El síndrome de la vibración fantasma, es uno de los tantos síntomas que delatan la adicción al celular. Cada día son más las personas que creen que reciben una notificación que al final no está ahí, que se quedan absortos por la pantalla y desconectan de lo que los rodea, que necesitan de la ayuda de Google para todo, o que han tenido dolor de muñeca o de pulgar por el uso excesivo. Es, sin duda, la patología del siglo XXI. Se ha comprobado que el 77% de las personas que tienen un smartphone, padecen nomofobia, también conocido como FOMO “fear of missing out”, que se resume en la ansiedad de no poder revisar el celular cuando se desea, ya sea por robo, extravío o falta de batería. En algunas poblaciones, tres cuartas partes asegura que no podrían vivir sin el celular, y sólo el 19% se considera adicto. Este porcentaje aumenta hasta un 29% entre jóvenes de 18 a 24 años. “El problema con el FOMO es que los individuos están mirando hacia afuera en vez de mirar hacia adentro. Cuando alguien está tan sintonizado con el otro, se pierde el sentido de la identidad”. Revela un estudio realizado por la Universidad de Texas A&M. Kovert Designs, una empresa de joyería con alta tecnología, hizo un experimento en Marruecos. Invitó a 35 directores ejecutivos, influenciadores, empresarios y, de incógnito, a cinco neurocientíficos a un retiro sin Internet, en el desierto del Sahara. Los investigadores comprobaron que a los pocos días, los invitados mostraban más contacto visual al interactuar entre ellos, mejoraron la postura corporal, al no tener el apoyo de Google, se vieron en la necesidad de preguntarse entre ellos y conversar, se alejaron cada vez más de temas relacionados al trabajo y, los que afirmaban tener insomnio, lograron dormir sin problemas (está comprobado que la luz de los aparatos electrónicos perturba el sueño). La desintoxicación digital exige de mucha consciencia y fuerza de voluntad, como en todas las adicciones. Los primeros días se experimenta soledad, ansiedad y hasta culpabilidad. Sólo cuando disminuye el uso prolongado, se reducen los niveles de estrés y dependencia. Si restringimos el uso del celular cuando caminamos, comemos, socializamos y antes de dormir, es un gran avance. Sí, es cierto que hoy en día no podemos vivir del todo desconectados. Existe una necesidad tanto laboral como social que lo impide, pero hay que encontrar el equilibrio. Es importante saber diferenciar entre las conexiones inevitables y las distracciones, para trazar la línea entre uso y abuso de nuestros celulares y de las redes sociales. La sinceridad con uno mismo es fundamental para saber si realmente usamos el celular como herramienta de trabajo y de comunicación, o como un escape al mundo virtual y a los contenidos que encontramos en él. Yo en lo personal, quise escribir este artículo porque admito que abuso del celular y lo uso más de lo que realmente lo necesito. Durante un tiempo estuve siguiendo en redes sociales, a influencers que lo único que provocaron en mí fue envidia y una baja autoestima. Esta ansiedad y dependencia, me enseñó que ninguna vida es perfecta y comparar la mía con la de los demás no me va a llevar a ningún lado. Comprendí que la gran victoria de las redes sociales, es que se mueven a través de la envida porque genera consumo. Y yo, sinceramente, no quiero ser una adicta envidiosa de las vidas y de los cuerpos que veo en Instagram. Estoy trabajando en usar el celular lo menos posible, no es fácil, pero cuando te das cuenta de la paz que te genera estar dos horas sin haberlo tocado, no tiene precio. Cada vez que siento ansiedad por revisarlo, a pesar de que la pantalla está apagada, sin ninguna notificación, me recuerdo: “yo uso el celular, el celular no me usa a mí”. “En el equilibrio está la virtud” Aristóletes.
Celul-itis