Salir de Honduras para aferrarse al "sueño americano"

25 de Abril de 2024

Salir de Honduras para aferrarse al “sueño americano”

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Llegado del país centroamericano, Oliver pide caridad en CDMX a la espera una nueva oportunidad de ser un ilegal más en los Estados Unidos

Cuando tenía 13 años de edad, Oliver perdió a su mamá por complicaciones médicas. Poco tiempo después, su papá también murió y se quedó solo. Oliver es de la costa, de la comunidad El Triunfo de la Cruz, muy cerca del Parque Nacional Punta Izopo, en el Caribe hondureño. Sin más familiares, mas que su abuela, dejó su pueblo en busca del “sueño americano”. Oliver intentó varias veces cruzar la frontera norte de México con Estados Unidos pero en todas ellas fue detenido y deportado a su país. Su última vez intentó cruzar por Laredo pero lo “retacharon”. Lleva un año y medio viviendo ahí entre las vías por donde cruza el tren “La Bestia”, a unos pasos de la estación Lechería del Tren Suburbano que recorre de Cuautitlán, Estado de México, a la estación Buenavista de la Ciudad de México.

https://youtu.be/aI75vkKNq6w

Como Oliver, más de 258 millones de personas en el mundo viven fuera del país que los vio nacer. Este año, la Organización de las Naciones Unidas dedica la conmemoración del Día del Migrante a la necesidad de garantizar un tránsito seguro para cualquier habitante del planeta que quiera o se vea obligado a cruzar las fronteras de su país para buscar refugio o mejores oportunidades de vida.

FOTO: Jorge Villalpando

Mecánico automotriz costeño De raza negra, el pelo rizado, con nariz y labios anchos, Oliver cuenta su historia antes de abandonar su país: Le gustaba estudiar y pudo terminar el nivel secundario. Estudió un año y medio mecánica automotriz, recibió su diploma y entró a trabajar a una fábrica donde aprendió mucho. Todo el dinero que ganaba se lo daba a su abuela para poder pagar los medicamentos de su mamá, hasta que ella ingresó al quirófano. Las cosas se complicaron, su madre murió de un coma diabético y a los pocos meses también falleció su padre. Ahí en la costa del norte de Honduras se quedó su abuela y otros dos tíos, lo que le queda de familia. Oliver subió a un camión y pagó 50 lempiras (moneda oficial de Honduras) para llegar a Guatemala, después pagó 100 quetzales (moneda oficial de Guatemala) para llegar a Petén Flores y de ahí pagar otros 150 quetzales para llegar a la frontera con México. Una vez en la frontera, hay que pagar 50 pesos mexicanos para llegar hasta el cruce fronterizo en Chiapas. Ya en Palenque es donde abordó “La Bestia” por varios días para intentar llegar a la frontera con Estados Unidos. “La Bestia” te corta Si no le pones atención a “La Bestia”, te corta una mano o una pierna, dice Oliver. Subir a ese monstruoso tren que come vidas y cualquier parte del cuerpo humano, incluidos los sueños, es extremadamente difícil. El hondureño pasó más de tres días sin comer ni beber ya que el tren no se detenía y prácticamente es imposible lanzarse de éste en movimiento. Fue hasta Coatzacoalcos cuando desde arriba lo empujaron miembros de la Mara Salvatrucha y sufrió heridas en su brazo y su pie derecho. “Sentía que me moría pero en general los mexicanos son buenas personas: te convidan un taco, te dan agua, una cobija. No te dejan morir”. Pero también hay mucha violencia, mucha delincuencia. “Hay mucha gente que viene a destruir lo que tienen los demás, por eso los mexicanos ya no confían en los centroamericanos; la mayoría de los hondureños salen y llegan a México a robar porque hay muchas carencias y la gente que venimos para intentar sobresalir también somos vistos como criminales”. “En mi país si tienes algo bonito te lo quitan. Así te quitan hasta la vida”, dice Oliver. Un sueño o una certificación El próximo 15 de enero Oliver intentará cruzar la frontera, otra vez por Laredo, y en esta ocasión quiere en verdad quedarse para superarse y enviarle dinero a su abuela, quien tiene 60 años. “Si no puedo pasar me regreso a mi país para terminar mis estudios de mecánica automotriz y tener certificación de mis estudios”. “Acuérdate que ‘Dios aprieta pero no ahorca’ y a ver qué sale”, dice Oliver. Mete sus manos a las bolsas de su sudadera gris GAP y se interna en los pasillos del Tren Suburbano para pedir caridad y esperar el ansioso 15 de enero donde su vida dará otro giro.