chamula, no sin antes ser advertidas sobre la prohibición de usar cámaras o teléfonos. Con asombro vi que el suelo estaba completamente cubierto de ramitas frescas de pino, sin bancas ni sillas y a ambos costados del cuerpo de la iglesia, vitrinas con santos y frente a ellas, había mesitas repletas de veladoras encendidas. En los rituales que tenían lugar en ese momento, el sincretismo religioso se desplegaba en toda su expresión.

Repartidos sin orden aparente, grupos pequeños de personas se hincaban y colocaban sobre el piso velas de diferente tamaño y color, las encendían y rezaban, al tiempo que frotaban al enfermo (o persona a curar o despojar de malas energías) con una gallina viva, le escupían pox encima y le daban a beber cerveza, pox o Coca Cola, porque creen que en el eructo se van los malos aires y espíritus. Cuando el chamán terminaba el ritual, la gallina era sacrificada con un movimiento rápido.

En una de las esquinas de la iglesia, en un lugar semejante a un corral -espacio reducido bordeado con un barandal de madera- y con una pileta llena de agua bendita, un sacerdote católico bautizaba niños pequeños cargados por sus orgullosos padres, hacinados y sonrientes. El aire oloroso a copal, a parafina y ensuciado con humo de velas, hacía sentir la atmósfera de un sueño.

Creo que se necesita una mirada amplia y una perspectiva antropológica para poder entender estos rituales dentro de una iglesia católica. La fusión de los rasgos culturales es chocante, causa sorpresa y asombro.

San Juan Chamula es sin duda una energía, una mezcla de cultos, de elementos, de creencias, un misticismo que vive y ofrece salud y bienestar. Es de las pocas iglesias católicas en América en las que el sincretismo cabe.

Chiapas es un estado que respira, que comparte, que se ofrece. Lleno de maravillas, de gozos, de verde y de cultura. Hacen magia y honran la herencia.

@didiloyola