Muerte por trabajo

19 de Abril de 2024

Mauricio Gonzalez Lara

Muerte por trabajo

MAURICIO

El asunto se remonta a finales de los ochenta, época en la que Japón parecía erigirse como la gran potencia económica a vencer. En ese entonces, la Organización Mundial del Trabajo (OMT) comenzó a registrar un alarmante fenómeno en tierras niponas: un incremento notable en la mortalidad de hombres cuya edad comprendía entre los 25 y 40 años. Sus organismos simplemente dejaron de funcionar. La razón: el exceso de trabajo.

En el metro de Tokio empezó a ser común encontrar a hombres menores de 40 años que experimentaban un ataque cardiaco al quedarse dormidos durante los trayectos cotidianos. A este síndrome de muerte temprana se le denomino como Karoshi, término que literalmente significa “muerte por trabajo”. El surgimiento del Karoshi era un resultado directo del alto sacrificio humano que demandó no sólo la reconstrucción de Japón tras la Segunda Guerra Mundial, sino el alto fanatismo con el que los nipones se mentalizaron para volver a ser un poder mundial. Las jornadas de 80 horas a la semana terminaron por construir generaciones de trabajadores terminales.

El Karoshi es un problema perfectamente documentado en Japón. En el resto del mundo, la enfermedad es aún vista como una mera curiosidad. Es un error, sobre todo en tiempos de crisis económica. Por mucho que algunas compañías digan que valoran un ambiente que les dé a sus empleados un balance sano entre la vida laboral y su vida personal, lo cierto es que están en medio de una competencia feroz en la que se enfrentan a empresas a las que no les importa dar ese equilibrio. Es más, a los empleados de esas empresas no les importa contar con esa prerrogativa. Muchos ejecutivos van a trabajar de manera excesiva y peligrosa, ya que están compitiendo contra otros a los que no les importa trabajar así, y que incluso están dispuestos a cobrar menos por ello.

Víctimas de la autoflagelación, a los mexicanos nos encanta pensar que somos flojos y poco consistentes, es decir, candidatos improbables de síndromes como el Karoshi. Mentira. De acuerdo con datos oficiales, de los 38 países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México es el país que más trabaja. Los mexicanos le dedican 2,246 horas al año a sus actividades laborales, lo que supone 875 horas más que lo que los trabajadores de Alemania, el país que menos horas trabaja al año.

Los mexicanos, eso sí, distan de ser productivos. Sea con base en cifras generales de PIB, sea en función de indicadores más refinados, el mexicano no es un trabajador que destaque por su productividad. Esto, desde luego, no significa que sea un mal trabajador, sino que revela la carencia desarrollo, estrategia y liderazgo en nuestras cadenas de valor. El problema también es cultural: existe la creencia generalizada de que trabajar consiste simplemente en ir a la oficina; en cumplir con un horario establecido y mostrar una actitud diligente ante los mandos superiores.

Una buena parte de las labores diarias de una oficina podrían ser cubiertas en la mitad de horas que actualmente ocupamos si la organización se enfocara a utilizar el tiempo de una manera más concentrada. No se trata, tampoco, de demandar que se trabaje sin interrupciones, con una intensidad uniforme a lo largo de la jornada. Trabajar todo el tiempo disminuye el retorno marginal de cada hora invertida. Basta pensar en las diferencias en el rendimiento de la segunda hora de la jornada laboral y la octava o la undécima. Hasta el individuo más brillante rinde poco si le falta energía. La clave es alternar periodos de intensa concentración y actividad con otros de descanso. Se trata de encarar el trabajo como una serie de carreras cortas, y no como un maratón. Pensar de manera distinta bien podría ser mortal.