Somos otros

23 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Somos otros

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Cuando un asunto mayor nos azota, saca lo peor y lo mejor de nosotros. En México tenemos más buenos que malos. Agotemos: hay culeros robando en edificios desocupados, asaltantes que te disparan por un teléfono celular, gobernadores que quieren lucrar con la ayuda de la sociedad civil. Pero, ¿cuántos son? Cuéntenlos. Una minucia. Ahora cuenten cuántos nos hemos volcado a las calles para ayudar. Para hacer algo, organizar medicamentos, conseguir bolsas de plástico y tejer colchonetas. Comprar material. Meterse a rescatar gente —o cadáveres—, entre escombros y túneles minúsculos bajo losas que se puedan derrumbar en cualquier segundo y matarte. Otros tantos que se ponen a preparar y repartir comida y agua. Apoyar —todos— en la medida de nuestras posibilidades. Y es que estamos todos en duelo. De la tortera que murió bajo el edificio que se desparramó, hasta los vecinos de colonia que nunca vimos en la frutería, porque todos formamos una especie de unidad donde compartimos sin siquiera vernos y todos vivos, compartimos el mismo aire, inundaciones, días soleados y desastres. Somos un pueblo colonia (porque seguimos viviendo en colonias que nos definen y nos dan sentido). En fin, que estamos en duelo en nuestro sistema. No funcionamos igual, no respiramos lo que antes. Y necesitamos entender que somos otros. Que nada es igual. Ni nunca lo será. Porque nunca, nunca, jamás, seremos quienes éramos antes del siniestro y nunca, nunca, jamás, volveremos a estar como antes. Pero, esto es muy, muy serio: necesitamos volver a la “normalidad” aunque sea algo que no conocemos del todo. Hay que volver a las rutinas. A perder el miedo a trabajar en un onceavo piso. A volver a la cotidianidad. Nos urge. Por salud mental. Por intentar ser un recuerdo de lo que fuimos. Por evitar encharcarnos porque en la hondonada, donde nada se mueve, es donde nacen los mosquitos con malaria. Hay que comenzar a reírnos de los chistes (sin ser insensibles como el que se ríe del Diablo cuando nunca ha visto ni de lejos las puertas del infierno), hay que dejar de sentirnos culpables por gozar. Hay que dejar de sentir que seguirá otro temblor que no es predecible como no lo es, salir a la calle y que te atropellen, o se caiga una rama, o te caiga un rayo, o nos lleve la fregada irreconocible. La economía lo necesita. La sociedad lo requiere. Estamos en ese punto. O renunciar a lo que podemos ser y salir corriendo, o estar y reinventarnos. Yo creo que necesitamos salir. Volver a nuestros hogares. Mirar a la gente a los ojos. Sonreír. Vivir la lluvia y el sol. Repararnos. Hace rato que Óscar, chofer de Uber me dijo algo muy cierto. Somos zona sísmica. Jamás va a dejar de temblar. ¿Por qué no hay una reserva —como antes de que te liberen de tu cartilla— que sea para estar siempre previstos en una central contra desastres? Porque algo que ha prevalido al desastre es el desastre en sí mismo. La falta de autoridad. De un mando central, único. De verdad, por qué no hacemos lo que Oscar dice. Que cada tres meses vayamos a recibir capacitación. Que cada tres meses nos certifiquen. Y que haya bodegas con material de rescate, de ayuda, para que no dependamos de la sociedad civil, sino del gobierno que para eso debiese estar. Es una magnífica idea. Y yo me apunto como voluntario. Porque nunca volveremos a ser los que fuimos, pero seguimos siendo de cierta forma, los mismos, pero mejores.