Las pescadoras*

18 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Las pescadoras*

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Éramos pescadoras.

Mis hermanas y yo nos hicimos pescadoras en enero de 2016, después de que nuestro padre se mudase de Ecatepec, una ciudad al norte de la Ciudad de México, donde habíamos vivido juntos toda nuestra vida. Su jefe, lo trasladó a una sucursal en Veracruz. Recuerdo la noche que Padre volvió a casa con la carta de su traslado; era viernes. Del viernes a sábado, Padre y Madre mantuvieron negociaciones susurradas, como sacerdotes en un santuario. El domingo por la mañana, Madre renació como un ser distinto. Había adquirido la manera de caminar de un ratón mojando, desviando la miradas mientras deambulaba por la casa. Ese día no fue a misa. Al anochecer del domingo, comenzaron a caer migajas de información del soliloquio de Madre, como restos del plumaje de un pájaro de penacho abundante.

—¿Qué clase de trabajo aleja a un hombre de la crianza de sus hijos? Incluso aunque hubiese nacido con siete brazos, ¿cómo podría cuidar sola de estas niñas?

A poco tiempo en que Padre partió y Madre estaba como fuera de sí, comenzamos a desdibujar su figura de autoridad y a cuestionar por qué faltaba comida en la casa, útiles escolares, medicinas para el dolor de panza, regaños por traer sucia la ropa y hasta dinero para comprar las cosas que Madre vendía en su puesto en el mercado. Entonces, nosotras nos liberamos. Dejamos nuestros libros debajo de la cama y salimos a explorar el mundo.

Nos hicimos pescadoras cuando mi hermana Juana, hizo estallar la nueva idea: una amiga le había platicado que sus padres vendían metales por kilo y que la mejor forma de obtenerlos, era del canal de aguas negras que cruza el municipio.

A mí se me ocurrió amarrarnos unos imanes a las piernas con un trozo de mecate, para sumergirnos en el río. Hay mucha basura, pero con suerte, encontramos anillos (a veces aún metidos en dedos humanos), cadenas, varillas, llaves, bronce, cobre y todo lo que se nos pegue. Somos un anzuelo humano. Claro que no es fácil. Son aguas negras, huelen mal y nos han hecho daño. Pero contribuimos con eso a no pedirle dinero a Madre y a tener un ingreso que ayude en la casa.

Yo perdí un ojo y dicen que casi muero por una infección de nuevas bacterias resistentes al medicamento, Manuela tiene tuberculosis y Juana, llagas en la piel. Eso es lo secundario que obtenemos de estar rodeadas de basura y cadáveres de animales y humanos, porque lo mismo tiran basura camiones ilegales, que esos que suelen desaparecer gente. A cambio, obtenemos como doscientos pesos diarios para nosotras. Nada mal, ¿no?

Con esto, ganamos mucho más que si nos ponemos a sembrar la tierra. Padre lo desaprobaría, sin duda. Pero él ya no está aquí y aunque sabemos que el río está maldito, es el que nos deja para poder comer en una comunidad donde no llegan los programas de ayuda social ni las promesas políticas de terminar con la pobreza. El problema es que cada día hay más ratas que se ponen agresivas por la rabia y más mujeres que quieren pescar en la zanja. Y tenemos que defendernos nosotras. Este es nuestro territorio maldito. Es nuestro río. Nosotras encontramos como sacarle provecho. Nosotras somos las pescadoras de este lugar abandonado por todo el mundo, menos la muerte misma.

*El presente es un hipertexto basado en Chigozie Obioma