Cinema infierno

25 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Cinema infierno

mauricio gonzalez lara

Siempre llego tarde a todo, por lo que apenas me entero del cierre del cine Bucareli, recinto que bajo diversas administraciones exhibió películas a lo largo de 70 años y ofrecía uno de los precios de entrada más accesibles de la ciudad de México. El cierre es un daño colateral de los constantes bloqueos y manifestaciones que se ubican desde hace ya varios lustros enfrente de la Secretaría de Gobernación y han llevado a la bancarrota a varios negocios de la zona. El cine Bucareli era de corte popular, por lo que solía programar cintas destinadas al público general (películas infantiles usualmente dobladas al español) y una minoría de filmes catalogados como “artísticos”, los cuales, asumo, estrenaba casi por obligación. Recuerdo haber visto ahí, por ejemplo, Mai Morire (Rivero) y Pasión (De Palma). La última vez que lo visité ofrecían “paquetazos” que incluían hot dog y refresco con el boleto. El cine Bucareli era propiedad de Cinépolis, organización liderada por Alejandro Ramírez que, junto a Cinemex (de Grupo México), conforma el duopolio que domina el 93% del mercado. Juntos, Cinemex y Cinépolis controlan 6,200 de las casi 6,700 salas que existen en el país. El dominio es aplastante. Aunque en tiempos recientes predomina globalmente la narrativa de que la exhibición enfrenta tiempos difíciles, lo cierto es que el negocio en México goza de cabal salud: de acuerdo con datos de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica (Canacine), en 2017 se vendieron 348 millones de boletos, lo que representó más de 16,6661 millones de pesos en ingresos en taquillas. Más aún, en los últimos ocho años se ha registrado un incremento de 36 por ciento en la cantidad de salas construidas. Este crecimiento se explica en buena medida gracias a la sinergia entre complejos de exhibición y centros comerciales. A estas alturas, ambos conceptos están entrelazados simbióticamente: los centros comerciales han dejado de ser un mero destino de compras para convertirse en centros de esparcimiento donde los cines son ancla y destino. Cuesta trabajo nombrar complejos cinematográficos urbanos ajenos al entorno de un centro comercial (Cinépolis Diana, Cinemex CNA, Cinemex Reforma y pocos más). El Bucareli era uno de los últimos sobrevivientes de los tiempos en que ir al cine no equivalía a visitar un mall. El matrimonio, no cabe duda, es un gran modelo de negocio. Para el cinéfilo, por el contrario, esta unión ha derivado en una degradación de la experiencia cinematográfica. Casi nadie cuestiona que, en términos generales, las condiciones de exhibición (higiene, proyección, sonido) son hoy superiores a las que predominaban a finales del siglo pasado; el comportamiento del espectador, sin embargo, cada vez es peor: la gente asume que ir al cine es una experiencia más de consumo, como jugar en Chuck E. Cheese’s, comer hamburguesas en el food court o recorrer helado en mano decenas de tiendas en las que eventualmente comprará algo. Lo que menos importa es la película. No es casual que la gente hable cada vez más durante la proyección o las salas VIP parezcan un estadio con múltiples vendedores de comida que se cruzan en pleno partido. Las personas que van al cine ya no son espectadores, sino consumidores que incluso agradecen conceptos infames como salas donde puedan jugar los niños. Es un infierno. Los críticos suelen culpar al sistema de producción hollywoodense del bajo nivel de excelencia cinematográfica que domina la taquilla. Probablemente tengan razón, no obstante, es tiempo de comenzar a identificar otros factores que han contribuido al desgaste de la experiencia fílmica. ¿O será más fácil culpar a Hollywood que al duopolio con el que interactúan diariamente?