Fama, activismo y caricaturas

24 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Fama, activismo y caricaturas

MAURICIO

BoJack Horseman, serie animada creada por Raphael Bob-Waksberg, narra de manera alucinante y alucinada las vicisitudes de un caballo que lucha por mantenerse vigente en Hollywood. El programa, transmitido por la plataforma Netflix, es una reflexión ácida y pertinente sobre las trampas de la fama y el culto a la celebridad. En el episodio Yesterdayland, Diane, la biógrafa de BoJack Horseman, y una productora discuten la naturaleza mental del protagonista. El diálogo no tiene desperdicio:

—(Bojack) se hizo famoso en sus veintes, así que estará atascado por siempre en sus veintes. Después de que te vuelves famoso, dejas de crecer. No lo necesitas. Todas las celebridades se estancan en una edad.

—Me alegra que nunca me volví famosa. Vaya, escribí un libro bestseller, pero no soy realmente famosa.

—No sólo pasa cuando te vuelves famosa. Tu edad de estancamiento se fija cuando paras de crecer. Para la mayoría, el estancamiento sucede cuando te casas o adoptas una rutina. Conoces a alguien que te ama incondicionalmente, nunca te reta o quieres que cambies, y entonces dejas de crecer.

—Bueno, pero eso le pasa más a la gente famosa, ¿cierto?

La fama es algo peligroso: no sólo torna a los hombres más humildes en bestias hambrientas de admiración, sino que tarde o temprano se mofa de sus ambiciones y los abandona en el limbo de la frivolidad. También despierta envidias, fanatismos y rencores. BoJack Horseman distaba de ser una persona modelo o noble antes de volverse famoso gracias al éxito de Horsin’ around, sitcom que protagonizó en los noventa, pero no cabe duda que el éxito lo volvió un ser egoísta y patético. En el futuro, todos serán mundialmente famosos por 15 minutos, sentenció Andy Warhol en 1968. Tenía razón: es sencillo ser famoso por un cuarto de hora en 2015. La parte difícil es mantener la popularidad sin ser eventualmente masacrado por la misma gente que celebró el ascenso.

Hay dos formas de conseguir reconocimiento. Una es mediante las credenciales que brinda el estudio. En un escenario ideal, ser el equivalente de Stephen Hawking en las ciencias físicas o Umberto Eco en la semiótica. La fama brinda otra forma de acreditación, basada en la notoriedad y el histrionismo. La segunda siempre será más seductora que la primera. ¿O acaso alguien en su sano juicio cree que Stephen Hawking se la pasa mejor que Paris Hilton? La vida como famoso es traumática. Peor aún, crea la ilusión de impunidad y aísla a los individuos en una esfera de privilegio desde la que es casi imposible abstenerse de pontificar en torno a cualquier tema posible. La celebridad se cree sabia e ilustrada por el mero hecho de ser famosa. Las estrellas no merecen nuestra credibilidad, ¿pero quién no desea ser célebre? A fin de cuentas, la mayoría de nosotros desea proyectarse como un referente para los demás. Todo esto viene a colación por la reciente entrega de los Grammy, premios que distinguen a lo supuestamente más destacado del mundo de la música. Desde las expresiones tímidas y genéricas de Katy Perry al discurso sólido de A Tribe Called Quest, la entrega, como era de esperarse, fue un manifiesto contra la presidencia de Donald Trump. Se puede argumentar, desde luego, que en el contexto actual cada acto, por pequeño que sea, suma a la causa; sin embargo, me es imposible no pensar en BoJack Horseman cuando veo Jennifer López citar a Toni Morrison al tiempo que se autodenomina artista y llama al mundo a pelear por la justicia. Creer que un acto así es algo más que un viaje de ego es vivir en un sueño de opio aún más delirante que el universo del caballo animado de Netflix.

Mauricio es socio fundador de Alta Empresa Comunicaciones