Notas sobre un destape cavernario

24 de Abril de 2024

Juan Antonio Le Clercq
Juan Antonio Le Clercq

Notas sobre un destape cavernario

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De la misma forma que Brexit representó la añoranza inglesa de glorias imperiales perdidas o el triunfo de Trump la revuelta de la América profunda contra los cambios de las últimas décadas, el destape de Meade quiere regresar el reloj político nacional hacia tiempos de certidumbre autocrática: la edad de oro de un priismo corporativo y clientelar. Parafraseando a Bauman, el futuro se reduce a aspiración de regreso al pasado, la presidencia imperial de mitad del siglo XX como retrotopía de nuestra clase política.

Meade, el apartidista, moviéndose como pez en al agua entre los gestos y símbolos decrépitos de los tres sectores del corporativismo priista. Un alumno aventajado del gatopardismo: dar la impresión de cambio y apertura para que todo siga igual, conservar los mismos equilibrios, distribución de prebendas y pactos de impunidad. Gonzalo N. Santos no podría estar más orgulloso de sus herederos políticos.

La unción de Meade, funcionario público formalmente no militante, implica que la Presidencia y el PRI reconocen que Peña Nieto y sus niveles de descrédito son un lastre político insalvable ante las elecciones.

A pesar de la cargada política y mediática propia de épocas que creíamos superadas, de la cascada sin fin de halagos desde todos los sectores hacia el precandidato, los operadores del peñanietismo trabajan para distanciarse de la herencia sexenal.

Con el Frente en plena crisis interna, el objetivo es reducir la campaña presidencial a votar a favor o en contra de Andrés Manuel López Obrador. Aprendices de brujo jugando con el fuego de la polarización política y social en medio de la más profunda crisis de inseguridad y violencia. La irresponsabilidad de promover choques de trenes en un contexto de descrédito de autoridades y erosión de instituciones.

No deja de sorprender y preocupar la cantidad de actores políticos, económicos y mediáticos que han declarado sentirse satisfechos con el destape. Garantiza certidumbre, abjura la amenaza del populismo, repite el coro griego. ¿Qué certidumbre? ¿Las certidumbres de la violencia, las omisiones, el endeudamiento, la captura de instituciones, los conflictos de interés y la impunidad que marcaron a este sexenio?

Preocupa que tanta gente se sienta tan cómoda con la continuidad y las certezas del sexenio que termina, que tantos aplaudan y se llenen la boca de loas al precandidato buscando ser incluidos en el festín de la redistribución de puestos y recursos públicos. El destape con todo su burdo ceremonial ciertamente desnudó al “nuevo PRI”, pero también dejó en evidencia el tipo de país que quiere la mayoría del empresariado, gran parte medios de comunicación y figuras públicas, así como muchos actores dentro de los partidos oposición. El Estado mexicano reducido a un organismo depredador. La rapiña política no se crea ni se destruye, se recicla sexenalmente.

En medio de la entusiasta afirmación de un presidencialismo anacrónico, ¿a alguien le interesa el deterioro de nuestras instituciones, la fragilidad de los contrapesos democráticos, la espiral imparable de violencia, la ausencia de fiscales, el deterioro en la calidad de vida de millones de mexicanos? Mandar al diablo a las instituciones no es monopolio de nadie, nuestra clase política lo hace cotidianamente y lo reivindica cual derecho adquirido.