Llámenme Mike

24 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Llámenme Mike

Con la excepción de los miembros de la clase política, no existen personajes más repudiados en el México moderno que los policías. Sea patrullero de tránsito, “policleto” o judicial, la figura del policía – lastimera, inquietante y grotesca, todo a un solo tiempo- ocupa un lugar central en nuestra cartografía del odio. No extraña, entonces, que el cine mexicano no sea pródigo en cintas policiacas de interés. ¿Para qué analizar lo abominable? Salvo algunas perlas, el policía en el cine mexicano casi siempre es motivo de burla o, en el mejor de los casos, utilizado como protagonista heroico de videohomes orientados al mercado de la frontera. Una brillante excepción a esta tendencia es Llámenme Mike, cinta dirigida por Alfredo Gurrola en 1979. La película narra las andanzas de Miguel, un policía corrupto que se transforma vía múltiples golpes en la cabeza y una accidentada cirugía en el muy gringo y por todos conocido Mike Hammer, el violento detective protagonista de las novelas de Mickey Spillane. La cinta de Gurrola es un acto de equilibrio donde la crudeza y el humor se funden con desparpajo: la brutalidad policiaca se muestra sin tapujos ni condescendencias, pero siempre leal al creciente contagio cómico. La premisa lleva implícita una doble carga subversiva: no sólo debido a establece que un policía sólo puede ser honrado si pierde la razón, sino porque sugiere que la única manera en que la audiencia mexicana acepte la viabilidad de un policía como héroe es si éste se comporta y actúa como un extranjero, así sea un gringo tan reaccionario y grotesco como Mike Hammer. No hay “corrección política” en Llámenme Mike. Ese es el triunfo de Gurrola: asumir que la comedia no puede estar sujeta a otra agenda que no sea el desmadre y la desacralización. Ninguna autoridad sale viva. Miguelito realmente no se convierte en Mike debido a la paliza que recibe en la cárcel por parte de los delincuentes que torturó, sino por la negligencia de los médicos que de plano no saben cómo operarlo. No hay figura de orden que sea confiable o que valga la pena escuchar. El manicomio de Llámenme Mike es una zona de disrupción ubicada entre Duck Soup, de los hermanos Marx, y Shock Corridor, de Samuel Fuller; un universo cerrado donde un carrusel de personajes alienados predican lo que quieren sin escuchar ni respetar al otro. El México contemporáneo, pues. El cine mexicano siempre ha menospreciado el talento de sus actores. Llámenme Mike es un luminoso aparador en el que podemos ver a todos esos actores que debieron ser mejor aprovechados por su industria. El ensamble es sensacional, por mucho la banda de malandrines más cagada del cine de los últimos 40 años: Víctor Alcocer, Carlos Cardán, José Najera, Humberto Elizondo, Roberto Dumont, Juan José Gurrola, y desde luego, Sasha Montenegro y su fallida femme fatale. El más notable es Alejandro Parodi. De erizo introvertido a vigilante paranoico, la metamorfosis de Parodi es uno de los tours de force más graciosos en la historia del cine nacional.

Gracias a un culto creciente de admiradores, Llámenme Mike experimenta un inesperado “revival”. Considerado como uno de los más notorios festivales especializados en cine de horror, fantástico y ciencia ficción de Latinoamérica, Feratum (Festival de Cine Fantástico, Terror y Sci-fi), homenajeó a Alfredo Gurrola en su quinta edición, celebrada a principios de octubre. Argumentista, guionista, editor, actor, escritor, profesor, funcionario y realizador cinematográfico, Gurrola cuenta con más de 25 largometrajes. Su obra maestra, sin embargo, es Llámenme Mike, disponible por la ridícula cantidad de 99 pesos en tiendas de discos y puntos de venta especializados en DVD y Blu Ray. Vale la pena buscarla.