París: todos perdemos

20 de Abril de 2024

Vicente Amador

París: todos perdemos

Éste es dolor serio, dolor sin poeta ni poesía ni palabras ni viento de otoño en las sienes. Ricardo Garibay, Beber un cáliz.

En la colonia penitenciaria

Los violentos y dolorosos acontecimientos sucedidos el viernes pasado en Francia me hicieron recordar una las obras de Franz Kafka. Me refiero a En la colonia penitenciaria (1919). El texto narra la visita de un “explorador” a cierta cárcel y su encuentro con una infernal máquina utilizada para escarmentar a los presos.

El mortífero aparato —la explicación de su funcionamiento ocupa la mayor parte del relato— asesina lentamente a los condenados. Además, por medio de una aguja, graba en el cuerpo del encarcelado la ley que violó.

A partir de los siguientes sucesos, la similitud entre lo ocurrido en Francia y la obra de Kafka es más evidente.

Durante la visita, el explorador se encuentra en el patíbulo a un hombre al que se le escribirá en la piel: “honra a tus superiores”. Ese fue el pecado. El explorador se horroriza al saber que el prisionero no conoce su sentencia. De hecho, ni siquiera la razón por la que se le culpa. El “oficial”, quien opera la máquina, argumenta que eso no es necesario: ese tipo de “burocracias” solo alargan el proceso, argumenta convencido.

La máquina fue inventada, junto con la colonia penitenciaria, por un antiguo comandante de quien solo quedan vagos recuerdos mezclados con la imaginación. Una leyenda, nada más. El oficial es un fiel seguidor, un tipo poco brillante, indiferente a la suerte de los condenados. Completamente sometido a su máquina. Un encargado de mantenimiento, un tipo fácil de reemplazar. Un mero eslabón en un proceso mortífero e instrumental. Lo importante es la función, no las personas. Tal vez por eso Kafka no incluye los nombres de los personajes.

Difícil no tener en mente este lúcido texto al advertir el terror padecido recientemente en Francia: escenarios violentos que fueron la ejecución de una sentencia sobre inocentes que ni siquiera conocen su culpa. En la historia parisina los eventos también utilizaron como carne de cañón a personas que, además de equivocadas, fueron tomadas por sus jefes como absolutamente remplazables. No importan las personas, sino la prevalencia de una ideología.

Más de un siglo después de escrita En la colonia penitenciaria, queda claro lo poco que hemos aprendido como civilización. Avanza la tecnología, retrocede la conciencia. Crece el fanatismo, retrocede el diálogo.

I can’t see why all these confrontations I can’t see why all these dislocations No family life, this makes me feel uneasy Stood alone here in this colony In this colony, in this colony, in this colony, in this colony Canción “Colony” de Joy Division.

Siria también nos duele

Cuando el fanatismo ha gangrenado el cerebro, la enfermedad es casi incurable. Voltaire

La prioridad de los fines sobre los medios advertida en los recientes ataques terroristas de París no es nueva y resulta fácilmente identificable en los fanatismos situados —como bien prevenía Diderot— a un paso de la barbarie; porque salvajes son estas agresiones de crueldad indiscriminada.

Lo que encontramos en los fundamentalismos terroristas es una modalidad del pensamiento que se llama “razón instrumental”: la utilidad de cualquier realidad, persona, animal o cosa, en función de un objetivo. Tal vez la filosófica Escuela de Frankfurt fue la que más profundizo sobre esta egoísta forma de decidir y comprender el mundo.

La violencia padecida en céntricos espacios de París, como el Bataclán, se suma a una larga lista de atrocidades que comparten una visión: los artífices se consideran poseedores y administradores de la verdad, en función de lo cual pretenden manipular y juzgar al mundo, empezando por sus alfiles a quienes envían al matadero. Da igual si los kamikazes aterrizan con una bomba o un fusil, lo importante es que lleguen suficientemente ideologizados.

La razón instrumental, tarde o temprano genera violencia. Igual la encontramos en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York (9/11), los bombardeos a las comunidades Yazidi, la bomba en la Embajada de Estados Unidos en Nairobi, los atentados del 11M en Madrid, los bombardeos sobre Beirut… o Ayotzinapa, Tlatlaya, Tlatelolco y un casi infinito etcétera.

Con ofensivas como las mencionadas, todos perdemos. “Los atentados de París son un ataque contra la humanidad” señaló Barack Obama. Empieza por disminuirse la tranquilidad y a partir de ahí, la cadena de injusticias es interminable para todos los involucrados. Igual pierde Francia, que Europa, América o el mismo Estado Islámico (ISIS) quienes, pese a su violencia, son seres humanos. Ni hablar, Siria también duele.

En el marco de la reciente Cumbre del G20 celebrada en Turquía, el Secretario General de la ONU —Ban Ki Moon— recordó que “las respuestas de los líderes deben ser enérgicas, pero siempre dentro de la ley y el respeto a los derechos humanos”. Imperativo resulta no decidir impulsados por el frenesí del miedo, el coraje, la venganza. Alguien tiene que ser el primero en detenerse. “Ojo por ojo, y nos quedamos ciegos”, aconsejó Gandhi.

A mi amigo Fernando C., porque comprende un mundo mejor.