La vengadora anónima

19 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

La vengadora anónima

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Como me tratan, los trataré. Sépanlo. Si se refieren a mí con aires de superioridad o prepotencia, conocerán la venganza disfrazada de sonrisas y de aparente sumisión. Y sí, preocúpense, porque soy la empleada doméstica vengadora y llegué aquí para quedarme (perdonen que guarde mi anonimato, pero es por mi seguridad personal)

Las personas que trabajan en sus hogares, somos mujeres comunes y muchas veces tenemos que tolerar abusos y malos tratos. Ya basta. Mi lucha es por la dignidad del género y del empleo. Pero ya me cansé de seguir los canales oficiales, de tratar de convencerlos. Ya no estoy para ser testigo silenciosa de las injusticias y la falta de consideración para con mi gremio. Actuaré siempre en defensa de la gente inocente y contra quienes creen que pagar por un servicio, los hace inmunes a las leyes y al trato digno. Una a una, compañera por compañera, las convenceré, ya verán.

No tienen que preocuparse si nos tratan bien, pues serán tratados con cortesía y profesionalismo. Pero si nos tratan mal, me aseguraré que no vuelvan a dormir tranquilos después de que lean ésta, mi confesión. En especial, porque sabrán que somos una gran red.

Nos es que nos conozcamos entre todas, pero conocemos al menos a un par de la colonia y ellas conocen a otras más y así sucesivamente y con eso es más que suficiente para comenzar. Nos saludamos en el transporte. Platicamos en el trayecto. Y sépanlo, ninguno de sus secretos está a salvo. Sabemos quién engaña a su marido. Conocemos las calificaciones de sus hijos. Dominamos sobre quienes vomitan la comida. Notamos a quienes se drogan. E incluso, sabemos hasta cuáles de nuestros respetables y bien casados patrones, son asistidos con frecuencia por su fiel guachoma (empleados que la hacen de Guarura, Chofer y Mayate al mismo tiempo).

Cuidado si nos ordenan las cosas de mala manera, porque ya convencí a algunas compañeras de cambiarles de cajón sus cosas “delicadas”, para que misteriosamente aparezcan vibradores y juguetes sexuales a la vista —digamos en el librero de la sala o en el mueble de TV— cuando tengan visitas durante hna cena.

Si por ejemplo, nos gritan, les haremos perdidiza su ropa favorita. Quizás incluso la usemos un fin de semana y luego, aparecerá por ahí, en cualquier cajón. Si aparte nos esculcan la habitación o nuestras pertenencias, invitaremos a nuestros novios a comer su comida, beber sus güisquis y a darnos cariño carnal sobre sus camas y almohadas.

Y cada vez, seremos más sofisticadas. Nuestras venganzas serán más y más elaboradas. Por ejemplo, si nos pagan mal, diremos que nos pagan el doble y comenzaremos a enterar de los chismes o otras familias (y miren que hay cosas muy jugosas y jocosas que podríamos estar contando por ahí, como la rajada de canela que dejan algunos en sus calzones). Trátenos bien, de verdad. Recuerden que tenemos acceso hasta a sus cepillos de dientes…

¿Mi última venganza? Fue un entramado espectacular. El señor me llamó “bonita la chacha” y me nalgeó frente a sus amigos. Dos semanas después, un domingo, se bañó, se arregló y cuando llegó a desayunar a un restaurante, no podía enfocar la vista en la carta. Llamó entonces a su amigo doctor y vete rápido al hospital porque eso no está bien, puede ser un problema de infarto o tumor cerebral o algo peor o algo más. Lo internaron, estudios de sangre para quien le dan pavor las jeringas y todo salía normal. Entonces tomografía y resonancia con contraste. Noche en el hospital y mi amigo, no sabemos en qué estás mal. Hasta que al día siguiente, el especialista carísimo en neurología oftalmológica le quiere revisar el fondo del ojo y los nervios oculares, le detecta que tiene puestos dobles lentes de contacto. ¿Cómo? Sí, tiene dos lentes puestos en cada ojo. Es más, están pegados entre sí. Y entonces reparó que yo los puse en su contenedor con agua salina (agradezca que no tenía orina) y se los puso apenas se vistió. Obviamente, ya no estaba cuando regresó a su casa, pero desde la banqueta opuesta podrían haber escuchado mis carcajadas. Cuidado, les digo. ¡Tengan mucho cuidado en cómo nos tratan!