Es tu culpa

19 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Es tu culpa

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Para matar a alguien, necesitas una excusa. No matas a tu vecino porque sí, porque te apetece, porque amaneciste con ganas. Por eso tanto éxito de las películas y novelas de detectives. Porque debe haber un motivo. A no ser que seas un psicópata y te dé lo mismo matar a cualquiera, debes tener una causa. Y mira que aquí nos han creado varias: un cerrón en un semáforo, el tipo que se saca el moco en el automóvil de al lado en el Periférico, el colindante que arma fiestas y no te deja dormir. O el que opina distinto a ti en política. Quizás no se hayan dado cuenta, pero quien siembra el odio, cosecha el poder. Aquí en México —muy a conciencia— en Barcelona, en Sarajevo, en Norcorea o en Siria. ¿Cómo? Es una ecuación simple: la propaganda nacionalista y la homogeneización de la población, busca dividirnos entre los que nos consideramos buenos y malos. Polarizar. Generar diferencias. Y crear motivos. Causas. Razones. Diferencias. Entonces, tienes motivos hasta para matar. ¿Ya vieron cómo funciona el nuevo terrorismo? En política se trata de restar en lugar de sumar. Dividir en lugar de multiplicar. Y nos hace mierda. A todos. Porque sospechamos del vecino. Del que nos dio agua o comida o nos prestó el baño durante el sismo. Esto se ha venido sembrando en México por muchos años. La división. El encono clasista. Paso a paso. Día a día. El trabajo de los pobres contra los ricos. La oligarquía contra la “falsa democracia”. La izquierda (radical) contra la derecha (radical). O eres parte de los “nuestros” o no mereces 
ni respirar. Los medios son decisivos en crear a un enemigo. Y éste debe ser común: como todos contra el lobo. Todos contra el amigo, el buen tipo que nada tiene que ver con la clase política, todos contra el salvador. Sí, un redentor, valeroso, generoso, amigo, defensor de los pobres que —es el único que— comprende en el fondo de su alma, que la ideología puede imponerse a la razón, porque siempre los electores subestimamos el poder de las emociones, del rencor, del encono, del revanchismo, del por qué ellos sí pueden y nosotros no, de la venganza y hasta del puto coraje sin sentido. Y entonces salen los tontolinos, esos idiotas idealistas que creen que ser el punto medio, los conciliadores, sirve de algo. Y hasta parece que no conocen de historia, porque aun siendo los más cultos, son los más creyentes en la buena fe, los más tranquilos, los que creen que las cosas “caerán por su propio peso” y así, pentontos, terminan siendo los pecadores por omisos, 
por permisivos. Cuidado los que se oponen, no estamos hablando de violencia, se trata de un asunto de paz y democracia. De construir. Y no de “derrumbar y comenzar de cero” (¿te gustó la frase? La usó Hitler por años). Y es justo cuando entra el nacionalismo maligno: nosotros somos mejores sin los extranjeros que quieren intervenir. Nos quieren robar. Nos han visto la cara por años. Nos quiere meter la… realidad a fuerza. Tanto, tanto, tanto que se van a terminar los tacos con el TLC. Así se las dejo. Es que el nacionalismo es capaz de dividir familias. Por algo se le llamó “El final de los tiempos”, según un futurista. Pero dejémonos de tonteras. El asunto es claro: ¿estás conmigo, o estás contra mí? ¿Quieres vivir bien? El problema no es la extorsión del gobierno ni la corrupción ni la falta de institucionalidad. El problema eres tú, que no quieres ver la sangre correr sobre la tierra —de nuevo— para limpiar nuestros pecados. Porque creemos que todos se arreglará con un tlatoani impoluto, cuando el lodo, nos ha salpicado a todos (incluido intentar reelegir a un auditor anticorrupción, que en lugar de hierro, parece de caramelo). Sí, es mi culpa, y la tuya también.