Gremlins en Marte

20 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Gremlins en Marte

mauricio gonzalez lara

Gremlins 2: la nueva generación, visionario filme dirigido por Joe Dante en 1990, sitúa a los pequeños monstruos verdes y anárquicos de la cinta original en Manhattan, zona que tras varios lustros de decadencia experimentaba un florecimiento urbanístico materializado en un avasallante y gentrificador boom inmobiliario. En la película, la punta de lanza de este fenómeno es The Clamp Premiere Regency Trade Center, complejo “inteligente” propiedad de Daniel Clamp, un billonario que busca rediseñar el horizonte urbano de Nueva York. Repleta de bromas metanarrativas (incluido el asesinato de un crítico de cine que osa denostar la primera película y un maravilloso gag a costa del espectador), Gremlins 2 es, ante todo, una parodia de sí misma y las convenciones que supuestamente debe seguir una secuela. Las ambiciones de Dante, no obstante, van más allá del humor referencial: la cinta también funciona como un retrato delirante del capitalismo estadounidense de la época, obsesionado con asociar el llamado “fin de la historia” con la consolidación de un orden tecnológico libre de caos. Los gremlins —títeres análogos y deformes diseñados por Rick Baker— son el contrapeso perfecto de la funcionalidad representada por la naciente tecnología digital de los imponentes edificios de la Gran Manzana. El personaje de Clamp, interpretado con lujo de garbo por John Glover, estaba basado en empresarios como Ted Turner (exdueño de CNN) y Donald Trump, entonces líder del renacimiento inmobiliario neoyorquino. Si Gremlins 2 se estrenara hoy, Clamp sería visto como una parodia de Elon Musk, el fundador de Tesla y SpaceX. De 47 años y con una fortuna valorada en 21,000 millones de dólares, Musk aparece desde hace años en las portadas de las revistas junto a otras figuras de élite como Mark Zuckerberg (Facebook), Jeff Bezos (Amazon), Reed Hastings (Netflix) y Bob Iger (Disney). Musk es un ejecutivo directo y de amplia visión: no sólo ha apostado en el campo de las energías renovables, sino que también ha emprendido una aventura espacial cuyo fin último es colocar al hombre sobre la superficie de Marte. Musk ha conseguido capturar nuestra imaginación, lo que ha redundado en que lo comparen con el ficticio Tony Stark, el entrepreneur que porta la armadura de Iron Man, el superhéroe de Marvel. Hasta ahora, empero, sus triunfos han sido meramente conceptuales (la idea de la batería solar casera) o estéticos (el coche que cruza el espacio a ritmo de Space Oddity, de David Bowie). Sus detractores lo señalan como una persona más preocupada por el lucimiento personal que en el bienestar de los demás. El narcisismo de Musk alcanzó un punto de quiebre hace unas semanas, cuando buscó resolver la crisis de los 12 niños atrapados en una cueva de Tailandia mediante la creación de un minisubmarino que los pudiera trasladar a la superficie. El ofrecimiento fue desvirtuado por una maniobra de “relaciones públicas” por Vernon Unsworth, uno de los buzos rescatistas. Musk, enfurecido, calificó a Unsworth de “pedófilo” y escribió en Twitter que probaría la viabilidad de la cápsula en un video. Días después, como era de esperarse, el dueño de Tesla terminó por pedir disculpas, no sin antes crear la percepción de que lo más importante para él no era salvar a los infantes, sino mostrar la genialidad de su idea. En algún momento de Gremlins 2, antes de que asuma el inmerecido crédito de haber salvado la ciudad, Clamp acepta que su edificio “no estaba hecho para personas, sino para cosas”. Cuando construyes un lugar así, afirma, el desastre es inminente. Me pregunto si Musk será capaz de un acto de reflexión así. Lo dudo. Sólo espero que los monstruos verdes lo dejen pisar el planeta rojo. Aunque, por otro lado, ¿a quién no le gustaría ver gremlins en Marte?