Historia de un pacto

25 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Historia de un pacto

1ZOLLIKER

–¿Estás completamente seguro que no tendremos problemas?

– Sí, jefe, seguro.

–El águila no puede correr riesgos. Si algo pasa, si lo captan en una cámara de seguridad, si le toman una foto, si le graban un audio, te juro por todo lo sagrado de Cristo, que yo mismo te desollaré vivo –le dijo con una escalofriante seriedad. –Yo no amenazo, pendejo. Yo advierto y cumplo…

–Lo juro, jefe –respondió tratando de ocultar su temor– esta prisión la tienen completamente controlada mis camaradas.

En pocos minutos, un par de camionetas Tahoe negras que flanqueaban una Suburban blanca, se estacionaron dentro de un taller mecánico. De los vehículos descendieron unas cinco personas que caminaron hasta la puerta trasera de un pequeño restaurante colindante, de tipo argentino. Unos se adentraron, otros, verificaron el perímetro. El jefe de ellos, después de revisar hasta la cocina, salió del lugar y asintió. Entonces “el águila” se bajó trabajosamente de su blanca camioneta, caminó el trayecto con cierta pesadez en su respiración y se sentó en una mesa en particular (la única que tenía mantel rojo a cuadros).

Con un caminar más lento y pesado que el suyo, llegó ella. Al parecer entró por un túnel que da a la cocina. Portaba una máscara de oxígeno y le seguía un guardia de prisión con un delgado tanque metálico montado sobre rueditas. Les hizo un ademán, para que los dejaran solos.

–¿Estamos seguros? –preguntó él.

–No te preocupes –contestó ella quitándose la máscara de oxígeno, mientras miraba que su interlocutor traía las uñas pintadas de blanco.

–Pues bien, entiendo que tu tiempo esté limitado…

–Y que no quieres que te vea nadie conmigo –interrumpió ella.

–También. ¿Qué te parece que dejamos nuestras viejas rencillas para unir esfuerzos en el estado?

–Me atacaste mucho y por muchos años.

–Lo sé, maestra. Y viceversa. Me reventaste varias veces –agregó él–. Pero nunca hemos sido víctimas. Afrentamos nuestras consecuencias.

–Es cierto –contestó ella– pero ahora tenemos un enemigo en común que está destruyéndolo todo, son peor que un tsunami sobre el país. Todo lo que tocan, arruinan.

–Adversario –le corrigió, él.

–Tú llámale mierda a la caca o caca a la mierda, para mí, siguen siendo la misma sustancia y sin importar el nombre, apesta por igual… En fin, el asunto es que nos han atacado sin clemencia y tienen al país de cabeza. Y míranos a nosotros –le agregó después de dar una bocanada de oxígeno artificial– nunca hemos estado tan mal de salud.

–Se nos está acabando el tiempo –agregó él.

–¿Tendremos oportunidad?– le cuestionó ella con absoluta seriedad. Como si con ello se fuese a jugar el todo por el todo en una sola última apuesta, en un solo caballo al final de la jornada.

–Estoy convencido.

–Pero tú ganas aun si pierdes. No es mi caso –replicó ella.

–Te doy mi palabra que te protegeré, pase lo que pase– le dijo mirándola a los ojos.

Ella le hizo un ademán al guardia que se aproximó para ayudarla a levantarse. Él se puso de pie también. Y justo antes de partir, ella le dijo: pero me sacas de aquí. Y así, se despidieron con una leve reverencia y cada quien volvió por el camino andado.

@Zolliker

J.S. Zolliker le roba a la realidad una licencia para novelar diversas situaciones, muchas veces cómicas y otras tantas agrias, violentas y crudas.