“Volver a lo esencial”. Esta frase me ha venido ocupando la mente desde hace varios días, y es que la preciosa e invaluable visita de mi amiga Sofía me dio la oportunidad de echarme un clavado a re-significar lo que somos, más allá de lo que hagamos, de lo que tengamos o de lo que pretendamos ser.
A mi So (como yo la llamo) la conozco de la Universidad, cuando ambas estudiábamos la Licenciatura en Gastronomía y disfrutábamos –tanto como ahora- de los pequeños grandes placeres de la vida, como reír juntas. Fue natural hacernos amigas, las dos nos aceptamos y nos abandonamos a una amistad que ya cuenta varios lustros. Estos días compartidos en Lille, no sólo me hicieron volver a enamorarme de esta ciudad, sino seguir descubriendo callejones, atajos, tiendas y delicias culinarias. ¡En qué bonito lugar me vino a poner el Universo!. No puedo más que sentirme agradecida.
En uno de los paseos por la catedral de Lille, Cathédrale de Notre-Dame de la Treille (de lo poco que no me gusta de Lille, la restauración de la fachada me parece francamente fea), descubrimos una casita minúscula y antigua, con máximo tres metros de ancho, cuenta con tres pisos, un puente, una puerta y dos ventanas, sus techos de dos aguas la hacen ver encantadora; pintada de amarillo, pareciera confiar en su hermosura. Esta casita me marcó, me hizo imaginar cómo podía ser por dentro, la de generaciones que la han visto allí, entre dos casas que a su lado lucen enormes; la de historias que debe guardar entre sus muros… decidí entonces compartir una foto en mis redes sociales, sin imaginar que un comentario que me hiciera Joan Mateu vía Twitter, me lanzaría a un mar de reflexiones, lo cito textual: “suficientes (metros)… Nuestra casa que no es más que nuestro cuerpo mide bastante menos!!!”. ¡Cuánta razón!. Desde que nos mudamos a Francia había pensado que el hogar es donde estemos juntos como familia, sin importar país o temporalidad; donde anhelemos regresar después de un viaje o un día agotador de trabajo o escuela… Pero Joan vino a moverme de esa idea, la casa (coincido), no es más que nuestro cuerpo, donde quiera que lo llevemos, es donde habitamos; no hay necesidad de buscar fuera. Nuestro cuerpo es el lugar donde más cómodos, más seguros y más confiados creo que deberíamos sentirnos.
La amistad con mi So me hizo voltear y vernos; ella viviendo en Londres y yo aquí en Francia, han pasado los años, hemos formado nuestras familias, nos hemos dedicado (ambas) a otras profesiones que no son la gastronomía, hemos crecido, madurado, evolucionado… y seguimos riendo juntas; igual disfrutamos platicar sin respiro como el silencio compartido, y es que no importa lo que hoy hagamos, lo que hoy tengamos o a lo que nos dediquemos, cuando convivimos somos dos seres compartiendo.
La presencia de Sofía y la idea de Joan me regalaron algo muy valioso: la consciencia de volver a lo esencial, y lo esencial no viene de afuera. Es una invitación a seguir creando de manera más enfocada y consciente mi espacio interno, un lugar amoroso, de autoaceptación, un lugar seguro donde pueda vivirme con armonía, creativa, sensual, alegre o todo lo contrario, pero sin autojuicio o culpas, un lugar lleno de energía vital que me permita explorar emociones y sensaciones. Cuidar nuestra casa, que es nuestro cuerpo y estar bien en ella, para compartirnos de más y mejores maneras. En francés hay una expresión que me gusta muchísimo y que viene al caso: être bien dans sa peau, que quiere decir estar bien en su propia piel.
El hogar lo llevamos como caracoles, donde vayamos, juntos o separados, en familia, con los amigos o en soledad. La idea que hoy me surge es estar bien conmigo para poder estar bien con los que amo y con los que no, que mi propio bienestar dependa de adentro, de quien soy en esencia y no del exterior. Volver a lo esencial, pues.
Gracias Sofi. Gracias Joan. À la prochaine!! @didiloyola