Pañuelos verdes llegan a las redacciones

25 de Abril de 2024

Pañuelos verdes llegan a las redacciones

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Foto: ejecentral

Eventos como el asesinato de Ingrid Escamilla y la niña Fátima ponen al periodismo ante dos caminos: tratar todo drama humano como un gran espectáculo mediático o informar a la sociedad respetando los derechos de las personas involucradas y evitando narrativas que revictimicen

La marcha feminista del 14 de febrero no fue como otras tantas que han recorrido las avenidas de la Ciudad de México. Al reclamo por el brutal feminicidio de Ingrid Escamilla se sumaba, por primera vez, un fuerte mensaje en contra de los medios de comunicación y la falta de ética periodística al momento de cubrir este tipo de acontecimientos.

Entre gas picante e intensa lluvia, decenas de mujeres se resistían a abandonar la protesta frente a La Prensa, uno de los diarios más antiguos de la capital, y que sin reparo alguno publicó en primera plana la foto sin censura alguna de este crimen.

Para gran parte de la prensa este mensaje pareció quedar en segundo plano o simplemente olvidado. De nueva cuenta se priorizaron las narrativas sobre hechos de violencia y enfrentamientos, en lugar de contextualizar los motivos que propiciaron una de las jornadas de protestas más intensas que ha vivido la ciudad en los últimos años. El reclamo de la forma por encima del fondo se volvió a validar en las notas que circularon al término de la marcha, la espectacularidad de las pintas y destrozos se impuso a la reflexión que este episodio debería haber tenido no sólo para la sociedad, sino para los medios específicamente.

›El manejo que la prensa ha dado no sólo a los casos de feminicidio, sino a todos los temas de la agenda feminista, ha provocado una separación cada vez más notable entre el movimiento y quien lo cubre.

De aquellos primeros espacios separatistas, en los que únicamente se pedía que los reporteros no fueran parte del cuerpo de la marcha, se ha llegado a tratar de excluir por completo la participación de los medios, y en algunas ocasiones hasta la agresión directa. El eco de voces furiosas que exigía al unísono “fuera prensa” sobre la calle de Basilio Badillo ese viernes debería resonar en cada redacción del país.

Pero el caso de Ingrid no es más que la punta de un sinfín de atropellos y desmedidas que parte de la prensa mexicana ha cometido en nombre de una supuesta labor informativa que pierde de vista los límites entre el interés público y la vida privada. Poco nos hemos detenido a pensar en códigos de ética y leyes cuando se trata de priorizar la mediatización de un caso de feminicidio por sobre los derechos de las víctimas, el respeto a la intimidad y el sufrimiento implícito que este tipo de información puede causar entre familiares y amigos.

La Ley de Responsabilidad Civil para la Protección de Derecho a la Vida Privada, el Honor y la Propia Imagen contiene los lineamientos que deberían guiar la práctica periodística en este aspecto. El problema es que dichos márgenes no son del todo claros y pueden caer en una amplia interpretación jurídica. La legislación marca la titularidad de estos derechos cuando no constituyen un hecho de interés público, pero ¿cómo se puede marcar un parámetro claro para definir lo que es realmente importante para la sociedad y separar lo que es sólo morbo?

Aquí es donde los códigos de ética y los manuales de redacción de los medios de comunicación deberían jugar un papel vital, ya que sin duda la violencia debe reportarse, seguirse e informarse —especialmente porque revela una parte de la sociedad que no puede ignorarse—; sin embargo, la forma en que este fenómeno se aborda debe ser siempre apegado a los mejores intereses de la profesión periodística, respetando los derechos de las personas involucradas y evitando narrativas que revictimicen o entorpezcan el proceso de cada caso.

11 alcaldías de la CDMX concentran 12% de los feminicidios ocurridos en los 100 municipios más violentos.

Entonces, ¿por qué publicar las fotos de un feminicidio brutal en primera plana? La respuesta más simple conduce al abandono de la responsabilidad social del periodismo a favor de una visión mercantil de la información, pero esa explicación no alcanza a dimensionar el verdadero problema detrás de este tipo de publicaciones, y es que además de provocar el impacto inmediato que produce un crimen de esa naturaleza, innegablemente se construye un ambiente favorable para la banalización de la violencia de género en el país.

Justo de este tipo de cobertura es que nace el descontento al que se han tenido que enfrentar los periódicos La Prensa y Reforma este viernes; y aunque no son los únicos que han lucrado con este tipo de imágenes, si fueron los primeros en ser señalados directamente dentro de una lucha en la que la mayoría de los medios ha intentado invisibilizar las demandas más urgentes del feminismo al enfocar su atención en los actos que más repercuten de manera negativa en este colectivo.

El debate sobre la forma en que se debe abordar desde los medios la violencia contra las mujeres debe tocar preguntas sobre lo que realmente se aporta al dar a conocer detalles íntimos sobre las víctimas y cual es el propósito social que se persigue con esa información. Hablando objetivamente, la foto que apareció del feminicidio de Ingrid Escamilla en primera plana no aportaba nada ni periodísticamente, ni a la sociedad.

›Y aunque intentaran vender días más tarde la idea de una decisión pensada con el fin de provocar la indignación colectiva, en realidad el desplegado de La Prensa sólo exhibe la falta de autocrítica de quienes prefieren olvidar que lo que convocó a decenas de mujeres a las calles no fue el acto per se, sino la rabia por las imágenes publicadas y la exigencia de una disculpa pública que jamás llegó.

En tanto haya encabezados, imágenes, notas u otros contenidos que denigren a las mujeres y sus causas, seguirá existiendo esa imposibilidad de entablar un diálogo abierto y de respeto entre el feminismo y la prensa mexicana. Si no hay un compromiso real para crear narrativas que no violenten a las víctimas o ridiculicen las demandas de quienes luchan la separación entre medios y este sector de la sociedad se hará cada vez más evidente.

Mientras se ignoren las peticiones para respetar los espacios separatistas dentro de las marchas y se consideren simples caprichos que los reporteros pueden saltarse sin comprender el motivo de los mismos, se seguirá escuchando el grito de “prensa fuera” y la cobertura será parcial e incompleta. Si se enfoca únicamente la atención en los actos violentos se perderá de vista las razones por las que se efectúan, no debemos mirar la pared rayada sin antes preguntarnos qué desencadenó este hecho.

Eventos como el feminicidio de Ingrid Escamilla ponen ante nuestra profesión caminos muy distintos. Desde tratar toda información como un gran espectáculo mediático, hasta la sensatez y la cordura de recordar nuestro compromiso con la sociedad. Ya en el siglo pasado, Ryszard Kapuscinski advertía con mucha sabiduría que los cínicos no sirven, y nunca servirán, para hacer este oficio.

Si el panorama actual de la información parece obedecer únicamente a la tiranía de la monetización y el rating, entonces no harán falta periodistas ya en las salas de redacción, sino vendedores, quienes, al margen de la verdad, puedan inventar narrativas que informen poco y vendan más. Sin embargo, confío en quienes desde su labor periodística aun tiene la capacidad de cambiar, escuchar, y quizá de forma romántica, busquen conservar en sus páginas el deber ser y el espíritu verdadero del mejor oficio del mundo.

2.8 por ciento aumentó el número de feminicidios en Xochimilco, la alcaldía con el mayor repunte entre 2018 y 2019.

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https://www.ejecentral.com.mx/revolucion-feminista-la-banalizacion-%e2%80%a8de-la-violencia-de-genero/