Policías estadounidenses: ‘… Temían por su vida.’

20 de Abril de 2024

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Policías estadounidenses: ‘… Temían por su vida.’

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Parece mentira, pero al final de cuentas la heroína de la confrontación en Baltimore, EUA, entre protestantes y la policía local es una señora de color que enfurecida zarandea a su hijo que decidió manifestarse en las calles en contra de los abusos policíacos hacia la minoría negra. Ella dice que no quería que su hijo fuera otra víctima y a bofetadas y coscorrones se lo lleva a casa…

Una ambigüedad que tanto las autoridades policíacas, como el comisionado policial Anthony Batts, como muchos medios de comunicación estadounidenses --sobre todo radio y televisión-- aprovecharon para decierle “madre del año”: ‘una mujer (Toya Graham) que no quería violencia, que no quería reclamos, que no quería la confrontación’; una mujer que apoya la pasividad frente a los abusos trágicos de una autoridad que tiene todas las ventajas para su defensa.

Pero, éstos mismos, no anuncian la razón profunda del hecho: la mujer no quiere que su hijo (Michael Singleton) muera como han muerto muchos afroamericanos en unos cuantos meses, acosados por la policía y acusados de intentar ‘atentar contra la vida’ de los policías: el argumento recurrente es: “… temimos por nuestra vida”… Cobardía, pues.

… La mujer sabe que hay peligro, que los policías blancos están asesinando a negros (Freddie Gray, el lunes pasado en Baltimore) y quiere salvar la vida de su hijo del acoso racista: este es el punto central y no el que quiere ver la policía y sus medios.

La revista Time, en contraposición, lleva en la portada de su nueva edición un reproche histórico: “América, 1968-2015: qué ha cambiado; qué no ha cambiado” mientras, en la ilustración se ve a un contingente de policías blancos que en una calle de Estados Unidos persigue a un negro que intenta huir de ellos. Esto es: de nada han servido las batallas de Martin Luther King y su “I have a dream”; de nada las de Malcom X y sus vaivenes religiosos, o de cientos de líderes negros que han luchado por evitar la segregación racial y el racismo en Estados Unidos...

Un racismo que, paradójicamente, se exacerba en tiempos en los que el presidente de Estados Unidos, Barak Obama es de color y su fiscal general de color (Loretta Lynch) y muchos puestos de importancia pública de aquel país los ocupan hombres y mujeres de color. Aun así… ¿por qué? Acaso porque el racismo es parte de la cultura estadounidense en grandes segmentos de su población. Acaso por el origen sajón de la gran mayoría en un país construido por la migración europea del norte cuyas raíces tienen un profundo sentido de superioridad frente a los habitantes de las colonias africanas e indias de donde obtuvieron poder y riqueza… Acaso porque no se olvidan que el tema del color de la piel tiene sentido sólo si es para entenderse en la diversidad y la riqueza de la coloratura humana, pero no en la esencia de o universal. No importa. No lo entienden…

Subyace en la vida de muchos estadounidenses de hoy el odio histórico hacia razas diferentes y de clase; el mismo odio que amortiguan en su cine de justicia para todos, de lucha mundial por las libertades en donde el ser estadounidense, según ese cine de supremos superhéroes estadounidenses, es la clave para el rescate de la humanidad de otras perversiones culturales…

Y así es como muchos se entienden frente al resto de sus propios habitantes: justicieros frente a negros, orientales o latinos cuya única diferencia es el color de la piel, ya negro, ya amarillo, ya cobrizo. Y esta parte nos toca a nosotros en lo que corresponde a segregación y racismo…

En tan sólo unos meses la policía de Estados Unidos ha asesinado a cuatro mexicanos por “quítame estas pajas”. Antonio Zambrano Montes, en Washington; Ernesto Javier Canepa Díaz en Santa Ana, California; Rubén García Villalpando, en Texas y uno más apenas esta semana –cuya identidad se reservó a petición de su madre- en El Paso Texas: Todos ellos acribillados por los gendarmes que argumentan: “… temimos por nuestra vida”. En ningún caso antes y ahora, los policías homicidas han sido castigados por la ley estadounidense.

Así que en poco o casi nada han cambiado las cosas desde 1968 en Estados Unidos. Prevalece esa sensación de inseguridad para las minorías, ya por la amenaza de la deportación –en el caso mexicano, tan sólo en los primeros meses de 2015, el gobierno estadounidense pidió deportar a 22,538 mexicanos—o por acusaciones infundadas o por muerte… Esta es la sal de la tierra allá…

No es el todo. Muchos hay ahí con un sentido universal de lo justo y la igualdad. Gente buena la hay allá. Mucha. Como también muchos se relacionan sin ningún complejo con minorías y se unen en matrimonio o trabajan y conviven en franca amistad y camaradería. Cierto es que en amplios ámbitos la armonía y la concordia son la esencia de su vitalidad. Cine y arte hay allá, también, en el que se pugna por ese reconocimiento al ser universal independientemente de su condición social, preferencia sexual o color…

Pero todo esto choca con una realidad: la del racismo de las instituciones policíacas y de justicia. Y mientras esto sea así, seguirán ocurriendo agravios a las minorías e impunidad a favor de esa parte de la mayoría que, en efecto, tiene un problema de piel. Ya sabremos si las cosas cambian con la declaración de que habrán de hacerse cargos a los policías involucrados en el caso Freddie Gray.

La lección de las confrontaciones callejeras deberá hacer que se replantee la relación entre la comisión real de un delito y su puesta en manos de la justicia, y el racismo que causa muertes injustificadas en una vuelta de tuerca hacia la ley fuga, en pleno siglo XXI estadounidense, con un presidente de color y con la estatua de la libertad que da paso a Estados Unidos de América a todo mundo en igualdad de condiciones, desde Nueva York.