Confesiones de un espía

24 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Confesiones de un espía

1 zolliker

A ver, chillones, déjense de quejar. Soy un viejo empleado de una agencia de inteligencia y se los garantizo: todos los gobiernos espían. ¿Qué nunca vieron James Bond? ¿Ninguna película de esas? De eso a que los investiguen por tener un blog, por criticar al gobierno en sus redes sociales o en sus columnitas, no mamen. No sean egocéntricos ni se crean más de lo que son. Para empezar, espiar a alguien es sumamente costoso y más si se trata de un espionaje cibernético. No miles. Más bien, cientos de miles de dólares. Y, pues, de ustedes que se sienten perseguidos, no los valen. Siento decírselos de forma tan ruda, pero no se agranden porque no nos interesan ni sus conversaciones ni sus amoríos ni sus pláticas de café en las que creen que arreglan Chiapas donándole recursos o tiempo al EZLN o el combate a la pobreza. No sólo se trata de los millones de dólares por el costo del software, sino de cientos de miles invertidos en el personaje espiado y del seguimiento a cada caso. Digamos que nos otorgan una orden judicial para espiar el teléfono de un sindicalista. Él inventa claves con sus colegas y cuando quieren hablar de la maestra Elba Esther, su alias es “caca”. Entonces se manda un SMS a un teléfono del líder con un mensaje atractivo. Digamos que es lo suficientemente bruto como para caer y dar clic en el enlace y que le puedan instalar el software Pegasus o similares. Hay varios que también se venden al crimen organizado, no se hagan como si la virgen les hablara. Aclaremos, si tienen submarinos y aviones, el software es una nimiedad. Y sin el conocimiento de una persona entrenada, bien capacitada, con conocimientos en criptografía y sobre todo en los antecedentes de este líder sindical, nada sacarían de una conversación de WhatsApp que dijera algo como: “Fui al baño esta mañana. Mi caca la vi medio amarilla. Se me hace que es cuestión de que empeora la salud y los médicos no quieren atender a propósito, ya sabes cómo son de ojetes”. O algo como una instrucción directa de apoyo político “mi caca en la mañana se parecía a un delfín”. Déjenme les explico. La gente realmente poderosa, a la que realmente hay que espiar, sigue sus propios protocolos de seguridad. Se cuidan. Se saben vigilados. Hablan en clave. Combinan textos, radiofrecuencias abiertas y privadas, mensajes con voz, con audios de canciones, con teléfonos calientes que compran en tianguis. Como esas llamadas en las que el líder de un partido se pone de acuerdo sobre dinero con un gobernador, combinando audio, mensajes de texto, y Whatsapp, y eso sólo es hablando de un aparato oficial que saben que puede ser rastreado con los códigos ilegales que se descargan en sus juegos móviles. Les digo, se los repito, no se agranden. Los espiados con esa metodología son pocos y salen muy caros. ¿Quieren saber quiénes son? Imposible. No hay forma. Ni los que pagan el software lo saben. Los mandos desarticulados funcionan así por una razón. Pero ojo, tampoco se compliquen la vida: tenemos formas mucho más simples de espiar a personajes de menor importancia: cuando dejan encargada su computadora portátil en el valet, con un quinientón nos abren el coche y les sacamos toda la información en una USB. ¿Qué? ¿La tienen encriptada? Pues más fácil y muchísimo más barato, es enviar a un par de gorilas a robarse la máquina, que contratar un software espía o un hacker. ¿Que desconfiamos de algo que tengan en su celular? Les espiamos en las redes WiFi públicas a las que se conectan. ¿Por qué se cuidan en WiFi? Simple, también. Los bolsean en el Metro o en la calle o de plano los asaltan junto a varios en un restaurante. Ahí podemos saber todo sobre ustedes, los microrrebeldes. Y ahí sí, ni orden judicial ni quien se entere de nada. ¿Comprenden? Así que dejen de armarla de pedo por todo y entiendan que de aquí a China, pasando por todo país del primer mundo, parte fundamental del Estado, es protegerse y proteger a sus ciudadanos, espiándolos.