1.
En junio, con el agravante de una guerra comercial que bien podría dar al traste con el TLCAN, se avecinan los días de mayor rigor en la contienda presidencial. Viene el tercer debate presidencial en el que indudablemente las variables habrán de acelerarse y en el que las perspectivas de crecimiento, sustentabilidad y desarrollo nos pondrán a escasos días de las definiciones.
Si las medidas proteccionistas impuestas por el gobierno estadounidense, según Trump, impactan la perspectiva de la renegociación pronta del TLCAN o si se aplican las debidas represalias, sin duda que los efectos se verán reflejados en el tipo de cambio con traspaso casi inmediato a la inflación y la actividad económica en general. Si esto se toma como una señal, los mercados podrían entrar en pánico y forzar una retirada desordenada de los fondos de inversión, algo que a la sorda se ha ido observando. El detonante podría ser un posible arancel de hasta 25% a la industria automotriz, principalmente mexicana y canadiense, por motivos de “seguridad nacional”, amenaza que recuerda el estilo personal del presidente Trump de que cuando las cosas van mal, es tiempo de ponerlas peor.
2.
En el plano electoral, las encuestas parecen corear un posible triunfo de Andrés Manuel López Obrador. Todas las mediciones le ponen de puntero con una gran brecha sobre Anaya o Meade; sin embargo, se registra aún 25% de indecisos y casi 40% de “no respuesta” a los cuestionarios. Ello hace suponer en el análisis que no todo está escrito, que aún existe una masa de votantes fluctuantes o volátiles por definirse, un “voto oculto” que resulta muy difícil interpretar.
En todo caso, si tras el segundo debate las tendencias no se mueven, si no llegan por lo menos al nivel de tercios que se tenía hace seis meses se podría estar arriesgando a una doble crisis sexenal: de un lado, la economía puesta a prueba ante el posible abandono del TLCAN; del otro, una controversia postelectoral de mayor nivel que la observada en 2006, cuando López Obrador ocupó las calles de la Ciudad de México y la toma de posesión debió ocurrir por ministerio de ley, en un Congreso sitiado por los inconformes y a la vez resguardado por las fuerzas federales con un enorme riesgo para el país.
3.
En este entorno el Banco de México mantiene un tono en extremo cauteloso ante la alta incertidumbre que percibe. No hay largo plazo y el corto plazo resulta ser muy corto. Lo más parecido a una “tormenta perfecta” para la economía y la estabilidad del país, cuyas reservas internacionales, aún en buenos niveles (173 mil millones de dólares) no podrían resistir demasiado tiempo una estampida de capitales y de confianza.
4.
Los factores de riesgo que percibe el Banco de México son:
La incertidumbre asociada a la renegociación del TLCAN y al proceso electoral federal anteriormente comentado.
Los episodios de volatilidad en los mercados financieros internacionales, incluida la próxima elevación de la tasa de referencia de la FED, que se estima suceda en julio próximo.
El impacto de la reforma fiscal de los Estados Unidos que han hecho de ese país un paraíso fiscal para las grandes empresas.
Los problemas de la corrupción y la inseguridad pública en México sobre la competitividad de la economía.
5.
Si bien el Banxico no ha modificado aún su pronóstico de crecimiento, estos estimados asumen que el marco macroeconómico se mantendrá sólido si es acompañado de finanzas públicas sostenibles y políticas públicas que incentiven la inversión y la productividad, poco de lo cual se advierte en lo que hasta el momento ha mostrado un posible gobierno encabezado por Morena, resultando combustible adicional para la incertidumbre que se percibe.