Los Estados Confederados de Trump

25 de Abril de 2024

Los Estados Confederados de Trump

Políticas en primeros cien días, confirman que Trump está decidido a cumplir sus promesas

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Juan Pablo de Leo

El 9 de abril de 1865, el general Robert E. Lee del Ejército Confederado rindió su posición y armas ante el general de la Unión Ulysses S. Grant. La causa Confederada, para ese entonces, había perdido apoyo, fuerza y capacidad, luego de cuatro años de abierta batalla contra los estados del norte.

El partido Republicano de aquel tiempo, el de Lincoln, se enfrentaba a once estados sureños que se negaban a abolir la esclavitud y defendían su derecho a separarse de la Unión; veían el progreso e inclusión del norte como una amenaza a su estilo de vida conservador, tradicional y religioso.

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Luego de la derrota militar y política, Lincoln logró mantener la Unión a pesar de la guerra, siendo ello uno de sus principales legados en su corta, pero significativa presidencia. La narrativa de los derrotados en el sur, en cambio, dio paso a una sociedad melancólica que añoraba la supremacía blanca en tiempos en los que podían disponer libremente de los esclavos y en los que el sur no era supeditado al progreso del norte industrializado.

Donald Trump irrumpió en la escena política norteamericana con un mensaje simple y contundente que apeló directamente a esos sentimientos: hacer a Estados Unidos grandioso de nueva cuenta.

¿A la grandeza de qué época se refiere exactamente Trump? Al final no importa. Puede remontarse a la generación de la posguerra o ir tan lejos como la época prebélica de la Guerra Civil en los campos de algodón, cuando el viento soplaba tranquilamente en los pórticos que esperaban con una fría limonada que los dueños regresaran de los sembradíos. El mismo miedo a la diversidad e inclusión que llevó a una nación a la guerra es hoy el que domina al electorado estadunidense que se decidió por un candidato racista, acusado de nacionalista y supremacista como claramente lo es una buena parte de su base electoral.

Medios de comunicación y analistas se preguntan qué tanto del mensaje de odio y racismo de Trump llegará a la Casa Blanca. ¿Fue sólo una táctica electoral que se quedará en discurso o será la forma central en la que dirigirá su gobierno?

Las promesas extremas que planteó durante su campaña difícilmente podrán quedar olvidadas. La exigencia de mostrar resultados será inmediata y comenzar por lo más vulnerable resulta lo más sencillo. La amenaza que la migración representa para gran parte de la “América blanca” es una entrada sencilla que le ha ayudado a Trump a posicionarse ante ese sector extremista ultraconservador.

Ante los resultados electorales del 8 de noviembre, es difícil no pensar en las similitudes y analogías que la actualidad estadunidense tiene con los tiempos de la Guerra Civil. Más allá de la evidente polarización que se vive a nivel político y social, es innegable que el presidente electo llegó con un discurso intolerante y racista. Que el mensaje de populismo económico haya tenido la suficiente resonancia en el electorado como para llevarlo a la Casa Blanca no obstante su mensaje de odio, miedo y división es otra cosa. La sociedad estadunidense decidió dar un peso mayor a las promesas de prosperidad que ofrece Trump entendiendo que no están de acuerdo con su discurso o su forma de decir de las cosas. Ideológicamente su campaña, y por lo visto su gobierno, se acerca mucho a los ideales con los que se condujo la sociedad sureña estadunidense por décadas. A la de ese sur formado por Georgia, Tennessee, Alabama o Louisiana que votó de nueva cuenta por la supremacía blanca, por un Estados Unidos blanco y puritano.

La presencia de personajes como David Duke o Steve Bannon en el círculo cercano de Donald Trump resulta realmente inquietante. Desde principios de la campaña primaria en el Partido Republicano, Donald Trump aceptó el apoyo que David Duke, exlíder del grupo de ultraderecha, odio y supremacía Ku Klux Klan, públicamente le ofreció. La organización ha visto un aumento de su presencia en medios de comunicación y redes sociales a partir de diversos actos que han realizado en algunos estados de la unión americana. La candidatura de Trump con el discurso de odio ha legitimado de nueva cuenta alegatos y actos racistas e intolerantes como en los años sesenta en el sur o como cien años atrás en la Guerra de Secesión para terminar con la esclavitud. De nuevo ese sur, ese Estados Unidos rural que nunca se fue, vuelve a resonar como aquel libro Para Matar a un Ruiseñor de Harper Lee en el que Atticus Finch defendía a acusados afroamericanos en las cortes racistas de Alabama durante los 1950´s.

Haber elegido a Stephen Bannon como estratega en jefe, o a Reince Preibus como jefe de la Oficina de la Presidencia, denota con acciones la delgada línea sobre la que Trump está dispuesto a caminar cuando de relaciones raciales, tolerancia, inclusión y diversidad se refiere. La presencia de Bannon en la Oficina Oval ha provocado la indignación de los medios de comunicación y de diferentes grupos sociales.

Bannon es fundador del portal Breitbart News dedicado a la discusión de notas ultraconservadoras, ultraextremistas, nacionalistas y racistas. En sentido periodístico ha sido cuestionado, pero se ha convertido en una maquinaria propagandística de la ultraderecha como ningún otro medio.

Aún queda por designarse y anunciarse a la mayor parte del gabinete. Los generales confederados Stonewall Jackson o Nathan Bedford Forrest bien podrían haber reencarnado en Jeff Sessions o Rudolph Giuliani, cuyas posiciones políticas ya de por sí conservadoras y extremistas se han movido más aún a la derecha ante el fenómeno que ha representado la candidatura Trump y lo atractivo que ha resultado un mensaje como el que ha planteado el partido republicano durante esta elección presidencial.

La elección de Trump representa el regreso a los sentimientos nocivos que históricamente han dividido a los estadounidenses. Un mensaje económico proteccionista que apela a las mismas razones que en el siglo XIX los confederados utilizaron para emprender una guerra civil que dejó más muertos que la Primera y Segunda Guerra Mundial.

Las políticas que Trump pretende aplicar en sus primeros cien días, junto al equipo y tipo de personajes de los que se está rodeando para gobernar son un reflejo del marcado cambio y la poca experiencia. Si la historia se repite y sirve como advertencia de los errores, la experiencia Confederada bien puede ser augurio del futuro del movimiento que llevó a Trump a la Casa Blanca y que pretende retomar la “grandeza” de un Estados Unidos que ya no existe, pero que Trump insiste en restaurar: Los Estados Confederados de Trump.