Una vida de acoso y violencia

19 de Abril de 2024

J. S Zolliker
J. S Zolliker

Una vida de acoso y violencia

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Le tiemblan las piernas. El corazón le late rápidamente. Trata de que no se le note. Se le quiebra un poco la voz cuando pide la mesa que está reservada a nombre de su amiga. ¿Está usted bien?, le pregunta una de las encargadas. Se le nubla un poco la vista con lágrimas que contiene, respira profundo y hace una mueca que intenta ser una sonrisa que no demuestre que se encuentra sumamente alterada.

Cuando el capitán le señala su mesa, se percata a la distancia que ya está ahí su amiga, Andreina, esperándola. Mientras el mesero jala la silla para que se siente, le pregunta si desea algo de tomar. “Un mezcal doble, por favor”.

—¡Qué milagro! —le dice Andreina con cierto aire de sorpresa— nunca bebes nada.

—Ay, amiga —le responde con los ojos lacrimosos— lo necesito.

—¿Qué tienes? ¿Estas bien? ¿Tu familia?

Se toma de un jalón el primer vasito con el aguardiente. “Afortunadamente no pasó a mayores, amiga, pero dejé el coche en el parquímetro y unos albañiles me chiflaron y me rodearon. Un acoso vulgar, descarado, uno me quiso meter mano, hasta que me eché a correr”. Se bebe el segundo vasito.

—Son unos puercos, pero no te preocupes demasiado…

—¡No tienen por qué decirnos nada! ¡Son agresiones! ¡Son acosos!

—Tranquila —le responde Andreina— en los lugares públicos, sucede el más inocuo de los acosos.

Ella se le quedó viendo a los ojos. Sorprendida por lo que acababa de escuchar, se quedó en silencio unos minutos. Y luego le contestó: “No tiene nada de inocuo. Al contrario. Es algo sumamente grave en uno de los países que más feminicidios tenemos. ¿Inocuo? Quizás que te tiren un albur o una rechifla a lo lejos no te cause gran daño a ti, pero no generalices ni hagas parecer que se trata de algo que no es grave, porque es claramente el inicio de una violencia que hace tanto daño como los otros tipos de acoso. En especial porque se realiza en público, ¡porque nadie te defiende! ¿Crees que la tortillera hizo otra cosa que reírse? Cuando las propias víctimas de este tipo de violencia la normalizamos, es un síntoma claro de descomposición”.

—Pero todos los hombres son así, no exageres— le contestó Andreina.

—¡No sólo acosan los hombres! —le respondió sumamente molesta —acosan algunas mujeres también. Pero es una vida de acoso en todos lados. En la calle, en el trabajo, en cualquier lugar somos víctimas y debemos ponerle un alto a esta situación, comenzando por el espacio público.

—No te exaltes —le dijo Andreina con cara de fastidio. —Insisto en que casi nada de daño sucede en público. Mejor pídete otro mezcal. ¡Joven! —terminó llamando al mesero.

—Lo más grave es que en público, con testigos, hay completa impunidad. Te lo voy a confesar y será la última vez que hablemos del tema. En la universidad, con frecuencia, utilizaba el Metro hasta que un día, extrañamente decidí ir a comer a casa a las dos de la tarde y abordé un vagón demasiado lleno. Así se ponen en horas pico. Estábamos tan apretados entre todos que ni siquiera necesitabas agarrarte de un arnés o del tubo para no caerte.

Se bebió el tercer mezcal de un trago y continuó: —No me preguntes cómo, el tipo de atrás logró levantarme el vestido —un pinche vestido de flores que amaba— y de pronto sentí su desgarradora penetración. Grité por auxilio. Supliqué por ayuda. Fueron unas cuantas sacudidas y llegamos a la estación y aquél se bajó y se largó y nunca le vi el rostro. Nadie —hijos de su puta madre, todos— hizo nada. Me bajé llorando y con el vestido subido y los calzones rotos. Todavía unos idiotas se rieron de mí. Así que no me vengas a decir que lo público es lo menos grave y con menos consecuencias. Es violencia y acoso que puede terminar en algo peor. No conozco a una mujer que no haya sido acosada o violentada en las calles y ¡ya basta de justificarlo!

@Zolliker