Margarita Zavala es ella misma de manera análoga a la que Hilary Clinton es su propia definición de proyecto personal y político, es su propia distinción identitaria para efectos públicos y electorales.
Mujeres, capaces, maduras, relativamente independientes de sus poderosas biografías inmediatas, inteligentes, afables y precandidatas.
Es un dato relevante que sean esposas de expresidentes pero no es un elemento definitivo en sus biografías, especialmente cuando se quiere descalificar a la mexicana y calificar a la estadounidense. No hay ninguna razón Zavala es la inauguración, después del resultado electoral, de las mayores consecuencias del éxito de los candidatos que si distantes de la lógica normativa del partido al que pertenece, puede ser eventualmente una exitosa candidata independientes de entre los proyectados hacia 2018 provenientes de la “ciudadanización independiente” del proceso electoral.
Si antes era relevante el personaje que representa a un partido en la búsqueda de un puesto de representación popular, inclusive por encima de la “marca” del partido o de su estructura territorial, hoy lo es más intensamente a la luz de la experiencia de Nuevo León.
Adicionalmente, nadie puede acusar a un particular, ciertamente integrante de un partido, de actos anticipados de campaña, en un de las definiciones de entre las mil otras denominaciones de la jerga electoral que son tan limitadas como lo demuestra las campañas anticipadas de partidos y candidatos que en el 99 por ciento de los casos no implicaron la anulación de la candidatura y mucho menos la anulación dela victoria electorado.
Los políticos y el gobierno deberían estar siempre en campaña de obra y soluciones.
En el camino hacia 2018 la candidatura que inspire a la población, en contraste con aquella que decidan las cúpulas de los partidos, podrá ganar la Presidencia de la República.
Margarita Zavala se convirtió en esa posibilidad desde el momento en que le cerraron el espacio para ser diputada federal.
Se abrió el nuevo episodio de esa historia.