Lucky: el bello adiós de Dean Stanton

23 de Abril de 2024

Alejandro Alemán
Alejandro Alemán

Lucky: el bello adiós de Dean Stanton

alejandro aleman

Es de mañana en algún pueblo cercano al desierto de Arizona. En la radio se escucha la voz de Pedro Infante cantando “Con el tiempo y un ganchito”. Al momento, vemos a un hombre levantarse de la cama. Su complexión es delgadísima, con el pelo encanecido y ojos tristes. Es Lucky, un nonagenario que todos los días sigue una estricta rutina: yoga, desayuno en su dinner favorito, terminar el crucigrama del día y por la noche, la visita rigurosa al bar de confianza, donde platica con otros parroquianos de la tercera edad. Tras un repentino desmayo, Lucky va al médico. El doctor le informa que su salud es perfecta, pero que el desmayo es síntoma de una enfermedad incurable: la muerte. Lucky ha llegado a los 90 tras vivir infinidad de experiencias, aunque nunca se casó ni tuvo hijos. Este hombre, “solitario, que no solo”, se enfrenta a la realidad de aceptar las consecuencias de sus decisiones. Lucky tiene que hacer las paces consigo. Lucky es a su vez actor y personaje. El guion, escrito por Logan Sparks y Drago Sumonja, siempre estuvo pensado para ser protagonizado por Harry Dean Stanton, legendario actor del cual Roger Ebert decía que su sola presencia era garantía de una buena película. Su presencia es la de un tótem que ha recorrido desiertos, calles y tierra. Su rostro, lleno de arrugas, es el mapa de una vida que se adivina plena en experiencias. Al momento de filmar esta cinta, Stanton tenía también 90 años y falleció a los 91, sin poder ver el filme terminado. En este réquiem en vida, Stanton y Lucky se mimetizan y a partir de aquel desmayo, todas las conversaciones que se pensaban pueriles entre los parroquianos del bar poseen un subtexto profundo: el valor de la amistad, la nulidad del alma, la relatividad del tiempo, el amor. En un momento brillante y conmovedor, el personaje interpretado por David Lynch explica el por qué las tortugas son más importantes que los humanos y que, como ellas, vamos cargando aquello que nos terminará por matar. Ópera prima del también actor John Carroll 
Lynch, su dirección es tan sólida y efectiva que pareciera producto de algún veterano. Queda claro que algo habrá aprendido de trabajar con Scorsese, los Coen o el propio David Lynch. Dirigida con elegancia y sin dramatismo, conmovedora, pero nunca cursi, es un emotivo adiós de un actor y un personaje que llega a término con la vida, que reflexiona la fragilidad de la existencia y la capacidad destructora del tiempo. ¿Qué hacer con esta vida? Para Stanton es claro: sonreír y seguir caminando.

@elsalonrojo