Algo que disfruto enormemente cada vez que estoy de viaje es caminar sin rumbo por el lugar y así conocerlo aún mejor, pero sobre todo descubrir esos tesoros que se te presentan por casualidad como si estuvieses destinado a toparte con ellos. Esta vez no fue la excepción y Madrid me mostró uno de los tesoros más deliciosos que pudiera encontrar una amante de quesos como yo.
Mientras caminaba por la acera curioseando en los interiores de las distintas tiendas, de reojo vi algo que me hizo pausar y querer entrar a la tienda. A través de unas ventanas cuadradas en su interior se veía lo que parecería ser quesos, aunque no estaba segura. Sin embargo, solo tuve que abrir la puerta de Poncelet para inmediatamente resolver mi duda al ser arropada por el fabuloso aroma a quesos maduros.
No podía creer lo que veía. En este moderno y pequeño local habían hecho una curaduría excepcional de un sin fin de quesos artesanales de todo el mundo, perfectamente etiquetados y ordenados. Al preguntar sobre los quesos, decidí enfocarme en los quesos artesanales españoles que no conocía, por lo que junto con uno de los empleados escogí 5 quesos a probar. Lo primero que hicieron fue imprimirme unas fichas de cata detalladas de los quesos que me llevaría. Ya a punto de salir de la tienda con los quesos mientras los cortaba y envolvía, le pregunté al empleado cuanto aguantarían los quesos sin refrigeración ya que tenía pensado seguir caminando por la ciudad. Dudoso, le preguntó a una chica quien rotundamente me contestó que prefería no venderme los quesos si no iban a estar refrigerados, argumentando que, aunque tal vez no se echarían a perder, lo más probable sería que ya no estarían en condiciones óptimas para disfrutar. Me sorprendió la pasión, no muchos lugares privilegian el respeto por el producto, sobre la venta. Me enamoré del lugar y le prometí hacer una parada especial en mi hotel para refrigerar los quesos y garantizar su integridad, ya que sin mis quesos no iba a salir de la tienda.
Ya casi en la puerta, el chico me comentó que también tenían un restaurante en el que servían platillos a unas cuadras. Así fue como unas horas después acabé sentada en lo equivalente a una típica barra de madera de sushi, pero que este lugar había sido transformada en un “Cheese Bar”, frente a Luis, el sommelier de queso de Poncelet. El lugar era mágico, detrás del área de trabajo se encontraba su gran cava con quesos, que, de solo verlos, te invitaba a probar de todo.
Sin lugar ha sido de las experiencias más fabulosas que he tenido en torno al queso. Mientras probaba los distintos quesos que había seleccionado Luis para mi, charlábamos sobre todas las dudas que me surgían acompañada de una selección muy buena de vinos por copeo. La degustación empezó con un queso mozzarella que el mismo había ahumado en la mañana. El sabor era increíble, la textura y cremosidad de una auténtica mozzarella de búfala se combinaba con los sabores ahumados de lo que me recordaba a un queso provolone. Después probé un queso manchego y me surgió la curiosidad si debía comerme la corteza o no. Así aprendí que las cortezas de quesos naturales no deben comerse porque son amargas, pero al contrario las de hongo madurado si. Al preguntarle sobre el manchego perfecto mientras me comía un trozo espectacular que me recordó una combinación de nuez con miel, me decía que este queso tenía que ser dulce, pero que si picaba ya iba en declive. También aprendí al catar el cabrales, que sea dicho al tomar un pequeño y cremoso bocado sentí que rasgaba el interior de mi boca con su intensidad, mientras me decía Luis que la cremosidad en este queso era indicativa de su calidad y que cuando el Cabrales era granulado o le faltaba maduración y estaba muy joven o ya no estaba bueno.
Mientras más platicábamos parecía que me daba pequeñas muestras de uno y otro queso y la tarde pasaba de la manera más agradable mientras la barra frente a mi se llenaba de las fichas de cata, quesos y de diferentes aditamentos para cortar las diversas texturas y variedades de queso, incluyendo un cepillo de cerdas de plástico que usaba para tallar algunos quesos de corteza dura y moho blanco. Así aprendí que tanto el moho blanco y verde son buenos en los quesos, pero que el rosa indica que el queso se está tornando rancio.
También pedí algunas cosas de la cocina caliente, como un delicioso jitomate cocinado con almíbar y acompañado de un queso y salsa romesco. Para terminar, probé unos chocolates rellenos de queso parmesano, que la iban ideal al espresso. Al final, aprovechando la amistad que habíamos forjado esa tarde, no pude resistir la tentación y pedí una visita a la cava de quesos, que incluyó una explicación aún mayor sobre los quesos que tenía en el lugar. También aseguré unos trozos de manchego para llevarme a casa el día antes de volar de vuelta a México empacados al alto vacío por Luis personalmente.
Si eres un amante del queso, no te puedes perder este lugar. No solo es un restaurante en el que uno puede vivir una experiencia lúdica fabulosa degustando una variedad increíble de quesos, sino que también seguramente te contagiarás del amor al queso que tienen este lugar. Es una parada obligada si te gustan los quesos o quieres aprender más sobre ellos, pero sobre todo si quieres ir a un lugar en Madrid en donde te que aseguro saldrás con una sonrisa y totalmente satisfecho.
Espero que tengas un buen día y recuerda, ¡hay que buscar el sabor de la vida!
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Poncelet Tienda
Argensola 27
28004, Madrid, España
Tel. +34 913 080221
Poncelet Cheese Bar
Calle de José Abascal, 61,
28003 Madrid, España
Tel. +34 913 99 25 50
https://www.ponceletcheesebar.es/