La naturaleza se ha ensañado con nuestro país durante este mes, dejándonos heridas muy profundas, primero en Chiapas y Oaxaca, después en la Ciudad de México, el estado de México, Morelos, Puebla y Tlaxcala. Es difícil escribir estas líneas pensando que hay personas que siguen atrapadas bajo los escombros de algún edificio y que muchas familias enfrentan la incertidumbre de haber perdido sus hogares. Golpe difícil de asimilar en medio de la agudización de la crisis de seguridad y violencia y la pérdida de credibilidad de instituciones y autoridades ante la corrupción e impunidad desbordadas. En medio de la tragedia y el dolor colectivo, destaca la extraordinaria muestra de solidaridad y capacidad de apoyo nuevamente demostrados. Hemos sido testigos de movilización social para rescatar a quienes estaban atrapados; mensajes en redes sociales difundiendo nombres de personas rescatadas o lugares donde era necesaria la ayuda; personas que ofrecían depositar dinero a quienes requerían tiempo aire para comunicarse con sus familiares; conductores transportando a quienes de otra forma sólo les quedaba caminar kilómetros para regresar a sus hogares; redes de ciclistas distribuyendo equipo, medicinas y alimentos; familias que ofrecían sus hogares a quienes no tenían posibilidad de regresar al suyo; sin dejar de lado la organización espontánea de colectas de víveres, medicinas o dinero para los damnificados. Por supuesto, también hubo quienes aprovecharon la emergencia para asaltar a peatones y conductores, pero que fueron actos de rapiña aislados en medio de la organización espontánea y la solidaridad desinteresada para ayudar a quienes estaban sufriendo más las consecuencias del terremoto. Ese potencial para ayudar desinteresadamente al otro en situaciones de emergencia, a pesar de las desconfianzas a las que nos ha arrojado la crisis de inseguridad representa una reserva de energía de cambio político y social para hacer frente a la profunda combinación de corrupción e impunidad que ha devastado nuestra vida pública. En situaciones de emergencia somos capaces de reconocer lo que nos debemos los unos a los otros y volcarnos a ayudar a nuestros conciudadanos sin importar diferencias económicas, género, color de la piel o preferencias sociales. Estoy convencido que la única forma para enfrentar el mal gobierno, la irresponsabilidad, negligencia y pactos de impunidad del poder político, radica en una sociedad más sistematizada y activa. Diversas organizaciones sociales nos han demostrado que es posible impulsar el cambio a través de la cooperación en proyectos comunes. Las imágenes de ciudadanos ayudando ciudadanos en medio de la tragedia, nos dicen que es posible aspirar a otro México si los ciudadanos se deciden a rescatar una democracia que es suya. Finalmente, si los actores políticos están tan afectados por las consecuencias del terremoto, como señalan en declaraciones o tuits, pues entonces está en sus manos ponerse de acuerdo para reducir a la mitad el costo de las elecciones y el gasto de los partidos, para traducir en hechos compromisos de palabra ante la corrupción y para garantizarnos a los mexicanos unas elecciones ejemplares en las que prevalezca la deliberación pública sobre propuestas y no el acarreo, compra de votos o uso indebido de recursos públicos.
La sociedad que se organiza